Hay que ubicarse en la época para entender que el fallo que estaba a punto de dictarse el 3 de julio de 1989 en el Tribunal penal de Mar del Plata no estaba cantado. Eran tiempos en los que el concepto de femicidio no existía y en que la democracia era demasiado joven. Tanto, que todavía era bastante sencillo hacer desaparecer las huellas de una muerte, al menos para quien tuviera los contactos indicados y el dinero para pagarlos.

Eso no era todo. El que estaba sentado en el banquillo del acusado aquella vez no era cualquiera sino Carlos Monzón, el legendario ídolo del boxeo argentino que se había retirado invicto y lleno de gloria. La realidad es que no había certeza de que llegara la justicia para la víctima. Una víctima que, por otra parte, no alcanzaba la dimensión de su victimario. Una simple modelo llegada de Uruguay, Alicia Muñiz, quien fuera la última pareja del ex campeón y madre de su hijo menor.

A pesar de que estaban separados, Alicia había viajado a Mar del Plata en el verano de 1988 para ver a Monzón, que estaba de vacaciones en la casa del actor ya fallecido, Adrián Martel. Ella fue sabiendo que corría riesgos -muchas veces él la había golpeado duro- pero necesitaba la cuota alimentaria por el hijo de ambos con desesperación. Se dijo que Monzón, molesto por la separación, usaba sus influencias para que nadie la contratara como modelo.

La muerte de Muñiz se produjo en la madrugada del 14 de febrero de 1988. En el Día de los Enamorados, una verdadera burla del destino. Los paramédicos encontraron a Alicia Muñiz ensangrentada en el patio de la casa de verano, con la cara estrellada contra el suelo.

Monzón afrontó los primeros interrogatorios con la misma seguridad con que avasallaba a los que habían sido sus rivales en el ring. Es famosa su arrogante frase: “yo declaro y me voy a mi casa”, algo que le dijo en tono desafiante a su propio abogado cuando éste –que empezaba a ver las luces de alarma en la investigación- le insistió para que no hablara, para que se amparara en el derecho a no declarar. Un consejo que Monzón desoyó fatalmente.

Es que Monzón estaba seguro de que su versión de los hechos –que Alicia quiso arrojarse desde el balcón, que él trató de sostenerla, y que ambos cayeron- sería aceptada sin mucho trámite y que las inconsistencias de su relato se pasarían por alto en honor a quién era. El ídolo argentino no era para nada consciente de que había dos enormes obstáculos que asomaban en su camino.

Uno de ellos era la titular del tribunal que lo juzgaría, la jueza Alicia Ramos Fondeville, una pionera del feminismo. Mujer insondable, estaba habituada a estudiar los crímenes más espeluznantes sin que se le moviera un músculo de la cara, pero en este caso en particular no hacía ningún esfuerzo en ocultar que no sentía la más mínima simpatía por el ídolo que la miraba desde el banquillo.

La otra gran amenaza en puerta era el testimonio del médico forense que estuvo a cargo de la segunda autopsia, Osvaldo Raffo, una eminencia en las lides de la muerte. Raffo, que falleció a principios de este año, fue el mismo que convocó la familia de Alberto Nisman en 2015 para probar la hipótesis del homicidio del fiscal.

Si bien hubo toda una cadena de contradicciones y zonas grises en la investigación por la muerte de Alicia Muñiz que indicaban un probable encubrimiento policial, el testimonio del doctor Raffo fue determinante para Monzón, mucho más que la declaración del famoso cartonero Báez, que aseguró haber presenciado toda la secuencia desde una distancia considerable.

El eje del caso pasaba por probar de manera irrefutable que Muñiz estaba inconsciente al momento de caer por el balcón, porque ello eliminaba la versión de un accidente. La primera autopsia practicada al cuerpo de Muñiz, un compendio de irregularidades y fallidos, no había probado demasiado, pero la segunda a cargo de Raffo era la candidata a derribar al ídolo de su pedestal. Y así lo hizo.

Alguna vez contó el propio Raffo que cuando hacía la autopsia él ya sabía que eso había sido un homicidio. Su experiencia con cadáveres que le contaban sus historias finales lo habían entrenado para percibir qué tipo de muerte tenía enfrente, y lo que buscaba esa vez era una prueba del crimen.

Y extrañamente, la prueba que buscaba era justamente una ausencia: faltaba el músculo esternocleidomastoideo izquierdo del cuello, aquel donde seguramente había quedado la huella de una poderosa mano asesina. Alguien que seguía órdenes precisas -jamás se supo quien- lo había robado del cuerpo ya masacrado.“Te tengo, Monzón”, dicen que murmuró el médico.

La declaración de Raffo durante el juicio oral y público fue demoledora. Después de escucharla a nadie en el recinto le quedó dudas de que Alicia Muñiz había sido estrangulada hasta quedar inconsciente y que en ese estado de indefensión fue arrojada al vacío.

Alicia no tuvo el tratamiento que hubiera recibido si su muerte hubiera ocurrido hoy. La carátula del caso fue homicidio simple porque al no estar legalmente casados, la ley ni siquiera reconocía la figura de agravamiento por el vínculo.

Pero aún así, el fallo ejemplar llegó. El 3 de julio de 1989 -hoy se cumplen 30 años- Monzón escuchó en silencio la sentencia a 11 años de prisión y cerró los ojos, por primera vez abatido. Se retiró esposado y escoltado hacia la prisión. En enero de 1995, cuando ya gozaba de salidas transitorias, se estrelló con su auto en una ruta de Santa Fe, cuando regresaba al penal. Murió al instante junto con dos acompañantes.

Hoy por el canal Space se puede seguir la miniserie “Monzón”, producida por Disney Media y Pampa Films, en la que se narra esta vida digna de una película, en la que no falta el dinero, el glamour y la tragedia.

Para quien tenga interés en algo más detallado, en una descripción pormenorizada y apasionante de lo que fue un juicio histórico, existe una vieja película disponible en Youtube con Norma Aleandro, Carola Reyna y José Luis Alfonzo, “Monzón, el segundo juicio”, en la que se describe la secuencia del encubrimiento brutal que ensució esta muerte tristemente anunciada, que abrió el debate en Argentina sobre la tragedia de la violencia doméstica.