Los argentinos nos
vanagloriamos de ser poseedores, además de la calle más ancha del mundo, de la
más larga, del río más ancho y estupideces similares, de la última joya que
Dios –del que decimos que también es argentino- depositó en nuestras manos.
Se trata del mejor jugador de fútbol del mundo. Sin embargo, tal parece que
Dios decidió hace rato quitar su mano protectora de nosotros. Al menos es
seguro que la quitó, quizás por cansancio, de la figura de Diego Armando
Maradona.
En
sólo tres años hemos visto hasta el cansancio las tribulaciones en materia de
salud por las que atravesó “el 10”: su obesidad creciente, sus problemas
del habla y la coordinación -fruto de su saturación de cocaína-, sus idas y
vueltas con sus ataques y los viajes entre quintas y sanatorios, y sus
caprichosos cabildeos entre internarse en una clínica local o en Brasil, Suiza
o Cuba. Vaivenes cubiertos superlativamente por los medios de comunicación con
el tácito agradecimiento del gobierno de turno, ya que no venían mal para
distraer a la población, cada vez más díscola, de los diversos desaguisados y
corruptelas en curso. Finalmente, Diego recaló una vez más en la isla caribeña,
donde supuestamente se produjo el gran milagro: la cura de su adicción a las
drogas.
Al
poco tiempo de su regreso triunfal, “el 10” alcanzó la gloria completa
–muy distante por cierto de las alcanzadas en materia futbolística- al efectuársele
una operación que redujo su estómago y le devolvió una figura más que
aceptable en relación a la anterior. Desde entonces, Diego Armando Maradona se
ha volcado definitivamente a su nueva vida, atrapada por la noche y la farándula.
Una vida que ya conocía largamente, pero que se había visto interrumpida por
razones de salud. Por otra parte, en las antípodas de la imagen del jugador de
fútbol que fue, su comportamiento como persona ha ido degradándose a pasos
agigantados.
Estimulado
por su propio ego pero más todavía por la continua adulación con que se lo
cubre, la mayoría proveniente del notable imbecilismo ejercido por centenares
de periodistas que lo cortejan, “el 10” ya no repara en nada para mostrar
que el nombre de Dios –también adjudicado por su cortejo de chupamedias- ha
pasado a ser de su exclusiva
propiedad, además de acrecentar su ancestral patoterismo y su falta total de
escrúpulos para agraviar a quien no sea complaciente con él, sea hombre o
mujer y de cualquier manera, incluso, ante el periodismo.
La
última prueba de ello sucedió en los últimos días, cuando los medios
informativos se solazaron con las corridas del ex futbolista detrás de una
media-vedette, madre de dos hijos, para lograr sus favores y el rechazo, real o
supuesto, de esta a su persecución, hasta desembocar en un intercambio de
cartas-documento como para matizar esta novela. En el medio de ello, surgió la
estocada dirigida por Maradona a un periodista de espectáculos –que
justamente no está en la nómina de los complacientes- a quien trató de
“huevo duro” por no poder engendrar hijos propios. Este periodista le
respondió al “10” con una altura que nunca va a llegar a entender, al
reconocer su imposibilidad de engendrar hijos propios pero también la alegría
de tener hoy dos hermosas hijas adoptivas, y de paso le recordó a Maradona que
también él pudo haber tenido un hermoso hijo varón al que, sin embargo, le
volvió la espalda, en alusión al hijo italiano nunca reconocido por el ex
futbolista, que hoy cuenta con casi 20 años de edad y que varias veces intentó
que su padre siquiera le hablara.
Ahora
se avecinan algunos juicios contra Maradona, por un lado el del periodista y su
esposa por los dichos que afectaron también a sus hijas y, por otro, el de la
media-vedette, ya que “el 10” incluso se refirió de forma poco elegante a
los hijos de aquella. De todas maneras, a Maradona no le afectan los embates que
pueda lanzar la Justicia en su contra. Sabe de la debilidad de esta, en especial
cuando es su figura la comprometida, y recuerda con ironía que tiene ya una
condena de dos años y diez meses en suspenso por haber baleado desde una
casa-quinta a varios periodistas que, a su juicio, lo molestaban esperándolo
afuera.
Nadie
con sentido común cree que “el 10” esté curado de su adicción a las
drogas, sobre todo en el estado tan grave en que se encontraba en su caso, y
parece demostrarlo cada vez más con su despliegue en la farándula y en la
noche y con su estado visible y permanentemente “acelerado”. Pero su cortejo
de imbéciles jamás va a reconocer esto y, peor aún, le festeja todo. Maradona
siempre dice que “nadie se meta con sus hijas”, pero no tiene reparo en
“meterse” cruelmente con los hijos de otros. Es sólo una de las facetas que
muestra, dentro de su permanente caída libre, una ex figura víctima de la cocaína
y la pedantería que por un tiempo fue Dios, fue “el 10”, y que ya como
persona está seriamente devaluado. Una sombra que resulta enemiga de sí mismo.
Carlos Machado