Mientras el presidente Mauricio Macri afinaba los últimos detalles del coucheo de cara al primero de los debates presidenciales previos a las elecciones generales, el canciller Jorge Faurie formalizaba la ruptura con el régimen de Nicolás Maduro, al darle plena representación como embajadora de Venezuela en nuestro país a la enviada de Juan Guaidó, el presidente encargado de la nación caribeña. El gobierno daba así, en plena campaña electoral, una nueva muestra de diferenciación con el candidato presidencial del Frente de Todos; y un paso más pensando en el día después de la elección, si esta resulta adversa, como todo pareciera indicar.
En ese caso, el presidente electo deberá ver si esa es otra de las tantas medidas que tendrá que desandar en los primeros días de su llegada al poder, con las consecuencias internacionales que eso implicaría. Diga lo que diga el candidato presidencial opositor, el de Venezuela es un tema que le genera inconvenientes serios y que lo interpela a futuro con administraciones importantes de las que puede expresarse lejano, pero que necesitará de manera trascendente si llega al poder. Hablamos de Estados Unidos y Brasil.
Metido de lleno en una campaña electoral a la que le ha puesto el cuerpo, cambiando todos los paradigmas seguidos por él durante su carrera política, Mauricio Macri ha logrado en esta instancia de la campaña marcar la agenda, lo que no es poco para como venían las cosas a partir del resultado de las PASO. Y de yapa, incomodar al favorito de las elecciones generales. Lo ha hecho corriéndose del plano intermedio para trazar posturas bien opuestas al Frente de Todos y más próximas a su electorado original.
No ha tenido problemas el mandatario en situarse más a la derecha, cuestión de estar bien enfrente del kirchnerismo, saliendo en busca del voto más propenso a acercársele, a sabiendas de que ya no tiene sentido hurgar donde el ex jefe de Gabinete tiene mayor afinidad. Por eso es que en el marco de su gira por las principales ciudades el Presidente se ha manifestado por ejemplo abiertamente “a favor de las dos vidas”, distanciándose de su postura de hace poco más de un año, cuando habilitaba el debate del aborto en el Congreso, mostrando una amplitud de criterio que sorprendió entonces a propios y extraños.
En ese mismo contexto el gobierno viene endureciendo su discurso y en el camino encuentra tropiezos de los dirigentes del Frente de Todos, que como vienen las cosas preferiría hacer la plancha hasta las elecciones, pero no puede evitar algunas gaffes de sus figuras. Como la de Axel Kicillof -amplio favorito para desplazar a María Eugenia Vidal-, que tuvo que salir presuroso a aclarar sus dichos sobre los que venden droga. O el candidato presidencial, que no pudo con su genio y se enredó en las redes sociales en una discusión con la ministra de Seguridad, al salir al cruce del proyecto de ley anunciado por el gobierno para castigar a aquellos imputados que mientan durante un juicio. Habló de policías que matan por la espalda y el supuesto espionaje de jueces, y salió a “atenderlo” Patricia Bullrich, que en esos contextos se siente muy a gusto.
Las reglas básicas de campaña establecen que un candidato presidencial de esa envergadura no debe enredarse en discusiones con dirigentes de “menor rango”, pero ya se sabe que Fernández reniega de ese tipo de prevenciones.
Con esas cosas el gobierno ha logrado el objetivo de incomodar a su principal oposición y correr el eje del debate, que el FdT quisiera mantener fijo en la economía. Aunque los resultados no son para ilusionar al oficialismo: la realidad permanentemente se ocupa de que las aguas vuelvan a su cauce, pues los datos de la economía golpean una y otra vez, con indicadores que siguen la constante de hace más de un año de dar siempre negativos. El desahogado festejo del triunfo en Mendoza se topó a menos de 24 horas con el anuncio de un índice de pobreza récord en la era Macri; las multitudinarias marchas en todo el país que no terminan de sorprender a propios y extraños, y encienden una tenue ilusión en el macrismo duro, encontrarán su contrapeso esta semana en el anuncio del índice inflacionario de septiembre, que rondará el astronómico 6%.
