El domingo 18 de julio del 2005 se cumplieron 11 años del más sangriento atentado ocurrido en nuestro país: la voladura de la mutual judía AMIA.
Las instituciones judías calificaron al ex presidente Menem de “traidor” y solicitaron que se pudra en la cárcel. Hoy, Menem parece que se “entrevera” con “el Adolfo” Rodríguez Saá. ¿Y “la turca” Sessin y el “aparatito” que utilizaban? Pero vamos a las cosas serias. Les cuento ahora, lo que he repetido hasta el cansancio, a riesgo de mi vida, a través de ciertos medios de prensa y a quien me ha querido escuchar. El no callar me ha costado muy caro, pero no me importa...
En 1988, el grupo que acompañó a Carlos Menem a Siria estaba formado por las siguientes personas: Abdo Menhem –primo de Carlos- , el Dr. Horacio Hadad, Francisco “Paco” Mayorga, Emir Yoma, Miguel Ángel Vico, Luis Santos Casale, Pedro Roiffe, Ramón Hernández y el que suscribe. También, y desde la llegada a Damasco, nos acompañaba un sirio que, casualmente, era primo de Carlos y, además, ejercía el cargo de secretario privado del Vicepresidente Haddam. Me refiero al embajador Abdur Salam Akil, cuyo último puesto había sido en Abu Dhabi, Emiratos Árabes.
En la reunión con el vicepresidente Haddam en su residencia veraniega de la cordillera del ante-Líbano, sólo estuvimos presentes Menem, Akil y yo. Akil, que había prestado servicios en Buenos Aires y habla un fluido castellano, oficiaba de traductor.
Recuerdo como si fuera ayer la conversación sostenida. Menem explicó los pormenores de su carrera política –Haddam no debía ignorarlos- hasta lograr el triunfo en las elecciones internas que lo había posicionado como candidato a Presidente de la República. Planteó con claridad la necesidad de apoyo económico de la Madre Patria para lograr el triunfo en las próximas elecciones. Afirmó que su rival del partido radical tenía un fuerte apoyo de la poderosa colectividad judía a la que calificó de “sinagoga radical”. Se manifestó “antisionista de siempre” y dijo que desde su juventud había compartido las reivindicaciones del mundo árabe, particularmente en la lucha del pueblo palestino. Yo me revolvía incómodo”. Carlitos no tenía idea en los andurriales en que se estaba metiendo. Creo que tampoco le importaba, por otra parte siempre ha sido imparable hablando sobre lo que desconoce.
Pero el colmo llegó cuando dijo que, de llegar a Presidente, estaba dispuesto a cooperar con Siria en la lucha por la defensa de su integridad territorial contra los enemigos de la Nación Árabe. Se hizo un profundo silencio. Con una voz muy calma y en un tono muy bajo, casi confidencialmente, Haddam, un hombrecito que no llega al metro sesenta de estatura, le preguntó: “En caso de que nosotros lo ayudemos, ¿está usted dispuesto a cooperar con Siria en el campo científico, particularmente en el de la energía nuclear?”.
La respuesta fue un sí inmediato y agregó que nuestro país tenía una situación de privilegio en Latinoamérica en el campo de la energía nuclear. Haddam, velozmente, le puntualizó que Siria necesitaba no sólo asesoramiento técnico, sino que era de vital urgencia poseer un reactor atómico. Con desazón escuché que Menem le decía que no tendría inconveniente en facilitarle un reactor, y es más, agregó que lo propondría como asesor a un ex presidente de la Comisión Atómica, el Almirante Quillalt, que había prestado funciones semejantes en Irán en épocas del Sha. Para mis adentros, yo me preguntaba si Carlitos pensaba que un reactor atómico era tan manuable como una máquina de coser. Pero, ironía aparte, me quedaba claro que nos estábamos metiendo en un lío más que profundo, de gravísima peligrosidad. Los hechos posteriores me dieron trágicamente la razón. El domingo 31 de agosto de 2003, el diario La Nación publica un artículo que titula “Dos pistas que convergen: Irán, Siria y la AMIA”. En la primera columna me nombra extensivamente en lo que hace a la promesa de Menem de otorgar a sus “paisanos” un reactor atómico, hecho que había tenido ya amplia difusión en Página/12 durante 1999.
Era obvio, y así lo manifesté, que los sirios no querían un reactor atómico para iluminar Damasco... Cuando a las 9.53 del 18 de julio de 1994 una explosión arrasó el edificio de la AMIA –Asociación Mutual Israelita Argentina-, volvía a repetirse en la Argentina la horrenda experiencia ocurrida con la Embajada de Israel en marzo de 1992.
Por razones que son difíciles de explicar, creo que ambos episodios tienen características distintas. por dicha circunstancia voy a evitar caer en polémicas, y me referiré sólo al “caso AMIA” sobre el cual tengo una idea más precisa.
