Son horas de febriles negociaciones, pero sobre todo cálculos precisos porque ya no hay lugar para equivocaciones. Al menos para el gobierno nacional, que si alguna probada experiencia tiene es en ganar elecciones, pero que sin embargo exhibe esta vez una serie de desaciertos notorios frente a la que supone ser la madre de todas sus batallas: la de conservar el poder por los próximos 4 años.
Cuestiones que lo llevaron a encarar el tramo final del cierre de listas envuelto en una serie de dudas que nadie imaginaba que fuera a tener a esta altura del cronograma electoral.
Porque siempre estuvieron convencidos de que la elección se polarizaría una vez más con Cristina Fernández, nunca creyeron necesario pensar en un plan B, y descartaban de plano cualquier alteración de ese panorama. Con Cristina al frente, resultaba impensable que el peronismo pudiera unirse y con esa perspectiva confiaban los estrategas de la Rosada en que se les abriría el arco para vencer a la expresidenta en un balotaje.
Así lo pensaba también el “peronismo del medio”, ese que resultaba funcional a los planes del oficialismo de dividir el voto justicialista. Aunque no era la de ese sector una oposición testimonial; también se ilusionaban con vencer, convencidos de que si en lugar del gobierno estaban ellos en el balotaje contra el kirchnerismo, el peronismo masivamente se encolumnaría detrás de ese espacio.
Era lo que pensaban en Alternativa Federal ante la magnitud de la crisis y sobre todo las dificultades del gobierno de mantener quieto al dólar. La última vez que creció la ilusión en ese espacio fue con la última corrida en marzo, y ahí fue que subieron las acciones de Roberto Lavagna. Conforme la economía se estabilizó -aunque todas las variables dan en rojo-, esas expectativas comenzaron a menguar.
La certeza oficial de que Cristina jugaría se basaba en la previsibilidad política de la exmandataria. Con encuestas favorables como tenía, era impensable que fuera a bajarse. No advirtió el gobierno que era su juego el que resultaba ser previsible y la oposición podría terminar haciendo una maniobra impensada. Fue lo que sucedió el sábado 18 de mayo, cuando la expresidenta sorprendió anunciando que iría segunda en la fórmula presidencial.
Muchos reclamaron una inmediata reacción del gobierno que le permitiera recuperar la iniciativa. Otros sugerían que hacerlo sería acrecentar su debilidad y así resultó lógico que reservara para el cierre de listas la jugada que le permitiera recuperar centralidad. Pero hoy resulta notorio que antes de preparar una sorpresa Cambiemos necesita dominar su incertidumbre.
Descartado un ya impensable Plan V, las dudas giran en torno al compañero/a de fórmula que llevará Mauricio Macri. Todos los nombres posibles ya se han barajado; la decisión final la tomará el Presidente. Vale este dato, por los que sobrevaloran la decisión de Marcos Peña en esta materia: hay quienes recuerdan que Gabriela Michetti no era la elegida del jefe de Gabinete en 2015. Corre con ventaja que sea del gusto de Peña, pero define Macri.
Descartada Michetti porque su nombre sería suma cero, lejos quedaron las chances de las dos mujeres que se manejaban para sucederla. Carolina Stanley hace tiempo que quedó relegada ante la convicción de que los votos que podría aportar ya están definidos en favor de Cristina; Patricia Bullrich -que hasta no hace mucho era número puesto- seguirá al frente de la cartera que maneja, si gana Cambiemos. Es que su designación sería considerada una fórmula “demasiado pura”, que le apuntaría a un voto que en última instancia Macri ya tiene.
Cuando desde el radicalismo reclamaron la ampliación de Cambiemos, el gobierno hizo señales hacia el peronismo, al punto tal de ofrecerle a Juan Manuel Urtubey ser compañero de fórmula de Macri. Esa oferta existió y fue cuando el gobierno vislumbró que la avenida del medio estaba en riesgo de desaparecer, de ahí que resolvió incorporarla. Pero el gobernador salteño es lo suficientemente joven como para reservarse para el futuro y evitó hipotecar su futuro en el seno del peronismo.
Si de incorporar peronistas se trataba, ¿por qué no pensar en los propios? Por eso es que hace dos semanas circuló el nombre de Emilio Monzó, virtualmente alejado del gobierno pese a su probada eficacia en la aprobación de las leyes que necesitó la Rosada para gobernar, pero caído en desgracia frente al todopoderoso jefe de Gabinete. Esas mismas discrepancias servirían para graficar la apertura que tanto se le reclama al gobierno. Pero además garantizaría un detalle no menor en el que nadie parece estar pensando hoy en el gobierno: el día después del 10 de diciembre, si ganan.
