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JAQUEADOS POR EL DELITO

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MENORES, IMPUTABILIDAD Y DESCONOCIMIENTO
MENORES, IMPUTABILIDAD Y DESCONOCIMIENTO

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    Vivir en la Buenos Aires de hoy se ha vuelto todo un desafío, desde los problemas de desempleo, la mala atención en los servicios básicos, salud y educación, hasta el tema de agenda: la inseguridad.
    A los ya problemas del hombre de ciudad, la inseguridad le suma un nuevo aditamento, el no saber de qué se va a ser victima hoy, porque no hay quien no tenga alguien cercano que no haya sufrido un delito en carne propia.
    Mientras la inseguridad jaquea a todos, desde los despachos los mensajes son otros, como si estuvieran jugando otra partida. En notas anteriores describí esta especie de mitomanía y miopía política. Pero el tema no termina allí: si de trazar paralelismos se trata, tal y como el gobierno -que aprovecha cualquier hecho que se pueda vincular a los gobiernos de facto y así relucir una vez más su único caballito de batalla, los derechos humanos-, podemos comparar las declaraciones del ministro del Interior con las declaraciones de esas épocas en las que nos decían “estamos ganando”. Las últimas declaraciones de Fernández, al afirmar -ya cansado de repetir- que el delito no aumentó, no alcanzaron, ahora redobló la apuesta y se animó a asegurar que el delito bajo.
   Semejantes palabras sólo puedo considerarlas como una expresión de deseo, ya que ayer mismo recorrí las principales estaciones de subterráneos para ver qué ha cambiado en la seguridad de los mismos, y pude ver cómo los punguistas -ahora en grupo- continuaban sus trabajos delictivos a pesar de que inexpertos policías caminaban más preocupados en fumar o jugar con los celulares que en vigilar. Y si observaban a alguna señorita, no fue con ojos de "profesional". En breve expondré imágenes de cómo los hechos que son a diario cometidos en la Capital Federal pasan frente a las narices mismas de los policías. No sé qué informes llegan al ministro o si este los interpreta a su conveniencia, pero es evidente que algo está en contraposición con la realidad.
    Los delitos sexuales se han vuelto a denunciar. No podemos decir que hayan vuelto a cometerse porque el violador no puede dejar de violar, lo que pasa es que algunos ilícitos trascienden y otros no, algunos se denuncian y muchos no. Ciertas ciudades como La Plata de pronto se convierten en noticia por el aumento considerable de violaciones, en las que la policía a veces no acierta siquiera en la respuesta y le endilga a la detención de un violador serial el "tiempo" como elemento de éxito. Seguramente esto sería como esperar a que el destino o Dios hagan algo.
    Pero de esto parece que ningún político toma cuenta, al menos nadie pide explicaciones a tan disparatada declaración a la prensa, tal vez porque en el fondo esto distrae la atención sobre los verdaderos responsables y la lleva hacia una institución y profesión ya desacreditada a la que, como al tigre, una mancha más no le hace nada.
    Tan mal estamos frente al delito que ya han surgido las primeras reacciones negativas ante semejante ola de violencia y, como dice el refrán, la violencia engendra violencia. Así, un grupo de hermanos, cansados de los robos y las agresiones a su padre decidieron hacer justicia por mano propia con un menor y lo terminaron privando de su libertad para luego asesinarlo. Entonces, la jueza de menores que ahora está enfrentada ideológicamente con el gobierno -especialmente con el Ministro del Interior que salió a descalificarla-, realiza un discurso ambiguo a la prensa: por un lado dice que no va a entrar en un debate social respecto a si fue un acto de justicia ni marcará qué es lo que hay que hacer con los menores porque ella es jueza.
    Por otro lado, la jueza dice que va a evaluar las actuaciones ya que lo ocurrido remite a otras épocas y aparenta tratarse de un mensaje mafioso, ya que al menor lo torturaron y le amputaron partes de su cuerpo.
    Por mi propia experiencia, me pareció raro que alguien sea torturado con esas amputaciones. Al parecer, la magistrada se excedió en las especulaciones y con muy mal tino su presunción se desvaneció con el informe forense, ya que las mutilaciones podrían haber sido causadas por animales o alimañas, con lo cual no solo las declaraciones no se ajustaron a las de un magistrado en plena investigación e instrucción, sino que revelaron que la pasión, la ideología y la imprudencia le ganaron a la mesura y dejó en evidencia una falta de experiencia en este tipo de hechos o falta de preparación para entender en los mismos, pero ¿qué se puede esperar de un país donde todos opinan de todo?
    Ahora cabe preguntarse, ¿no hay ninguna responsabilidad desde la justicia de menores en lo que pasa? Porque se defienden posiciones ideológicas de si hay que bajar o no la edad de punibilidad, pero nadie se preocupa en qué se debe hacer con los menores delincuentes.
    No hay dudas de que la droga, la falta de educación y los malos ejemplos nos ha dejado una masa de jóvenes y de niños que no encuentran valores, ejemplos, ni motivos para respetar y respetarse ellos mismos.
    A esto hay que sumar que nos saturan diariamente con juegos, páginas de Internet, películas, video juegos y cuanto medio de impresión exista, basados en pornografía, violencia y sadismo.
    La pobreza tampoco es una buena consejera: gente marginada, que engendra hijos privados de toda dignidad humana, que ni siquiera puede tener una formación, ayudan al cultivo de “malas juntas”, a oscuros vicios necesarios para olvidar su propia condición y el resentimiento a esa sociedad que los excluye. Muchos de los que suelen abogar por los pobres difícilmente sepan cuántos hay en la Capital Federal viviendo en esquinas o entradas de negocios por las noches tapados con cartones y por el día deambulado y mendigando. Muchos de ellos son niños que desde pequeños son abusados o prostituídos, entonces ¿qué nos asombra?
     La sociedad violenta que padecemos no es más que el producto o el resultado de pésimas gestiones de gobierno, ya Tomás Moro hace siglos atrás se refería a este tema en idéntica sintonía y al parecer, a pesar del paso del tiempo, no hemos aprendido nada como sociedad.

 

Marcelo Ricardo Hawrylciw

 

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