Si bien es consciente de que lo peor aún no pasó y quedan al menos nueve meses de recesión, el Gobierno está convencido de que aún tiene capacidad de retomar la ofensiva política y reconquistar a su bastión electoral, la clase media.
Hacia ese sector social decisivo apuntan anuncios como los topes para los aumentos de cuotas de créditos hipotecarios ajustados por UVA, el plan para reformar la ley de Alquileres, y la marcha atrás en aplicar una cuota adicional en la tarifa de gas para financiar deudas de un contrato entre privados (distribuidoras y petroleras).
En el anuncio de las medidas, Mauricio Macri hizo una cuidada puesta en escena para tratar de mostrar que su administración aún está lejos de darse por vencida de cara a las presidenciales de 2019.
Allí estuvo la plana mayor de su gobierno, pero también empresarios como Gustavo Weiss (número uno de la Cámara de la Construcción) y gremialistas como Gerardo Martínez (mandamás de la UOCRA), y el diputado Eduardo Amadeo, un hombre que llegó al PRO tras un largo paso por el peronismo, para quien pidió un aplauso porque acaba de recuperarse de un infarto.
En privado, dicen que el presidente arenga a sus ministros a no bajar los brazos, y muestra encuestas que si bien reflejan el razonable mal humor social contra el ajuste, sugieren que un sector de la población “entiende” que a los argentinos les llegó la hora de hacer un sacrificio para pagar la “fiesta populista” del kirchnerismo, a la cual tilda de “irresponsable”.
En el área económica, cree -con su habitual lenguaje futbolero- que por fin logró unificar el equipo para que todos “pateen para el mismo lado”.
Se recostó en Nicolás Dujovne (a quien respeta por el trabajo realizado en la Fundación Pensar, el ´think thank´ del PRO) y por eso aceptó nombrar a Guido Sandleris -un alter ego del ministro de Hacienda- al frente del estratégico Banco Central en lugar de Luis Caputo.
El 10 de enero de 2017, en el acto de asunción de Dujovne como ministro de Hacienda y Caputo en Finanzas, hubo un dato de color en la Casa Rosada que anticiparía mucho de lo que pasó después.
Dujovne tenía un rictus de preocupación tan evidente que Macri le dijo antes de tomarle juramento: “Con más alegría, dejemos la preocupación para cuando esté sentado allá (por el Ministerio)”.
A partir de allí la relación entre ambos ha crecido, a tal punto que el presidente deposita cada vez más confianza en el “señor tijeras”, como lo llaman sectores de la oposición que lo defenestran por estar a cargo del ajuste.
Pero Dujovne, con su aspecto tímido, también sorprendió al presidente por lo que se podría llamar, sin segundas lecturas, su “poder de seducción”.
Cuando viajó a Nueva York a negociar el acuerdo con el FMI, en la city varios banqueros manifestaban sus dudas sobre si un funcionario aparentemente de bajo perfil como el ministro de Hacienda era el indicado para tamaña tarea.
Lagarde sabe que, en el que será probablemente su último cargo de alta exposición, se juega mucho apostando por una Argentina que, como mal antecedente, anunció el default más grande de la historia en el 2001.
Parece estar convencida de que el “caso argentino” servirá para demostrar que el Fondo cambió, y ya no solo se preocupa por el ajuste para garantizar los pagos de deuda, sino también por el frente social.
Así fue como Lagarde y Dujovne parecieron armar un buen equipo de trabajo -el último acuerdo lo anunciaron en una inédita conferencia de prensa conjunta- y eso fue valorado por Macri, quien le habilitó poder de mando al ministro para darle homogeneidad a la conducción económica.
Cómo reconquistar a la clase media
Macri necesita recuperar el favor de la clase media, y tiene poco tiempo para hacerlo, porque se viene el año electoral en el que tratará de retener la Presidencia.
El acceso a la vivienda propia, o al menos a un alquiler razonable, es el objetivo aspiracional más caro para ese amplio sector social.
El otro es viajar, sobre todo al exterior, algo que le será casi imposible al menos hasta 2020, tras la disparada del dólar.
Pero entre viajar y tener un techo bajo el cual vivir, ese sector social no duda, y por eso el Gobierno tomó y tomará varias decisiones vinculadas con esa necesidad.
Así, se decidió fortalecer el Plan Nacional de Vivienda, que no sólo incluye los topes a las cuotas de los hipotecarios UVA y el impulso de una nueva ley de alquileres.
También habrá exenciones impositivas para desarrolladores que construyan viviendas destinadas a las clases media y baja.
Y se relanzará el plan ProCreAr para la compra y construcción de la primera propiedad. Quieren construir 60 mil viviendas en cuatro años.
Cerca de la Rosada aseguran que habrá más medidas para volcar los menguados recursos del Estado en favor de este tipo de iniciativas.
Ejemplos: apurarán la licitación de tierras públicas, de la Agencia de Administración de Bienes del Estado, para la construcción de viviendas.
Y echarán mano al FONAVI con el fin de garantizar el otorgamiento de más créditos a las pymes constructoras.
Se estudian, además, medidas destinadas a agilizar el acceso al financiamiento por parte de los desarrolladores más chicos.
En el acto, el presidente lo dijo con claridad: “Las dificultades que atravesamos en los últimos meses han traído incertidumbre”.
No se equivoca en ese diagnóstico. La gran duda es si acertará en la solución.