Mal registro diez días antes de las elecciones para un gobierno que llegó anunciando que la inflación ya no sería un problema.
¿Le suman al gobierno estas posturas extremas, matizadas con promesas de cierto corte populista y por lo tanto difíciles de asimilar? Le sirven, como dijimos, para diferenciarse más del kirchnerismo, y fundamentalmente fidelizar el voto duro y acercar porciones electorales de los sectores que quedaron a los costados de la polarización extrema. Una apuesta que no alcanzaría para dar vuelta la elección -proclama enarbolada en estas marchas multitudinarias-, pero que abriga la apuesta de mínima, que es subir algunos peldaños el porcentaje alcanzado en las PASO, con el fin de quedar competitivos de cara a un futuro en el llano.
Sin embargo los encuestadores coinciden en advertir en esta actitud de Macri la aceptación de que después del enorme traspié de las PASO una parte de sus votos estaría migrando hacia Roberto Lavagna, en cuyo caso le apuntaría ahora al votante de José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión.
Si bien la esperanza de llegar al balotaje es genuina en sectores ilusionados del gobierno, impera en buena parte del oficialismo la convicción de que la fórmula de los Fernández llegará en las generales al menos al 50% de los votos, y en ese marco un buen resultado para Juntos por el Cambio sería hoy alcanzar los 38 puntos. Derrota al fin, ese terminaría siendo un buen resultado que así y todo resulta difícil para el oficialismo: debería asegurar una buena fiscalización que en las primarias no existió y aumentar el caudal de votantes.
Lejos de esas expectativas, encuestadoras como Gustavo Córdoba y Asociados sostienen que Macri estaría repitiendo el 27 los resultados de las PASO.
Muchos de los que desde agosto vienen pensando en el día después del 10 de diciembre se preguntan cómo debería ser esa eventual vuelta al llano, en la que consideran prioritario mantener la unidad con los socios originales de Cambiemos. En ese caso sumarán al menos 110 diputados y más de 25 senadores; separados serían barridos por un oficialismo que tendrá mayoría en el Senado, pero no en la Cámara baja, por lo que solo unidos podrían hacerle frente. Pero más allá de la estrategia legislativa, lo que estará en discusión en el futuro es el liderazgo de esa eventual oposición. Y en este contexto, muchos se preguntan si una mejor performance de Juntos por el Cambio en estas elecciones no consagraría el deseo de Mauricio Macri de, como mínima, ser el jefe de la oposición.
No es lo que sus socios ni las principales figuras del PRO desean, y ese podría ser un problema para el mantenimiento futuro de la alianza. Sí entusiasma sin duda al naciente albertismo, que disfrutaría de que Macri representara desde el llano lo mismo que Cristina fue para Cambiemos en esa misma instancia.
Como sea, para eso falta todavía que transcurra la elección. En el ínterin, Macri seguirá haciendo anuncios diarios para un eventual y cada vez más hipotético segundo mandato, y apuesta a la épica que pueda representar la concentración en el Obelisco del próximo sábado; mientras que la ruta de Fernández parece más cómoda de transitar. Y estarán los debates, que según los encuestadores “no alcanzan a cambiar el voto”.
Es posible, tal cual pudo percibirse en el realizado el jueves pasado entre los candidatos a jefes de Gobierno porteños. Tienen reglas muy estructuradas, que tienden a proteger a los candidatos. Si bien nunca participó de un debate, Alberto Fernández difícilmente tropiece. Mauricio Macri tiene sobrada experiencia en la materia: desde 2003 participó en seis debates y mal no le fue. Igual, es el que más riesgo corre, por ser el presidente y al que el resto de los candidatos apuntarán. Si la historia fuera distinta, tal vez hubiera encontrado la manera de esquivar este compromiso, como en 2011, cuando iba por la reelección para jefe de Gobierno y no quiso debatir.
Hoy lo necesita, como Daniel Scioli en 2015 para el balotaje después de haber faltado al debate de la primera vuelta. La mayoría decide su voto en las dos semanas previas a la elección, afirman los encuestadores, alentando la esperanza oficialista. Pero también está claro que el que votó al ganador de las PASO no suele cambiar en la elección general.