“Siamo fuori”, “out”, “kaput”.
Dígase en el idioma que quiera. Sí, quedamos fuera del Mundial. Se acabó la
fiesta, y como dice el Nano Serrat, “vuelve el pobre a su pobreza, vuelve
el rico a sus riquezas y el señor cura a sus misas”. Una de las lacras
del periodismo como lo son los comentaristas de fútbol, eternos veletas
sanateros que dicen, se desdicen y se contradicen a diario en sus sesudas
opiniones, y que en el caso de la selección argentina siempre quisieron echar a
José Pekerman de la dirección técnica –en especial los chupamedias de
Maradona- y luego, tras el 6 a 0 frente a Serbia y Montenegro y hasta llegar a
cuartos de final llamaban a la selección “el equipo de José”, ahora, tras
una derrota más que honrosa enarbolan sus hachas para volver a echar a
Pekerman, descuartizar a Crespo, etc., y calzarse ellos el buzo de técnico para
discurrir qué es lo que se debió hacer y qué no.
Pero otras lacras mucho peores vuelven a asomar sus
fauces. Las mismas que estuvieron protegidas y disimuladas por la euforia
mundialista. Y ahora a agarrarse, porque el circo tan esperado por el gobierno,
que deseaba que hubiera podido seguir al menos hasta una final protagonizada por
la Argentina, ya fue, ya no está más. Ya no dará más tiempo al pingüinaje
para que pasaran desapercibidas esas otras lacras como la tremenda inseguridad,
la pobreza, la marginalidad, la corruptela y los tejes-manejes con fondos públicos
que apuntan hacia una única dirección de aquí a dentro de un año: la
reelección “K”, sea “pingüino o pingüina” (presidente dixit). En
definitiva, volvimos a la “normalidad”. Esta normalidad tan argentina que
tanto viene sofocando a los argentinos.
Prosigue el gobierno con sus recorridas por los
“shoppings”, saliendo de compras por provincias y municipios –los que
después se encargarán a su vez de hacer su propia salida de shopping- para
adquirir apoyos, adhesiones y conciencias en feudos tan proclives a no tenerlas.
El pingüinaje, en tanto, ya lanzó oficialmente su nuevo juguete, el
“Compromiso K”, en la Capital Federal. Mientras Argentina y Alemania velaban
sus armas para su encuentro por cuartos de final, en Parque Norte pasaron, sin
pena ni gloria -más que la efímera que le brindó el canal oficial-, los insípidos
y aburridos discursos del devaluado Rasputín presidencial, de la hermana
presidencial y del cajero presidencial. Con lo de siempre: contarles a los
asistentes el mismo aburrido cuento. Que “hicimos” ésto, aquello y lo otro,
como si fueran grandes logros, por ejemplo, haber creado más asistencialismo,
otorgado más “planes Trabajar” y seguir incluyendo a éstos como medida
para bajar el desempleo. Del hambre y la inseguridad ni palabra, más que el
reconocimiento de que “existen todavía indigentes”, frase asumida
estoicamente por Alberto Fernández.
Sí, volvimos a la normalidad. El presidente pasa otro
fin de semana “para descansar” en su reducto patagónico. En realidad para
cumplir con el habitual chequeo y tratamiento a cargo de su oncólogo personal,
antes del viaje a Venezuela para seguir reafirmando acuerdos o anudando otros
con su pintoresco amigo bolivariano.
Para la gran mayoría de los argentinos, se acabó la
fiesta. Vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a sus riquezas, el señor
cura a sus misas... y nosotros a nuestras miserias. Las mismas para las que por
ahora no se vislumbra solución alguna. Ni voluntad política –sea de parte
del gobierno o de la inexistente oposición- para encontrarla.
Carlos Machado