Decidido a ponerle el cuerpo a la campaña, en momentos en que para muchos de su sector su figura pasó a ser mancha venenosa -aunque nadie vaya a admitirlo-, el Presidente salió el lunes pasado a imponer el hashtag #SiSePuede, obsesionado por alentar personalmente a sus seguidores. La consigna incluye la estrategia de recorrer en el transcurso de un mes 30 de las principales ciudades del país, atento a que fue la pérdida de los grandes centros urbanos la clave de su derrota en las PASO.
El hashtag fue corregido al día siguiente, cuando apareció el acento en la i, instalándose definitivamente el #SíSePuede que ahora sí imponía una aseveración, en contraste con la errónea consigna inicial de tono dubitativo. Es el karma de este gobierno convivir con los errores…
Pero Mauricio Macri no se quedó en la consigna y sorprendió sobre el final de la semana llamando directamente a marchar en su apoyo; una propuesta inédita para Cambiemos, que siempre se desentendió de esas convocatorias nacidas, cada vez que se hicieron, en las redes sociales. Temerosos del éxito de las mismas, desde el gobierno siempre se mostraban ajenos a la organización de esas marchas, aunque las disfrutaban plenamente cuando se revelaban multitudinarias.
La última, el 24A, fue la que le devolvió cierta dosis de combustible al espíritu del oficialismo. Fue también la primera que el Presidente disfrutó en persona, pues se plegó al festejo desde el balcón de la Casa Rosada. Ahora, contrariando antecedentes y estrategias, es el propio mandatario el que desde las redes salió a convocarlas.
“YO VOY! El sábado 28 a las 17 comienza la Marcha del #SíSePuede en Barrancas de Belgrano, Ciudad de Buenos Aires. Tenemos una semana para coordinar con otros y armar carteles”, tuiteó Macri el viernes, en un tono infrecuente, que marca un cambio rotundo respecto de lo que fue durante estos años no solo la comunicación, sino también la estrategia de campaña oficialista. Pareciera dejar de lado Macri los escenarios 360° para ir hacia un estilo más tradicional; un territorio inexplorado para el macrismo…
Como también lo es, claro está, tratar de revertir una derrota. La única que experimentó Macri en carne propia fue en 2003, cuando perdió las elecciones en la Ciudad de Buenos Aires con Aníbal Ibarra. Esa vez fue distinto: le había ganado por cuatro puntos en primera vuelta y después perdió el balotaje 53% a 46%. Ahora Mauricio Macri perdió por 16 puntos las PASO, números que transforman casi en quimera la posibilidad de darlo vuelta el 27 de octubre.
Precisamente la Ciudad de Buenos Aires es clave en las elecciones que se disputarán dentro de cinco semanas. Para el oficialismo en general y el PRO en particular, que se refugiará en ese distrito si octubre reconfirma lo que se dio en agosto. Todo indica que en caso de que así suceda, Horacio Rodríguez Larreta emergerá como el nuevo líder del partido creado por Mauricio Macri, pensando ya en las presidenciales de 2023… dentro de un siglo, visto en términos de los tiempos políticos de la Argentina.
Pero también es clave la elección en ese distrito para la principal oposición, obsesionada por desplazar al actual oficialismo en octubre, sí, pero también con hacerlo con una gran diferencia. Están las condiciones dadas para conseguirlo, afirman convencidos en el bunker de la calle México, y para eso exploran no solo reforzar victorias, sino también y sobre todo revertir tendencias en distritos adversos. Por eso la especial atención que aun antes de las PASO puso Alberto Fernández en la provincia de Córdoba, clave para el macrismo tanto en 2015 como en 2017, y donde volvió a ganar en agosto pasado. Y la insistencia para los próximos comicios de octubre, a sabiendas de que tiene un espacio amplio para torcer voluntades, si la ola que asomó en agosto se confirma en las elecciones generales.
Lo mismo sucede en CABA. En ninguno de estos dos distritos Alberto piensa en ganar el 27 de octubre. Le sería tan difícil revertir el resultado de la anterior elección como a Macri hacerlo con el resultado de las PASO. Se trata de acortar distancias, y puntualmente en la Ciudad de Buenos Aires ahora la apuesta es forzar un balotaje. Algo totalmente posible, atento a los antecedentes en CABA, y de consecuencias impredecibles en caso de alcanzarse tal objetivo. Por eso el candidato del Frente de Todos se mostró la última semana junto a Matías Lammens y Gisela Marziotta en Ciencias Exactas de la UBA -facultad que el kirchnerismo ya considera casi como un espacio partidario propio-. Cierto es que ese distrito nunca fue contemplado por el Frente de Todos como “ganable”, y ahora, con cautela, visualizan esa posibilidad, razón por la cual han salido a armar equipos y planes para un eventual triunfo que -de todos modos- se revela aún poco probable.
