Es evidente que durante el invierno ocurre un incremento significativo de las infecciones del tracto respiratorio. El motivo es el aumento de la circulación viral, donde diminutos microorganismos encuentran en esta época del año condiciones excepcionales para su persistencia en suspensión en el aire y la transmisión por esa vía o por contacto a la vía respiratoria de otras personas.
El aparato respiratorio está expuesto a aproximadamente 10 mil litros por día de diferentes elementos en suspensión, incluyendo virus y otros microorganismos presentes en el aire que respiramos, pero las vías aéreas poseen poderosos mecanismos de vigilancia y protección que evitan que suframos muchas de esas infecciones. Las más frecuentes son el resfrío y la gripe, que suelen confundirse, pero presentan marcadas diferencias en cuanto a prevención, tratamiento y gravedad.
Mientras que la gripe es causada por el virus influenza, el resfrío común puede ser producido también por otros virus que circulan particularmente en el invierno. Ambos se contagian a partir de estornudos y tos y poseen síntomas muy similares: descarga nasal clara o blanca, estornudos, obstrucción nasal, dolor de garganta, disfonía, fiebre o sensación de fiebre, tos y cansancio; aunque la gripe suele tener síntomas más marcados como postración, cefalea y dolores musculares.
La principal diferencia para el paciente se encuentra en que los virus productores del resfrío común no son sensibles a los antibióticos y tampoco existen fármacos antivirales para la mayoría. El resfrío se trata con reposo -cuando los síntomas perturban la actividad normal del paciente-, analgésicos/antipiréticos, antihistamínicos con o sin el agregado de descongestivos. En cambio, la gripe, puede presentar una complicación bacteriana y entonces será necesario administrar antibióticos.
Lamentablemente, si bien una gripe suele representar una de las enfermedades más molestas y potencialmente complicadas que sufre una persona, paradojalmente el paciente suele automedicarse o consulta con un profesional desconocido que lo atiende por primera vez, habitualmente sobrecargado de trabajo en medio de una epidemia.
Una vez que el médico ha corroborado que se trata de una gripe, suele prescribir medicación sintomática. El cuadro suele mantenerse sin cambios los primeros 2 o 3 días, lo cual inquieta al paciente y su familia, por lo que es recomendable que el paciente o su familia puedan contactarse con el profesional si notan que la situación empeora. Si bien el curso final de la gripe no complicada es una lenta recuperación, los enfermos crónicos y los adultos mayores pueden complicarse con mucha mayor frecuencia que el resto de la gente.
La única medida capaz de evitar el desarrollo de la gripe es la vacunación antigripal anual, a través de vacunas que contienen cepas de influenza A y B. La vacuna está disponible en Argentina a partir del mes de abril y puede ser recibida por todos los mayores de 24 meses de edad. La indicación recomendada por el calendario en nuestro país comprende a los niños entre 6 meses y 5 años y a los mayores de 65 años. Además, incluye a las embarazadas y puérperas, y a los portadores de enfermedades pulmonares, cardíacas, renales, hepáticas, cáncer, diabetes e infección por HIV de cualquier edad.
La influenza se presenta todos los años en brotes de gravedad variable que duran cerca de 8 semanas y se calcula que los adultos corren el riesgo de padecerla una vez cada 10 años. Se recomienda a la población que, si presenta síntomas con fiebre, consulte a un médico.