Ultimamente, el Opus Dei (“Obra de Dios” en latín) ha estado
recibiendo varios y duros golpes en seguidilla, que han dejado a esa imagen
austera, seria y honesta que siempre quiso imponer a sus miembros, y a los crédulos
extramuros, definitivamente en el terreno de la fábula. Los dolores de cabeza
que le causaron a la “Obra” primero el libro y después la película “El Código
Da Vinci” –a la que pretendió censurar sin éxito- resultaron una nimiedad
al lado de lo que se fue sucediendo posteriormente. Veamos sólo tres ejemplos.
Comenzaremos por la detención, en mayo último y en
Coral Gables, en las afueras de Miami, del uruguayo Juan Peirano Basso, el único
que permanecía prófugo de la familia de banqueros que integraba junto a sus
hermanos José, Dante y Jorge, a su vez detenidos hace tiempo. Los Peirano Basso
adquirieron una triste fama al involucrarse en turbios manejos que, además de
provocar el derrumbe en 2002 de la plaza financiera uruguaya, dejaron un tendal
de ahorristas estafados no sólo en su país sino también en Argentina y
Paraguay, a través de sociedades anónimas fantasmas y en especial del Banco
Velox que habían adquirido hace varios años en
Buenos Aires.
La familia Peirano, que llegó a ser la de mayor
fortuna en Uruguay, era considerada además la flor y nata del Opus Dei. Según
indica Guillermo Wacksman en el semanario uruguayo “Brecha”, la estrepitosa
caída de los Peirano tras los fraudes bancarios que se les imputan, estimados
en 800 millones de dólares, significó para la “Obra” un desprestigio
irreparable y causó graves dificultades financieras a muchas de sus
instituciones, en especial las de índole educativa. Por otra parte Juan Peirano
Basso, que ahora espera un juicio de extradición, no sólo pertenece al Opus
Dei sino –quizás a causa de los delirios de grandeza que ataca a sus miembros
más destacados- también es “caballero” de la Soberana Orden de Malta, una
institución creada en épocas de las cruzadas y ultraconservadora al igual que
la “Obra”, además de tener veleidades de “Estado”, aunque no es mucho
lo que se conoce sobre su real cometido, salvo el hecho de que reparte
condecoraciones entre altos funcionarios, banqueros y otras personalidades con
cierto predicamento en el mundo. Sean honestos o no; eso es al margen.
Narcolimosnas
En febrero último comenzó a circular en Colombia el
libro “El confidente de la mafia se confiesa”. Su autor es Gustavo Salazar,
un polémico abogado defensor de capos mafiosos y del narcotráfico, quien
revela, entre otros temas, la forma en que el dinero de los carteles de la droga
fluyó hacia diferentes sectores de la sociedad colombiana en las últimas dos décadas,
y cómo los carteles de la droga de Medellín y de Cali donaron millones de dólares
a altos prelados colombianos, con lo cual éstos lograron acceder a altos cargos
en el Vaticano.
Según Salazar –y esta parte del libro le generó al
Opus Dei tantas cefaleas como “El Código Da Vinci”- dos de los beneficiados
con ese flujo de dinero mafioso son el cardenal Alfonso López Trujillo y monseñor
Pedro Rubiano, ambos ligados a la “Obra”. El primero, destacado actualmente
en el Vaticano, es miembro de las Congregaciones para la Doctrina de la Fe, para
la Causa de los Santos, para los Obispos y para la Evangelización de los
Pueblos. Además, preside el Consejo para la Familia y es un prelado muy cercano
al actual Papa Benedicto XVI, otro opusdeísta, e incluso su nombre fue uno de
los barajados en un principio para suceder al fallecido Juan Pablo II, quien
también fuera sostenido a rajatabla por la organización. Por su parte monseñor
Rubiano es el Arzobispo de Bogotá y Cardenal Primado de Colombia, tras presidir
por varios años el Obispado de Cali.
En declaraciones a medios locales, que generaron un lógico
revuelo, el abogado Salazar afirmó que puede jurar ante un fiscal que la mafia
les dio plata a esos dos altos jerarcas de la Iglesia. Según Salazar, ambos
recibieron mucho dinero cuando eran obispos de las ciudades de Medellín y Cali,
agregando: “Eran tiempos en que la plata rodaba y ambos hombres de la
Iglesia salieron beneficiados, y en esa época recibir plata de los narcos no
era delito o no era pecado”.
