Dan Brown y el Código Da Vinci siguen en el ojo de la tormenta, aunque
el mundo ruede y estalle en medio de ángeles y demonios y pequeños dioses a la
medida del terror y muerte. Es noticia el best seller y su autor no sólo por el
juicio en Londres sobre un supuesto plagio por los autores de El Enigma
Sagrado, que bautiza a Cristo como un profeta mortal, como lo acepta del
Islam. El monje benedictino de 64 años y de origen británico Alan Rees, se
ha suicidado tras sufrir una fuerte depresión que aceleró la lectura del Código
Da Vinci. Una nueva tarea para Robert Lagdon, el investigador de códigos,
criptas y catedrales herméticas. Rees se ha lanzado de una altura de 9.1 metros
desde la histórica Abadía de Belmont, ubicada ene l sur de Inglaterra. Una
nueva gota ácida al emblemático juicio, cuyos resultados conoceremos en las próximas
semanas.
Será muy difícil, en nuestra opinión una condena, pero tal
vez el Reino Unido dicte una nueva jurisprudencia en materia de derechos de
autor, más rigurosa. Nada será igual después del Código Da Vinci, y los
acuciosos y curiosos investigadores de fuentes para documentar sus libros tendrán
que ser más cuidados con el material que pescan y adjuntan o asimilan en sus
libros. No es nuevo lo que ha sucedido, pero se trata esta vez de la pugna entre
dos best seller, uno apareció hace más de dos décadas.
Es espectacular la nueva publicad que está recibiendo el
libro de Brown, rechazado, prohibido por la Iglesia católica, a quien se acusa
en el Código Da Vinci de haber ocultado que Cristo se caso con maría magdalena
y tuvo una descendencia que cuidaron protegieron los Caballeros Templarios.
El Código llegó al plato de la ilusión imaginaria de
millones de lectores en el mundo y transformó en un millonario a Brown. Los
lectores esperan ávidos aventuras que corten a navaja el dulzón merengue de la
historia, que los instalen en una nueva dimensión, les pulvericen sus creencias
y les reafirmen sus sagradas estupideces. Libros para grandes masas llenas de
morfina, somnolientas, aturdidas por la caja idiota y el placer digital de los
juegos. Nunca la idiotez fue más solemne y totalitaria, arranca de la mañana
ala noche, absorbe y corrompe las neuronas. Ante el “inminente Apocalipsis”
las más buscan una salvación en medio de la entretención, devoción devota de
la sagrada boludez mental.
Palabras, pistas, códigos, lenguaje secreto, morbo del
ocultamiento, todos los códigos conducen a un reino que no es de este mundo.
Brown se montó en la cresta de la ola de una sociedad que tiembla como una hoja
sin más destino que el que le impone el viento de cada atardecer. La que tendría
mucho que contar es la mujer de Brown quien investiga, hace las recopilaciones y
al parecer insinúa temas y personajes. Sí, la señora Blyte tendría mucho que
decir que hay detrás del Código Da Vinci, tal vez podría ser un gran tema de
una nueva novela. ¿O ella es Vittoria Vetra, la científica italiana que le
discute a Einstein y experta en yoga?¿Cuál será el próximo capítulo de este
interminable código de sorpresas ¿. Los tribunales británicos tienen la
palabra. Tienen una larga tarea por delante para escudriñar, comparar, revisar,
poner lupa a lo escrito y dicho en torno a la exitosa novela. ¿Agregará más
ficción o realidad? ¿Luz o una nueva oscuridad? Lo que diga el juez está bajo
la atenta observación del Vaticano, editoriales, escritores, entidades que
velan por el Derecho de Autor, abogados, en fin, un fallo de una enorme
repercusión que sentará una nueva jurisprudencia.
Rolando Gabrielli©2006