“El depredador reemplaza a la comunidad, se cayeron los vínculos sociales organizados”. Z.Baumann- La Comunidad.
Nosotros todos los días debemos ejecutar artesanalmente el arte de escuchar y de observar que nos permite en un auto-conocimiento empatizar y ponerse en el lugar del otro cuando acude a llorar sus sufrimientos. Sufrimientos que pueden ser negados, con tormentos, sentimientos de ruina sobre su vida y futuro y en muchos casos estos sufrimientos son proyectados y expulsados hacia afuera; pero sufrimientos al fin.
Escuchar y empatizar (ponerse en el lugar del otro) son tareas hoy revolucionarias en donde se escucha poco y la idolatría del Ego suplanta la cercanía al otro. La empatía requiere una gran capacidad para amar y más en un mundo transido por depredadores y denigradores de todo lo otro que sea diferente a su propio discurso megalómano. Comprender y amar son inseparables.
Depredadores
El depredador adquiere diversos rostros en la escena que cuentan familiares y residentes afectados por traumas crónicos: abusos, violaciones, mafias de venta de drogas, “manadas” de adolescentes narcotizados en competencias sexuales y de consumo, mayores liderando pandillas de adolescentes, correos de venta, hogares sin padres, familias consumidoras, generaciones enteras de consumidores, muertes ejecutadas con “maldad moral”.
En un momento en donde predominan depredadores el arte de escuchar y empatizar requiere importancia social. Hay mucho sufrimiento soterrado, escondido. Todo esto sintetiza la debacle de las instituciones y sucede en territorios que no tienen nada que ver con la Ciudad-Estado que pregonaban los griegos en donde la Ley era un canon que regía conductas. La polis y la ciudad ya no están en esos territorios por eso no hay Ciudad –Estado como añoraban los padres del mundo occidental del pensamiento. Las instituciones fueron comidas literalmente por la Tierra y esto me recuerda cuando visite Haití después del terremoto .Todo era intemperie, niños sin estirpes, huérfanos vagando. Se había demolido el orden parental. Náufragos y “nadies” vagabundeando.
Los depredadores robaban todo lo que encontraban y el ultraje era común. El cerebro reptiliano (antecedente del cerebro mamífero y el del homo sapiens en la escala filogenética) mandaba. La rapiña, el asesinato y la horda reemplazaban a lo humano representado por las estructuras superiores cerebrales. Ahí contexto social sin Ley y cerebro reptiliano se daban la mano. El otro como semejante y hermano había desaparecido.
La cartografía existencial que es la brújula de nuestras vidas se había roto: dilución del concepto de Ciudad-Estado, anomia (“anemia” de normas) del espacio público, caída de las instituciones de la Ley , caída del amparo a los más vulnerables y falta de vínculos y sistemas de contención.
Juan y su padecimiento
Juan entraba a uno de sus territorios sin Ley .Padre ya muerto en acciones ilegales, tíos consumidores, familia comprometida en el consumo, a su vez en su corta edad es ya padre de tres hijos abandonados por consumo también de la pareja circunstancial.
¿Qué va a buscar a una villa de las tantas del conurbano y de la ciudad? …quizás una respuesta equivocada para paliar su propio sufrimiento. Cuesta en este momento de la cultura y de los cuidados familiares ser testigos del propio sufrimiento, “bancárselo”, comunicarlo, elaborarlo.
¿A quién? ; Hay quienes?. En la escuela había consumos, sus padres estaban borrados. Con la caída de las instituciones transmisoras de la palabra las drogas y las “manadas adolescentes” surgen como recurso omnipotente para encubrir la dificultad de ser testigos de nuestro sufrimiento y ya sin compañías válidas y con la impotencia vital, todo esto se recubre por un momento con la omnipotencia de la dosis buscada fervientemente.
Con la transitoriedad de lo alucinatorio comprado en el “dealer” de la zona nos damos el espectáculo del éxito que oculta, al mismo tiempo nuestro fracaso vital.
En esos territorios sin Ley hay muchos “dealers”, sobran las armas lo cual sirve como amedrentamiento para el que entra .Hay claramente un Amo ahí, es el Amo del Dominio y de la Muerte.
Así cuando esa dosis alucinatoria tiene fin se repite compulsivamente hasta perder todo el sujeto para conseguir aquello que lo lleva a su propia muerte (deterioro, demenciación precoz, violencia, etc).
Prevenir el suicidio existencial
Pero en el máximo dolor de Juan aparece como un milagro de la vida la Madre en su función de protección y lo rescata luego de peripecias en comisarías y sorteando peligros vitales. La madre y el nuevo compañero de la madre serán garantes de una posible resurrección humana en donde también hay hijos de Juan en juego que observaban hasta ayer el espectáculo siniestro de las dosis y de los padres alucinados y ausentes.
Hoy los terapeutas en adicciones debemos considerarnos como reconstructores de un “tsunami” vital (por ello recordé lo de Haití).Actualmente en sociología de las adicciones se habla de “territorios de catástrofe” que son los lugares en donde el caserío suplanta a la noción de Ciudad –estado. Cambia el Lugar de la Ley y el Amo de la Muerte suplantó a la Ley de la Vida.
El Otro es nuestra Ley desde las enseñanzas de Moisés y del Cristianismo en donde los actos (mitzvot en hebreo) y el Amor son el testigo como ética que rige las comunidades.
Caída la Tierra, abierta como grieta como en Haití quedan tres tipos de personas: a. el huérfano, b. el depredador y el solidario. El terapeuta de adicciones en este “tiempo nublado” que nos rodea al decir de Octavio Paz necesita formar parte de la legión de los solidarios.
El depredador es la expresión de una de las caras de lo humano en su versión más oscura y diabólica (“diábolo” es etimológicamente lo que divide, lo que rompe).Nosotros debemos unirnos al orden de lo que congrega que es el orden ético del Amor y la Palabra, al orden simbólico (“symbolon” es lo que reúne).
Sostener al débil parece ser la base de la Cultura; el triángulo social padre-madre-hijo es la réplica de donde surge todo el orden social posterior. Incluso el gobernante, el Juez, el maestro, etc. no son más que derivados más o menos imperfectos de la Ley familiar del cuidado.