De paso por España, el presidente de Chile, Sebastián Piñera, celebró el rumbo económico de Jair Bolsonaro. Aún no se había realizado la segunda vuelta en Brasil. Piñera descontaba el desenlace “en un país que ha conocido todos los escándalos posibles de corrupción” en el cual “la gente votó [en la primera vuelta] más en contra de los políticos que a favor de Bolsonaro”. El elogio tuvo premio. Contra la tradición de los presidentes electos de Brasil, Bolsonaro no visitará en primer término a su principal socio del Mercosur, Argentina, sino a Chile. Y aprovechará la ocasión para avanzar en la unión del Atlántico con el Pacífico a través de un corredor bioceánico que excluirá a Bolivia.
El proyecto de conectar al puerto brasileño de Santos con la costa chilena, más allá del impacto económico, tiene un sesgo ideológico. En palabras de Bolsonaro, “no seguir coqueteando con el socialismo, el comunismo y el populismo, y con el extremismo de izquierda”. En esa categoría inscribe al presidente de Bolivia, Evo Morales, perdidoso en la Corte Internacional de Justicia de La Haya en su afán de obligar a Chile a negociar una salida marítima con soberanía. El aliado en común con Piñera y con otros presidentes, como Mauricio Macri, Iván Duque y Martín Vizcarra, es Donald Trump, contracara de los sobrevivientes políticos de la era anterior, Nicolás Maduro y Daniel Ortega.
¿Qué impacto puede tener la política exterior de Brasil? Bolsonaro se propone contentar a Trump con el traslado de la embajada de su país en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, medida imitada por pocos. Entre ellos, el presidente conservador de Guatemala, Jimmy Morales, inspirado como Bolsonaro en la militancia religiosa. Brasil, a diferencia de otros países, puede marcar tendencia, pero no la impone por una tradición que hasta ahora se mantiene: nunca, desde el retorno de la democracia, se erigió como líder de América del Sur, aunque en los tiempos de Fernando Henrique Cardoso le haya puesto un límite a la pretendida influencia de México más allá de América Central.
El cambio de prioridades de Bolsonaro responde al plan El Nuevo Itamaraty (nombre del palacio en el cual funciona el Ministerio de Relaciones Exteriores). “Dejaremos de alabar dictaduras asesinas y de despreciar o incluso atacar democracias importantes, como Estados Unidos, Israel e Italia”, dice. Trump, Benjamin Netanyahu y Matteo Salvini, agradecidos. La virtual salida de Brasil del Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y del Acuerdo de París sobre el cambio climático, antes un hecho, ahora en duda, fortalece el discurso de gobiernos afines a la autocracia.
La mezcla del nacionalismo de Bolsonaro con el liberalismo de su máximo referente económico, Paulo Guedes, evoca tiempos pretéritos. Los de la Guerra Fría, con la defensa de las dictaduras militares y el combate contra el comunismo. La retórica muchas veces se contrapone con la realpolitik. China, supuestamente en las antípodas de Bolsonaro, es el comprador número uno de Brasil en el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y controla el Nuevo Banco de Desarrollo del grupo. El presidente Xi Jinping, embarcado en la guerra por los aranceles con Trump, felicitó a Bolsonaro por su victoria y, con la consigna de “una sola China“, soslayó su acercamiento a Taiwán durante la campaña.
Brasil es la economía más cerrada del mundo después de Sudán. La menor relevancia del Mercosur se basa en convenios con cada país en lugar de acciones en bloque. A diferencia del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, México y Canadá (exNafta), reformulado por Trump por el déficit de su país, Brasil ha tenido superávit con sus socios. Sólo con Argentina, entre el 12 y el 14 por ciento en los últimos años. Bolsonaro apunta al otro extremo, la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile), así como a la restricción en el ingreso de extranjeros. En el Estado de Roraima, limítrofe con Venezuela, se alzó con más del 70 por ciento de los votos. Un dato no menor.
Mejor que este filonazi visite a Chile, después se va a ver al emperador en EEUU y luego a Israel. Los chinos sí que saben hacer negocios.