Sólo el clan Pippo tuvo la respuesta que decenas de investigadores y periodistas buscaron durante años en vano. Angélica Romano y sus hijos Federico y Esteban Pippo supieron desde el minuto cero quién decidió que Oriel Briant, una respetada profesora de inglés de City Bell y madre de cuatro niños, debía tener un final tan macabro. Este fue el pensamiento que primó en la Justicia casi desde el principio aunque nunca pudo probarse. La tortura, mutilación y muerte de la víctima, 35 años más tarde, sigue siendo un enigma.
Aurelia Catalina Briant –“Oriel” para su familia y amigos- tenía 37 años cuando desapareció de la casa de su madre, donde se había mudado ni bien se separó de su esposo, el profesor de Literatura y Filosofía, Federico Pippo, luego de que él la amenazara con un cuchillo. La mañana del 10 de julio de 1984 un vecino escuchó el llanto desconsolado de Christopher, de 3 años, que vagaba solo por el jardín: alguien se había llevado a su mamá.
Según pudieron saber los investigadores de aquel momento, durante la noche del 9 de julio alguien llamó a la puerta ya muy tarde y como ella abrió sin reservas, era obvio pensar que se trataba de un conocido. Es lo último que se sabe de Oriel Briant viva.
Lo que quedó de la que había sido una hermosa y querida mujer apareció unos días más tarde, el 13 de julio, a un costado de la ruta 2. Los exámenes revelaron un sufrimiento difícil de narrar. Decenas de puñaladas, dos balazos y muchos cortes. También le habían extirpado el estómago seguramente para dificultar la autopsia.
La escena con la que se encontraron los efectivos era monstruosa y algunos de ellos hasta vomitaron en el lugar. Los demás pisotearon la escena del crimen yendo y viniendo y como resultado, ninguna de las pruebas recolectadas sirvió para nada. Si fue impericia o si en cambio fue un accionar premeditado de la Policía para cubrir a los hermanos Pippo -ambos eran empleados de la Bonaerense- nunca se supo.
Las teorías
El primero en ser arrestado fue un vecino que estaba iniciando una relación sentimental con Oriel, aunque no tardó en ser absuelto por falta de evidencias. Luego se habló de un crimen satánico, de ritos y de una película para ser comercializada entre grupos aficionados a las escenas de violación y torturas. De hecho, el abogado de los Briant denunció en su momento que existía una filmación del padecimiento y asesinato que sufrió Oriel, algo que nunca se comprobó.
Más allá del móvil –que sigue siendo un misterio- era unánime la certeza de que la respuesta estaba en el clan Pippo y hacia ese punto se dirigió la investigación, que pronto arrojó un historial de peleas y maltratos de Federico hacia su esposa. En el entorno de ella muchos pensaban que él se había casado interesado en el dinero de la familia Briant y relataron que Pippo solía dormir fuera de casa, que salía mucho con algunos de sus alumnos de la facultad. El nombre de uno de ellos, “Charly” Davis, empezó a sonar como un probable amante de Pippo.
Fue Davis el primero en asustarse en el interrogatorio y hablar de lo que la Policía ya suponía. Dijo que Pippo le había confesado que odiaba a Oriel, que quería verla muerta y que ya había contratado gente para que se encargara, aunque más tarde se desdijo.
Los peritos hablaron de un odio irracional del asesino hacia las mujeres –sobre todo por las lesiones en la zona genital- lo que concordaba con la teoría de que Pippo quería librarse de su mujer para quedarse con todos los bienes y vivir su romance con su alumno. Otros pensaban que Pippo estaba celoso y que había querido vengarse de Oriel por haber puesto fin al matrimonio.
La razón nunca se esclareció, pero sí quedó como un hecho que todo el clan Pippo participó. Los muebles que faltaban de la casa de la madre de Oriel fueron hallados en la casa de Néstor Romano, primo de los Pippo, quien al verse acorralado confesó que la noche de la desaparición sus parientes se presentaron en su casa con una mujer rubia que parecía drogada.
Federico, Esteban y su madre terminaron presos en el Penal de Olmos donde estuvieron poco más de un año, pero al final salieron en libertad por falta de pruebas.
Final abierto
Luego de la liberación de los acusados, la investigación siguió durante años. Hubo allanamientos a las propiedades de Pippo, excavaciones, pesquisas, periodistas que se abocaron a la tarea de dilucidar el caso, pero nunca se supo establecer por qué mataron a Oriel Briant, quiénes lo planearon y por qué lo hicieron de ese modo brutal. No hubo condenas. En 1988 los Pippo fueron sobreseidos de manera definitiva.
La primera en llevarse el secreto a la tumba fue la madre de los Pippo, que poco tiempo después de salir en libertad falleció de muerte natural.
Federico Pippo no volvió a ser el mismo profesor que deslumbraba a los alumnos con sus conocimientos. No volvió a pisar un aula y se convirtió en un ermitaño del que no se tuvo más noticias hasta 2001, cuando lo hallaron vagando en City Bell hablando incoherencias y amenazando a la gente en la calle. Fue llevado a un psiquiátrico donde estuvo un tiempo por ser considerado peligroso para sí mismo y para el resto.
Pippo volvió a esconderse del mundo hasta su muerte, en junio de 2009, a los 68 años. Poco después dos de los hijos que había tenido con Oriel, Christopher y Julián, fueron arrestados por robo y tenencia de drogas.
Néstor, el primo que se supone prestó la casa donde estuvo secuestrada la víctima, falleció en 2006, también por causas naturales. No volvió a saberse de Esteban Pippo, a quien años después la Justicia ordenó indemnizar por los salarios perdidos desde que fue expulsado de la Policía.
Nadie volvió a visitar la tumba de Oriel Briant. Vencido el plazo para levantar los restos, lo que quedó de ella fue a parar a una fosa común sin que nadie reclamara sus huesos, sin que nadie la llorara, y sin haber tenido justicia. Silvia Martínez
pobrecita Oriel, ni siquiera su hermana tuvo piedad por ella, paz!!!
No solo la historia es triste,sino que además quedó inpune.