En la madrugada del jueves 20 de marzo de 2003, el cielo milenario de Bagdad (paradójicamente “Ciudad de la Paz”) se vio estremecido por el puño de hierro de otra coalición occidental, esta vez sólo integrada por EEUU y Gran Bretaña, que descargó sobre sus cabezas oleadas de misiles supuestamente “inteligentes”. El festival del odio, fue televisado en directo gracias a la tecnología de las cadenas CNN y Al Jazzera –su contrapartida árabe- y otras, buscando mediante el impacto visual, excitar a las conciencias y al mismo tiempo mandar un metamensaje. En el caso de la CNN, un bastonero de George “Cowboy loco” W. Bush, advertir a aquellos países encuadrados dentro del “eje del mal” lo que les espera si no someten a la voluntad del amo. Y en el caso de Al Jazzera, poner en pantalla aquellas imágenes que su rival estadounidense censure, para provocar reacciones unánimes de repudio en los televidentes provenientes del amplio espectro musulmán.
Pero esta emisión de la muerte en directo, registra varios antecedentes que es conveniente puntualizar, ya que a pesar de la inmediatez de la información, en todo conflicto bélico la primera víctima sigue siendo la verdad.
Primera Guerra del Golfo y los Balcanes (1991-1996)
Cómodamente sentado en un lujoso estudio emplazado en el Complejo Turner de Atlanta, el periodista uruguayo Jorge Gestoso de la CNN, no puede reprimir un gesto de complacencia. Es la noche del jueves 17 de enero de 1991, y la fuerza aérea de la coalición comienza a pulverizar “blancos de oportunidad” en territorio iraquí. Gestoso no vacila en describir el “espectáculo fascinante” que se presenta ante él, vía satélite. A unos kilómetros de allí, en Washington, el presidente George Bush padre respira aliviado al oír las minuciosas descripciones de Gestoso, referentes a la explosión de misiles y bombas en el cielo de Bagdad. Comenzaba la Primera Guerra del Golfo.
El ojo televisivo está presente para inmortalizar el acontecimiento, debut oficial del Nuevo Orden Mundial. La pantalla dispara ráfagas de imágenes en todas direcciones, surcando el extenso espacio de la aldea global.
Pero la CNN se cuidó mucho en mostrar todo, estableció un filtro poderosísimo para que no se emitiera ninguna escena que alterara la sensibilidad occidental; como por ejemplo los cadáveres de sus caídos en combate. Por eso, para el filósofo francés Jean Baudrillard “la guerra del Golfo nunca existió, porque fue sepultada, ya sea en los bunkers de hormigón y arena iraquíes o en el cielo electrónico americano, o tras las pantallas parlanchinas de la televisión, otra forma de sepultura”. Hoy todo tiende a ser sepultado, incluida la información en sus bunkers informáticos.
También la guerra se sepulta para sobrevivir. En ese forum de la guerra que es el Golfo, todo se esconde: se esconden los aviones, los tanques, Israel se hace el muerto, se censuran las imágenes, toda la información está bloqueada en el desierto, sólo funciona la tevé como un médium sin mensaje, dando por fin la imagen de la televisión pura. La información tiene una función profunda de decepción. Poco importa lo que nos informa -poco informa- la “cobertura” de los hechos, sino, precisamente, algo que “cubre”: ella apunta al consenso por encefalograma chato. Condenar a todo el mundo a la recepción incondicional del simulacro de las ondas, tal es el complemento del simulacro incondicional sobre el terreno. Abolir toda inteligencia del acontecimiento. He aquí un problema para los que creen que la guerra existió. ¿Cómo es posible que una guerra verdadera no haya generado imágenes?”.
En el caso de la guerra interétnica y fratricida de la ex Yugoslavia, los gobiernos de Serbia y Croacia utilizaron la TV para mostrar las atrocidades cometidas por uno y otro bando, a fin de fomentar las represalias. Por doquier fueron exhibidas de manera obscena, imágenes de cadáveres mutilados, persiguiendo ese oscuro propósito. Se pretendía echar combustible a la zarabanda sangrienta, aumentando la adrenalina y la sed de venganza. Durante el verano de 1992, la RTB (la televisión de Belgrado, Serbia) lavaba cotidianamente el cerebro de su gente. En sus mentes tenían marcada a fuego una máxima de hierro: si quieres ganar la guerra, controla la pequeña pantalla. Así de simple y directo.