Decir que Carlos Menem prometía cualquier cosa pensando en que jamás iba a cumplir es hoy por hoy una redundancia. Además, hay que tener en cuenta que hasta que llegó a la presidencia su ignorancia en materia internacional era casi completa. Desconocía por completo las intrincadas líneas de la política mundial y tenía una vaga idea de los conflictos que afectaban esa convulsionada zona que es el Medio Oriente. Puedo afirmar estas cosas desde el punto de vista del testigo privilegiado que fui en los años 1988 y ´89. Por otra parte, además de mi libro Sobre el volcán, donde cuento la visita a Siria en el ´88 acompañando a Menem, candidato justicialista a la presidencia, he sido mencionado en diversas publicaciones a lo largo de estos años por mi participación en dicho viaje.
Me llamaron la atención ciertos comentarios publicados por la prensa, sobre todo los vinculados a la promesa formulada por “Carlitos estadista” al vicepresidente Haddam, de entregar a Siria un reactor atómico. Si yo no hablé, y no creo que Menem lo haya hecho ni tampoco los sirios, los artículos publicados por los periodistas Román Lejtman y Gabriela Cerruti el 22 de junio de 1998, demuestran claramente que hubo otra fuente de información. Particularmente, me sorprendió el de Cerruti –las fotos que aparecen publicadas me pertenecen-. En la ocasión en que Gabriela me entrevistó para su libro El jefe, nunca me tocó el tema “reactor atómico”. La primera vez que lo hice fue en un extenso reportaje que concedí a la periodista Susana Viau de Página/12, a fines de 1999 y luego del cual, prudentemente, escapé al Uruguay... Pero creo conveniente empezar a hacer historia.
Tal como afirmé a Página 12, el viaje a Siria tenía, en mi opinión, dos aspectos. El primero era de esparcimiento. Darse el gusto de volver a la tierra de sus mayores siendo candidato a Presidente del país que había recibido a sus padres como pobres inmigrantes. El segundo era tratar de asegurar fondos. Fondos que tenían como objetivo “bancar” la campaña que se presentaba difícil. No hay que olvidar que el sector “presentable” del Justicialismo era el que Menem había derrotado. Su provincia había sido madriguera de ultra nacionalistas de Tacuara, primero y luego asilo de Montoneros. Los fondos iban a llegar con cuentagotas. “El viejito perdedor” Neustadt, se desgañitaba en todos los medios a su alcance asustando con que si “ganaba Menem se iba del país” –otra más de sus mentiras-. Angeloz era el cadidato del oficialismo con todos los recursos de los “bien pensantes”. A él le iban a ser destinados los mayores aportes de la campaña por venir. Si se perdía... era el desastre. Por lo tanto, “había que hacer caja”. Y comenzar por los “paisanos” era la idea: de tres, uno para la campaña y dos “pelito pa` la vieja”... Por las dudas...
Así fue como llegamos esa tarde a la residencia del vicepresidente primero de Siria, Abdul Halim Haddam, reunión que relato al principio de este capítulo.
Cuando salimos, yo estaba conmocionado. Le pregunté a Carlitos: “¿Te das cuenta de que no vas a poder cumplir? Los judíos y los yanquis te van a matar.” Sobrador, me contestó: “No te preocupes que ya lo voy a arreglar.” Fue en ese momento que entreví de alguna manera el futuro que me esperaba. Aquí conviene hacer una aclaración. Llevaba casi dos años en Arabia Saudita. Desde muy joven el Medio Oriente me había fascinado. A través de la lectura de “Los siete pilares de la Sabiduría” el coronel Lawrence me había empapado con la magia, historia y luchas de los pueblos árabes. Durante mi estadía en Riyhad había terminado mi tesis para ascender a los últimos rangos de la carrera diplomática. La calificación que obtuve fue sobresaliente, felicitado y con derecho a publicación. Es decir, que conociendo el “paño” tenía sobrados motivos para preocuparme.
Se me ha preguntado si las promesas sirias se cumplieron. Mi impresión es que sí. Carlitos era una buena inversión, casi diría, un buen “lance” al cual debía apostarse.
Esa reunión sirvió para que los sirios “tantearan” el terreno. Aunque no se trató, flotaba en el ambiente también otro “negocio”. El mismo que es de vital importancia para Siria: la droga. Abdul Halim Haddam tenía, según mi informaciones, a su exclusivo cargo el control de dos de los temas más importantes para el gobierno de Damasco: producción y comercialización del opio y el hashish del valle de la Bekaa y también las relaciones con el Estado de Israel.