Sobre López Trujillo, Salazar señaló que “va a
tener que decir si es verdad o no que en el Club Medellín y en el Club Unión
se reunió varias veces con el capo Gustavo Gaviria y con (el extinto jefe
del cartel de Medellín) Pablo Escobar”. Ese dinero, sostiene el autor
del libro, habría sido enviado al Vaticano, aprovechando la colecta anual de
dineros para el Papa. Agregó Salazar que “López Trujillo salía del
palacio arzobispal en su famosa limusina y se reunía a almorzar o a cenar con
estos mafiosos, quienes le besaban el anillo y le entregaban varias veces
dinero, una de ellas un maletín con 150.000 dólares, según me dijo muchas
veces Otoniel ‘Otto’ González, lugarteniente de Pablo Escobar”.
Respecto de monseñor Rubiano, el abogado afirma que “recibió
aportes del cartel de Cali cuando oficiaba de obispo de esa ciudad, por
intermedio del abogado Vladimir Mosquera, en nombre del capo Elmer ‘Pacho’
Herrera”.
Si bien el Opus Dei y su hoy definitiva sucursal
como es el Vaticano pondrán ante estas acusaciones el grito en el cielo, no
puede resultar extraño que este caso de las “narcolimosnas” haya ocurrido
cuando, como es ya de público conocimiento, en Colombia los carteles de la
droga pudieron comprar en su momento a varios funcionarios, entre policías,
jueces, alcaldes, gobernadores y hasta un candidato presidencial.
Agua sucia bajo los puentes
Otro golpe que muy a pesar suyo acusó el Opus Dei
ocurrió recientemente, al encontrarse el cadáver del financista italiano
Gianmario Roveraro, quien había desaparecido a comienzos de julio tras un
presunto secuestro. El motivo habría sido un fraudulento negocio inmobiliario
de más de dos millones de euros que debía producir, en primera instancia,
beneficios por 10 millones, y al cual Roveraro aparentemente decidió renunciar
o, como sospechan otros, encarar por su propia cuenta, sin “socios”,
lo que habría causado la ira de sus cómplices. Lo extraño es que
Roveraro, dos días después de desaparecer, se comunicó con su esposa
aparentemente desde Austria, pidiéndole que le transfiriera un millón de euros
a una cuenta en Suiza. La mujer, que entró en sospechas, consultó el tema con
su abogado, ambos decidieron hablar con la policía pensando en un secuestro
extorsivo y la fiscalía, finalmente, decidió bloquear los bienes del
matrimonio.
Cabe recordar que Roveraro no carecía, en realidad,
de antecedentes como estafador. Se había visto envuelto, hace algunos años, en
uno de los mayores escándalos financieros de Europa: la quiebra de la empresa
alimenticia Parmalat, que dejó un déficit de 14 millones de euros. La fiscalía
de Parma, ciudad sede de la empresa, había acusado entonces a Roveraro de
integrar una “asociación de malhechores con fines de bancarrota
fraudulenta”.
El caso es que el
financista asesinado desapareció la noche en que volvía a su casa, en
Milán, luego de haber concurrido a una reunión del Opus Dei, del que era
miembro supernumerario. Su cadáver apareció prolijamente trozado y metido en
un saco, semidescompuesto gracias a los 40 grados de temperatura del verano
europeo, bajo un puente a 30 kilómetros de Parma. Cuestiones que hacen pensar
por lo menos en algunos símbolos o coincidencias. Si bien Roveraro residía en
Milán su cadáver aparece cerca de Parma, ciudad que vio nacer, crecer y
derrumbarse –gracias al financista, entre otros- a la empresa Parmalat. El
saco que contenía los restos estaba ubicado debajo de un puente. También
debajo de un puente, pero en este caso colgado, fue hallado en 1982 Roberto
Calvi, quien fuera presidente del quebrado Banco Ambrosiano de Milán, vinculado
entonces en operaciones financieras –la mayoría no muy claras- con el
Instituto para las Obras Religiosas (IOR), más conocido como “Banco
Vaticano” o “Banco del Papa”. Esta entidad sufrió una gran pérdida de
dinero al tener que cubrir los dólares evaporados del Ambrosiano, y la lucha
para salvarla hizo transpirar bastante al entonces Papa Juan Pablo II y a sus
amigos del Opus Dei.
Ambas muertes, la de Calvi en 1982 y la reciente de
Roveraro, más las circunstancias en que fueron hallados sus cuerpos, reflejan
sin duda un mensaje mafioso. Al mismo tiempo no dejan de resonar algo extrañas
las palabras del portavoz del Opus Dei en Roma, Giuseppe Corigliano, al
referirse a la muerte de Roveraro, cuando señaló: “Gianmario en este
momento no sufre más, y estamos seguros de que ha recibido su premio”.
¿Premios o castigos?. Todo
es posible ya sea que a la “Obra” le hagan ganar dinero... o se lo birlen.
Carlos Machado