Los croatas no estuvieron exentos de esta exacerbación informativa. El 2 de mayo de 1991, la televisión de Zagreb presentó los cuerpo mutilados de tres oficiales de policía croatas caídos en una emboscada. El 30 de agosto de 1995, cuando dos obuses serbios estallan en medio del mercado central de Sarajevo, justo cuando se hallaba repleto de personas que hacían cola para comprar pan. Los muertos alcanzaron un total de 37, siendo profusamente filmados desde todos los ángulos por la TV croata. Como se percibirá, ambos bandos utilizaron a la pequeña pantalla como arma válida para aniquilar al enemigo. Y tanto los periodistas serbios como croatas, estaban obligados a ser patriotas antes que informadores imparciales respetuosos de la verdad.
Vietnam (1965-1975): Napalm en la cena
En diciembre de 1965 desembarca en la base de Da-Nang (en el entonces Vietnam del Sur) la III Fuerza Anfibia de Infantería de Marina estadounidense. Es recibida hasta con los tradicionales collares de flores.
Un equipo de televisión acompaña a los marines, con el fin de que la iniciativa del presidente Lyndon Johnson se vuelva popular.
Tres años después, el 31 de agosto de 1968, los norvietnamitas desencadenan en todo el país la ofensiva del Tet, que coincidía con el año nuevo budista. Saigón se estremecía con los violentos combates callejeros, que alcanzaron a la misma embajada de EEUU.
Las cadenas de TV difundieron miles de tapes mostrando todo, intentando reflejar la impresión real. Las imágenes en vivo desterraban el optimismo de Johnson, y la declaración del comandante supremo estadounidense en Vietnam, general William Westmorland –que anunciaba la retirada de sus fuerzas en 1969-, parecía provenir de un alucinado. Por primera vez en la historia, el fenómeno televisivo hacía que los estragos de esta guerra entraran en los hogares, todos los días en horarios centrales.
El pueblo norteamericano cenaba en compañía de los aviones Phantom F-4 en vuelo rasante, arrasando aldeas sospechosas de colaborar con el Vietcong con napalm. O asistía a la masacre de la aldea My Lay, sentado impávido frente a ese órgano de la supravisión; tratando de comprender lo que pasaba en ese punto perdido del globo. Allí morían centenares de sus compatriotas, hijos, padres, hermanos, esposos, amigos. La TV tornaba esas muertes en algo público, eran de todos porque viajaban a los EEUU casi al mismo tiempo en que se producían. El organismo supletorio les insertaba en la mente un sinnúmero de secuencias crueles, y bien pronto, se vio que eso era demasiado para su sensibilidad. Cuando la conflagración entraba en su quinto aniversario, la oposición en EEUU creció alcanzando oleadas inusitadas. Grupos estudiantiles, ex combatientes, intelectuales, líderes políticos y sindicales organizaron multitudinarias manifestaciones de protesta, exacerbados por lo que percibían a diario en la pantalla chica.
El 30 de abril de 1975, tres años después de la retirada formal de EEU, a las 8:00 AM, las cámaras mostraban al último helicóptero Chinnok partiendo de la azotea de la embajada estadounidense en Saigón, a escasos momentos de convertirse en Ciudad Ho-Chi-Minh. El final sobrevenía en directo, como lo fue en el principio, convirtiendo al pueblo de la nación intervensionista en espectador involuntario del colapso final.
El trauma subsiguiente fue atroz; las autoridades de la Casa Blanca y del Pentágono aprenderían con creces la lección. En el futuro, los resultados de esta enseñanza serían contundentes. No habría filtrajes de información. O lo que es peor, ésta ni siquiera existiría. El ojo en llamas no tendría por qué ser abierto.
