En Argentina para la dupla presidencial (Kirchner/Fernández de) las leyes y el
control parlamentario no sirven. Los periodistas no genuflexos no sirven. Los
opositores políticos no sirven.
En consecuencia, a menos de que todos pasemos a formar parte
de “los K” no serviremos. Esto realmente es una conclusión inmediata y
primaria, aunque necesaria.
Lo relevante en la cuestión de “los que no sirven” está
sencilla y desgraciadamente en la definición de quienes serían “los que
sirven”, en un país muy próximo a cumplir dos siglos de la gesta de mayo de
1810.
El ánimo opositor, la lucha por la libertad, la actuación
del periodismo y el establecimiento de normativas nacionales fueron algunas de
las bases que sentaron los principios del futuro independentista, a más claro
está, de las necesarias luchas contra invasores y colonialistas de entonces.
Poco más de un lustro después se declaraba la independencia de todo dominio, y
aquella revolución fue imprescindible como antecedente contra la opresión. Eso
hoy parece ciencia ficción para muchos.
Los argentinos conocemos, por experiencias desgraciadas, lo
que significa conculcar las libertades y los derechos cuando ejercieron el poder
los matrimonios, las ternas genocidas militares y los unicatos uniformados como
para estar alertas en el presente y futuro. También recordamos a quienes con
mentiras y cómplices de entonces regalaron el patrimonio nacional y quienes
entregaron centenarios principios políticos al neoliberalismo.
El travestismo de amplios, amplísimos, sectores de la
vida política, gremial, social y cultural para subirse a la “nueva ola
progresista” no es una novedad por estos pagos.
Ayer sucedieron y duraron muy poco tiempo después de
haber alcanzado las prebendas, privilegios, prerrogativas y beneficios buscados.
Hoy muchos impensados personajes se desviven por las
gratitudes de la dupla presidencial y van entregando los compromisos, luchas y
reconocimientos públicos y populares por estar en los escenarios, palcos y
bancas que “generosamente” permite y entrega el poder.
Mañana, cuando los personeros de los derechos humanos
abandonen el protagonismo de la actividad política ejecutiva y legislativa,
quedará para muchos los vestigios de “el haber pertenecido” y las ansias
por volver a pertenecer a cualquier “pagador” de turno, sea quien sea,
provenga de donde provenga y vaya a donde vaya.
Ahí, sin embargo, están y estarán los 129 artículos de
una magna ley que se refiere a la forma de estar constituidos como Nación y
desde donde se establecen los principios de la argentinidad, junto a las más
altas garantías y derechos de todos los habitantes. Sí, aún de los que no
pertenecemos al grupúsculo de oráculos, bufones, contratados, pagados y
vendidos al poder por unos cuantos cientos, miles, o millones de pesos
dispuestos arbitrariamente por el responsable político de la administración
general del país y administrados sin control por el ministro jefe de gabinete.
Pero resulta sorprendente, y por que no sospechoso, que no se
puedan lograr los consensos necesarios -para permitir poner un freno a las
arbitrariedades, terminar con los miedos que produce el no estar arrimados al
poder y exigir que no se haga aquello que sabemos que será nefasto y dañino-
desde la oposición política y de los que somos independientes de cualquier
pertenencia partidista. No ideológica por supuesto.
¿Serán las “necesidades y urgencias” las que establecen
“superpoderes” para acallarnos?
¿Serán los miedos insinuados desde el poder lo que
inmoviliza al periodismo crítico?
¿Serán las contraprestaciones de todo tipo y cuantía
recibidas por los legisladores, gobernadores e intendentes las que hacen bajar
los principios otrora defendidos?
¿Serán todos ellos los que no sirven y no justamente
nosotros?
Hugo Alberto de Pedro