Porque tendrán que lidiar con un Congreso mucho más difícil que el actual -que ya es mucho decir-, con una minoría similar en ambas cámaras, pero con la ausencia de un hombre clave en el Senado: Miguel Pichetto, el peronista que le garantizó la gobernabilidad a Cambiemos. Ya parece haber resuelto el gobierno el reemplazo de Monzó en Diputados, al anticipar que Cristian Ritondo será el presidente de la Cámara si gana Macri; el actual ministro de Seguridad de Vidal demostró en sus años al frente de la Legislatura porteña la muñeca que necesitará ahora si le toca mandar. Y es peronista.
Sería clave tener a Monzó al frente de la Cámara de Senadores, un cuerpo donde propios y extraños reconocen dificultades serias de Cambiemos en el manejo de las leyes. Sin Pichetto, tendrán que reforzar los negociadores.
Sin embargo no pareciera ser Monzó el elegido. En la semana que pasó, almorzó con Peña en la Rosada y acordaron que seguirá donde está hasta fin de año, pero no se habló de incorporarlo a la campaña. Fin de las especulaciones.
A menos que terminen sorprendiendo eligiendo a otro peronista, Rogelio Frigerio, el vice surgirá del radicalismo. Y no hay muchos nombres: Martín Lousteau es el que más votos le aportaría a la fórmula, pero ni él quiere el cargo, ni convence al gobierno su individualismo. Es lo mismo que piensan en la UCR, donde por lo bajo le reprochan ser un “inorgánico”. “En dos semanas nos estaría armando una interna”, exageran (o no tanto) en los pasillos de la Rosada.
Un radical potable sería el cordobés Mario Negri, pero viene de perder feo en Córdoba, y sobre todo de pelearse con su partido en esa provincia; no sería una buena señal entonces para el partido centenario. Y Ernesto Sanz podría ser tal vez el más indicado: con experiencia en el Senado y la misma convicción de apertura que Miguel Pichetto le reclamaba a este gobierno y que necesitarán si ganan, pero ha dicho y repetido que no quiere volver a meterse de lleno en la política.
Desde el gobierno quisieran que sus socios le aportaran mujeres para completar la fórmula, pero no tienen muchas. Sonó Laura Montero, vicegobernadora de Mendoza, pero tiene mala relación con el gobernador y presidente del radicalismo Alfredo Cornejo. También los nombres de otra mendocina, la senadora Pamela Verasay, y la diputada bonaerense Karina Banfi, pero no son conocidas. ¿Cómo instalarlas en tan breve tiempo cuando Macri necesita alguien que le aporte votos a la fórmula?
Este nivel de indefinición es una muestra de la sorpresiva impericia que han mostrado esta vez y hasta ahora los estrategas de Cambiemos, pero otra es haber minimizado el riesgo de perder la provincia de Buenos Aires. No haberle permitido desdoblar las elecciones a Vidal fue para reforzar las posibilidades de Macri. Ahora, desesperados por el riesgo cierto de que la gobernadora pierda, se la habilitó a negociar con el peronismo reactivar las colectoras. La “Y”, como denominan a esta jugada.
Esa maniobra extrema demuestra la debilidad de Cambiemos y expone sus errores. No desdoblaron para que no perdiera Macri, y ahora habilitan la “Y”, que podría hacerle perder al presidente la reelección en primera vuelta.
Porque para el anuncio de que Sergio Massa jugará con el kirchnerismo faltan solo días -la incorporación del FR al frente antimacrista se anunciará el miércoles; cómo jugará el propio Massa cerca del 22-, y así Unidad Ciudadana y el PJ se estarían garantizando superar el 40% en primera vuelta. Si Cambiemos no se ubica a menos de 10 puntos en octubre, game over. Es la apuesta del kirchnerismo, que es débil en un balotaje.
La “Y” podría hacerle perder votos clave a Macri en primera vuelta. Tal vez gane Vidal, pero con los votos que vayan a otros candidatos que compartan a la gobernadora el Presidente estaría en riesgo de perder en primera vuelta. Por lo pronto debe evitar la fuga del voto propio hacia candidaturas testimoniales como las de José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión. Y ni hablar de Lavagna. “Hay que ver si juega”, puso en duda un dirigente de Cambiemos.