Distinto es en la provincia de Buenos Aires, donde Axel Kicillof sigue haciendo campaña pero ya está abocado a armar el gabinete con el que descuenta asumirá el 10 de diciembre. En La Plata tienen esa sensación también. Una encuesta de una consultora importante que llegó esta semana a funcionarios y el círculo rojo da cuenta de una amplitud del margen de la victoria del exministro de Economía de Cristina Kirchner, de cara a octubre. El dato no pasó desapercibido en el entorno de la gobernadora, que a sabiendas de las dificultades de revertir el resultado de las PASO busca al menos salvar distritos importantes propios en riesgo de caer y fortalecer una tropa legislativa importante que cimente el liderazgo de María Eugenia Vidal desde la oposición.
El ejemplo a seguir es el de Sergio Massa, que ha logrado mantener liderazgo y estructura desde 2013, más allá de sucesivos traspiés electorales. Y buena parte de ese poder lo mantuvo en función del papel que le tocó encarnar como líder de la oposición en la provincia de Buenos Aires. Claro está que Kicillof no tiene el perfil de Vidal, pero tampoco tendrá mayoría en caso de ganar y necesitará de ella en consecuencia. No son pocos los dirigentes de Cambiemos que desde el Congreso siempre rescataron la figura del todavía diputado nacional. “Es alguien con el que se puede hablar”, señalaba hace tiempo un encumbrado legislador a la hora de desmitificar la imagen que se le recuerda de su paso por el Ministerio de Economía.
Si bien hoy nadie pone en duda el liderazgo que pueda conservar María Eugenia Vidal en caso de no reelegir, lo cierto es que eso tendrá mucho que ver con el resultado final que suceda en las elecciones generales. Aun el liderazgo más importante resulta averiado con derrotas demasiado contundentes.
La gobernadora -que sigue sin mostrarse en actos junto al Presidente- ha dicho y repetido que ella no se irá a ningún lado, que su destino está en la provincia de Buenos Aires y allí se mantendrá pase lo que pase el 27 de octubre. No faltaron, no obstante, los que sugirieron la posibilidad de un retorno a la Ciudad de Buenos Aires, donde fue vicejefa de Gobierno. Atendiendo quizá a que ni Rodríguez Larreta, ni Diego Santilli tienen reelección en 2023, ella podría ser número puesto entonces…
“No, olvidate, el candidato de entonces es Martín Lousteau”, advirtió ante este medio un hombre que conoce bien al jefe de Gobierno y confía en lo acordado por aquel con el exembajador en Washington cuando lo sumó a su lista. Fue parte de su proyecto presidencial, que incluye alentar a Lousteau a que vaya por la presidencia del radicalismo.
Igual, falta mucho para entonces, y no solo no se han resuelto aún las elecciones generales, sino tampoco despejado los nubarrones para la transición entre ese resultado y la asunción de las ¿nuevas? autoridades. Pasadas las elecciones restarán 44 días para el traspaso de mando y hay quienes con algún interés particular seguramente alimentan con “pronósticos” de adelantamientos de entrega del poder a bizarros “analistas políticos” como Luciana Salazar, que desde la pista del Bailando sugieren tal alternativa como si se tratara de un paso de comedia.
El gobierno necesita que al menos después de las elecciones el FMI desembolse los 5.400 millones de dólares que restan del crédito aprobado oportunamente y que garantizaría un final de mandato decoroso. Todas las señales indican que las autoridades del Fondo aguardarán al resultado de las elecciones para resolver si finalmente envían esa última remesa. Asegurar el envío de ese dinero es el objetivo de la reunión que el ministro Hernán Lacunza mantendrá este miércoles en Washington.
Por eso mandó al Congreso, antes de viajar, el proyecto de reperfilamiento de la deuda local. Sin demasiada expectativa de que sea tratado; solo para cumplir con las formas en la previa de ese trascendental encuentro con funcionarios del FMI.