Para el lector que desconozca el tema, conviene aclarar que las principales zonas productoras de opio (de su destilación se obtiene la heroína) en el mundo son el famoso “triángulo de oro” –Laos, Tailandia y Birmania-, Afganistán, Turquía y Siria. Justamente, el valle de la Bekaa. El opio producido allí tiene fama de ser el mejor de todos. También el hashish.
Durante la última guerra con Israel, los sirios opusieron allí la más denodada resistencia que no pudo ser perforada por las tropas judías. El problema sirio es encontrar rutas que lleven el producto terminado a la principal zona de consumo: los Estado Unidos.
No creo, al menos yo no vi ningún indicio, que este tema del “tránsito” fuese tratado durante ese viaje. Al menos no lo percibí. Me inclino a creer que los sirios tenían “otros” negociadores para tratar ese asunto y Buenos Aires: Monser al Kazar, Yabrán y, tal vez, y sólo tal vez, el principal legendario “padrino” Jorge Antonio.
Mi impresión es que detrás del pedido de “asistencia técnica” y del reactor atómico había mucho más... Y si el “aporte” que Menem solicitó en mi presencia se concertó, creo que sus paisanos bien pueden haberle pedido una “yapa”... Y si Carlitos “percibió” y luego no cumplió, porque la cruda realidad se lo impidió, o porque siguió su tradicional “prometer para no cumplir”, los “defraudados”, que no son mansos, se cobraron la deuda con sangre.
Pero no es la única promesa que Carlitos “estadista” formuló a gente del mundo árabe. Una noche del mes de noviembre de 1988, en Roma, tuvo su encuentro con los representantes de Kadafi que llegaron de la mano de Mario Rotundo. La cifra que pactaron como aporte a la campaña de Menem difiere según las versiones. Mario afirma que fueron cinco millones. Otros alargan la cantidad a diez millones. La contraparte de Menem era entregar el misil Cóndor. Años después, el entonces Embajador en Yugoslavia contaba que durante la Reunión de Países No Alineados, se le aparecieron a Carlitos los libios reclamando el misil Cóndor que les había prometido y no entregado...
Pero hay más. En el círculo íntimo de Menem se afirmaba en aquella época que con Irak había pasado algo semejante. El comentario decía que, a cambio de la promesa de asistencia tecnológica en el campo de la energía atómica, también de entregarles el Cóndor y productos alimenticios –carne y trigo-, Irak había contribuido al “esfuerzo” menemista con veinticinco millones de dólares. Los encargados de recoger ese dinero habrían sido el diputado César Arias y el empresario de la carne Alberto Samid.
Nadie ignora cuál fue la actitud de Menem cuando estalló el conflicto del Golfo Pérsico en enero de 1991. No sólo tomó partido contra Irak –podría haberse hecho el “distraído”-, sino que hasta mandó tropas. Hoy se sospecha que cobró por la “ayuda” de las fragatas de los Al Sabah. pero el dinero nunca ingresó en las arcas del Estado. A la luz de lo relatado precedentemente, se explica claramente la actitud de repudio que adoptó Samid, que pasó del círculo más íntimo de Menem a ser separado de todos los cargos que ocupaba.
Tenemos, entonces, un “trío de defraudados”. Todos y cada uno de ellos con antecedentes internacionales más que suficientes para producir un atentado como el de la AMIA.
Anteriormente he señalado mi sorpresa por la publicación de información sobre hechos que presencié –entrevista con Haddam en Siria-. Sobre el particular deseo dejar constancia de que en 1989, al hacerme cargo como Embajador argentino de Santiago de Chile, una de la primeras visitas protocolares que efectué, fue el entonces embajador de Israel, Daniel Mokadi.
Este, con una gran dosis de humor, me repitió casi textualmente algunos de los aspectos de la conversación que Menem había sostenido con Abdul Halim Haddam... Israel sabía y sabe... ¡Vaya si sabe!... Con el panorama que he relatado previamente es fácil imaginar por qué cuando se produjo la explosión del 18 de julio, el gobierno menemista entró en pánico. Pendía sobre su cabeza la voladura de la Embajada de Israel donde, aún al día de hoy, los peritos, técnicos, testigos, investigadores y la Suprema Corte de Justicia no se han puesto de acuerdo sobre si la explosión se produjo fuera o dentro de la Embajada.
En las mesas de Florida Garden se decía que cuando se le informó a Carlitos de lo ocurrido con la AMIA, al borde de la histeria se puso a gritar: “¡Dónde está Zulemita! ¡Búsquenla! Cuando su ex esposa afirma que el tercer atentado fue la muerte de su hijo, tal vez sabe por qué lo dice... Lo que no cuenta es a quién o a quiénes atribuye la autoría y responsabilidad... (Continuará)
Oscar Spinosa Melo
spinosaoscar@hotmail.com
Especial para Tribuna de periodistas
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