“La libertad sin responsabilidad es libertinaje, la libertad sin respeto es tiranía”.
Más allá de la cuestión de si existe o no la “sana envidia”, es ese mi sentimiento para con ellos. No pretendo entrar en una discusión semántica sobre el término, lo que intento es develar el porqué de este sentir.
Visito regularmente, desde hace casi 50 años, el país trasandino; esto me ha permitido compaginar una película acerca de su historia reciente, una película, y no una foto aislada y aleatoria.
Lo que me maravilla de nuestros vecinos, es ver cómo un país que hace medio siglo era extremadamente pobre, hoy se ha convertido en la nación más desarrollada de Sudamérica…. ¡en apenas 50 años!
No va a faltar quien diga que tienen muchos problemas, que no todo lo de allá es color rosa… ¡pues claro!, ¡no son extraterrestres ni semidioses! El tema no es recaer sobre sus males (que por supuesto los tienen), sino preguntarnos cómo lograron revertir la pasada decadencia en prosperidad.
Revisando el monumental estudio de Rudiger Dornbusch y Sebastian Edwards, vemos que, en 1973, Chile, de la mano de Salvador Allende, había caído en la peor crisis de su historia. Tenían la inflación más alta del mundo, la producción industrial había caído un 6% y las reservas del Banco Central eran de apenas 40 millones de dólares. Los ingresos tributarios habían bajado del 23,7% al 20,2% del PBI mientras que el gasto público había crecido de forma disparatada del 26,4% al 44,9%, llegando el déficit fiscal a un escalofriante 23% del PBI. Los salarios cayeron un 25% (en su poder adquisitivo, aunque subían nominalmente por la mentira de la inflación), alrededor del 60 % de las tierras de regadío de Chile y el 50 % de la superficie agrícola total estaba controlada por el sector público, y los precios subieron un 34,5% en 1971, un 216,7% en 1972 y un 605,9% en 1973.
En apenas tres años, Allende destrozó la economía chilena.
Todo ese desastre cambió después de la aplicación de la “receta liberal” emprendida por los “Chicago Boys”, receta que con sus particularidades se mantuvo firme a lo largo de este último medio siglo, receta respetada hasta por los gobiernos social-demócratas. ¿Fue exitosa? Valga de muestra este botón, en el último medio siglo, la pobreza disminuyó del 40% al 8%.
Antes de continuar, quiero aclarar que estoy en contra de todo tipo de dictadura, sea esta elegida por el voto como la de Allende o sea impuesta por las armas como la de Pinochet.
Una vez aclarado este punto, en el intento de evitar que algún mono-neuronal me tilde de “facho”, me gustaría plantear una pregunta: ¿qué sucedió en Chile entre 1973 y 1988 (gobierno militar) como para que un gobierno que se hizo del poder por la fuerza, obtuviese en el plebiscito del 88 el 44% de los votos, mientras que la suma de todos los partidos políticos alcanzase el 56%?
Sin duda este resultado no se debió a que los chilenos amasen los toques de queda o las restricciones políticas; la falta de libertad es algo repugnante y seguramente ellos lo detestaban.
Pienso que el crecimiento económico explosivo y espectacular que tuvo el país trasandino jugó un papel preponderante; ahora bien, este “milagro chileno” ¿se debió solamente a las políticas económicas acertadas?, ¿o hubo algo más?
Creo que ese algo más es el que marca la diferencia con otras experiencias pro-mercado (generalmente parcial y mal aplicadas) instrumentadas en otros países de Sudamérica. Ese algo extra, fueron los principios éticos de respeto y responsabilidad.
Respeto a las personas, a quienes no se las insulta; al peatón en cada esquina, al vehículo que transita por la derecha, al compromiso adquirido, al esfuerzo económico que implica estudiar (nunca es gratis, pagan los padres, los alumnos al egresar o el estado, pero siempre alguien paga), el respeto a la palabra empeñada, a las instituciones y a la patria.
Responsabilidad sobre los actos propios, sobre el aprovechamiento de las posibilidades de estudio brindadas, sobre el trabajo encomendado; responsabilidad entendida como un compromiso con el otro, pero sobre todo para con uno mismo y para con los valores éticos y morales.
La responsabilidad es la contracara y el respeto el canto de esa moneda de intercambio y cooperación social llamada libertad.
La libertad sin responsabilidad es libertinaje, la libertad sin respeto es tiranía.
Dijo Frédéric Bastiat: “El Estado es la gran ficción a través de la cual todo el mundo trata de vivir a costa de todos los demás”; o sea, una quimera en donde todo el mundo busca evadir sus responsabilidades y esclavizar al prójimo para su propio provecho.
La libertad sólo es posible cuando cada quien se hace cargo de sus decisiones y no procura delegar en el “otro” (estado) sus deberes y las consecuencias de sus actos. La libertad vive donde no se exige un plan social, educación y salud “gratuitas” (que en realidad paga el otro, o sea VOS), para los hijos que se engendran sin cuidado total el Estado, o sea VOS, me tiene que dar todo porque es mi derecho.
Chile no le debe exclusiva ni principalmente su fenomenal desarrollo a las políticas económicas, se lo debe al cambio cultural de sus habitantes, a la madurez social y cívica que adquirieron.
Los homicidios cometidos durante la dictadura de Pinochet, son una mancha negra en la historia de Chile, una mancha imperdonable y despreciable. Pero eso no debe eclipsar los logros del pueblo chileno, logros que los han llevado a ser el país con los mejores índices sociales y económicos de Sudamérica.