Malvinas 1982: euforia y censura
El viernes 2 de abril de 1982 fuerzas de Infantería de Marina argentinas desembarcaban en las Islas Malvinas, desencadenando un conflicto armado entre ese país sudamericano y Gran Bretaña. Paradójicamente, ambas naciones se encontraban en el mismo bloque hegemónico, el occidental y cristiano. El drama duraría 74 días, finalizando con la rendición de los argentinos el lunes 14 de junio de 1982.
Para la TV británica este atípico enfrentamiento, fue la oportunidad excelente de impregnarse de un inusitado fervor nacionalista, más propio de 1914-1945 que de finales del siglo XX. Pues el gobierno conservador de Margaret Tatcher utilizó la pantalla chica para difundir su postura de corte belicista, como condición de hierro para permanecer en el poder. Las cámaras filmaron profusamente la partida de la Task Force al remoto Atlántico Sur, como si se tratara de una ópera cómica. La pantalla mostraba a los paracaidistas y marines desfilando al son de No llores por mí Argentina, en medio del fervor de una multitud delirante de victorianismo. Pero el romance FFAA-periodismo se esfumó rápido.
Pronto los hombres de prensa británicos tuvieron un anticipo de lo que sobrevendría, al recibir unas normas gubernamentales que puntualizaban: “la esencia del éxito en una guerra es el secreto. La esencia de un periodismo de éxito es la información”. Esta contraposición tan obvia, traería aparejado un conflicto que no tardó en manifestarse.
Si bien en Vietnam, como se puntualizó arriba, se vio el conflicto casi en vivo, Malvinas constituyó un acontecimiento totalmente diferente desde el punto de vista informativo. Por razones técnicas y de seguridad (más que nada), la mayoría de los reportajes televisivos que se difundieron en Gran Bretaña, consistieron en textos leídos ante una imagen fija que hacía de fondo.
De los 26 periodistas embarcados con la fuerza expedicionaria británica, sólo dos eran de cadenas televisivas. Brian Hanrahan y Michael Nicholson realizaron peripecias tratando de transmitir sus crónicas. Pese al equipo especial transportado vía aérea a la isla Ascensión, se demostró que era técnicamente imposible utilizar el satélite militar Scot para enviar a Londres material televisivo.
Las notas de ambos superaban muchas veces a las crónicas de la prensa escrita por varios días, pero mandarlas a Londres era una verdadera proeza logística. También, la actitud abiertamente hostil de los militares británicos constituyó una férrea censura implícita que tenía que sortearse.
Asimismo, nunca los televidentes tuvieron oportunidad de ver un cadáver perteneciente a un soldado británico. En la pantalla chica pudieron apreciar el valor de la Fuerza Aérea argentina en la bahía San Carlos, asistieron al drama heroico de los conscriptos argentinos, pero jamás se toparon cara a cara con una muerte propia.
Como si en una guerra, las bajas fueran sólo del enemigo. Sin embargo, del lado argentino las cosas fueron peores. Al principio, la TV mostraba profusas imágenes en las cuales se percibía un frenesí azul y blanco. Las pantallas de ATC, el canal estatal, se atiborraron de declaraciones patrioteras, muchedumbres insultando a Galtieri pero vivando a las FFAA y a la patria y asistiendo al destape del anteriormente prohibido rock nacional. Desde ese canal, el inefable José Gómez Fuentes berreaba constantemente que “vamos ganando” y que la guerra iba a “concluir de una sola manera: triunfante”.
Pero luego del ataque aéreo británico del 1° de mayo, que fue cubierto en el lugar de los hechos por el periodista Nicolás Kasanzew, el ojo televisivo fue cerrado abruptamente. Así, el ominoso final en Puerto Argentino, sólo fue percibido de manera indirecta mediante la impersonal voz del locutor de radio oficial.
Concluyendo
La relación guerra-TV viene de lejos, y se la manipuló, en cada caso, según las conveniencias del momento.
Desde Vietnam, pasando por Malvinas y la Primera Guerra del Golfo Pérsico, el conflicto de la ex Yugoslavia y la actual Segunda Guerra del Golfo, el ojo televisivo puso su sello en el living de cada casa y produjo, según el tenor de su mensaje, reacciones de toda clase.
Fernando Paolella