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Borges en medio del escándalo menos pensado

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Un museo que ya existe y manuscritos ofrecidos acusados como "robados"
Un museo que ya existe y manuscritos ofrecidos acusados como "robados"

En las últimas horas, generó fuere repercusión el anuncio de Alberto Fernández de crear un "Museo Borges". A su vez, desató una polémica con la albacea del escritor, María Kodama, quien advirtió que la institución ya existe, se mostró "indiferente" a la iniciativa y denunció que los manuscritos ofrecidos por el empresario Alejandro Roemmers son "robados".

 

"El escritor y empresario Alejandro Roemmers me ofreció donar al Estado argentino más de 6.000 libros y manuscritos de Jorge Luis Borges de su colección. Con ese aporte vamos a crear el Museo Borges, en homenaje al hombre más grande en las letras que ha tenido nuestro país", escribió el futuro mandatario en la noche del pasado miércoles tras su encuentro con el integrante de la millonaria familia referente del mundo de los laboratorios.

Sin embargo, lo que a priori estaba pensando para ser un anuncio que sea destacado por el mundo de la cultura terminó generando una polémica.

"Que lo cree. Me resulta indiferente. Cada uno hace lo que quiere: nadie consulta nada, ni nadie respeta nada. Este país es así", sostuvo la traductora en declaraciones a la agencia Noticias Argentinas.

Al ser consultada sobre el anuncio del próximo jefe de Estado, la descendiente de japoneses fue contundente: "No me va ni me viene. La obra de Borges siempre estuvo aparte de toda política".

Asimismo, al ser consultada sobre la intención del escritor y empresario Alejandro Roemmers de donar libros y manuscritos del propio autor de "El Aleph", Kodama lanzó: "Son todas cosas robadas, son todas cosas que esta señora (en alusión a Epifanía "Fanny" Uveda de Robledo, la histórica empleada doméstica de la familia Borges) sacó de la casa".

La última compañera del escritor, que preside la Fundación Internacional Jorge Luis Borges y está encargada de custodiar el legado y los bienes del célebre autor argentino, destacó en diálogo con Noticias Argentinas que dentro de la sede de esa entidad ya existe el Museo Borges.

En las vitrinas del edificio de Anchorena 1660 (al lado de lo que fue la vivienda de la familia Borges entre 1938 y 1943) se exhiben su biblioteca, su colección de bastones, cuadros, condecoraciones, fotografías, facsímiles, homenajes y originales, entre otros objetos.

 
 

28 comentarios Dejá tu comentario

  1. El comentario de María es la cabal confirmación del mío anterior. No hay problema que quien tiene en su poder lo entregue a otro. Pero si quien recibe algo sabe que es robado, debe devolverlo a su dueño.

  2. A Borges nunca le gustó el peronismo y siempre fue perseguido por el peronismo. Desde el ninguneo sistemático, pasando por visitas de tipos sórdidos que preguntaban si tenía algún antepasado judío, Borges los sudrió bastante. También denunció unas cuantas malas costumbres en sus escritos en colaboración. Fue incomprendido y maltratado por el medio pelo resentido de la seudo intelectualidad peroncha. Le adjudicaron simpatías o admiraciones por los anglosajones, dudosas y discuribles para cualquier lector. Incluso hay una película de Mario Sábato realmente canallesca donde tergiversa a Borges colocándolo en el lugar de un unitario que se oculta de la violencia del caudillaje. Claramente el peronismo ha ocupado siempre frente a Borges el rol del asesino serial del cuento La Muerte y la Brújula. No es un buen gesto el del señor Fernández el pretender asociarse con su memoria sin un previo pedido de disculpas.

  3. Nadie lo persiguió ni lo torturó ni lo metió en cana ni lo hicieron desaparecer como si hizo el dictador genocida de pinochet por el que este "viejo bueno" sentía tanta simpatía.... Bien merecido que jamás le dieran el nobel, un inconsecuente moral.

  4. Nunca le dieron el Nobel porque en sus escritos sobre el tema dejó en evidencia que en la misma época en que el Imperio Romano había llevado su civilización a las Islas Británicas, los anglosajones, invasores en ese momento, estaban en la edad de piedra.

  5. Ragnarök En los sueños (escribe Coleridge) las imágenes figuran las impresiones que pensamos que causan; no sentimos horror porque nos oprime una esfinge, soñamos una esfinge para explicar el horror que sentimos. Si esto es así, ¿cómo podría una mera crónica de sus formas transmitir el estupor, la exaltación, las alarmas, la amenaza y el júbilo que tejieron el sueño de esa noche? Ensayaré esa crónica, sin embargo; acaso el hecho de que una sola escena integró aquel sueño borre o mitigue la dificultad esencial. El lugar era la Facultad de Filosofía y Letras; la hora, el atardecer. Todo (como suele ocurrir en los sueños) era un poco distinto; una ligera magnificación alteraba las cosas. Elegíamos autoridades; yo hablaba con Pedro Henríquez Ureña, que en la vigilia ha muerto hace muchos años. Bruscamente nos aturdió un clamor de manifestación o de murga. Alaridos humanos y animales llegaban desde el Bajo. Una voz gritó: “¡Ahí vienen!” y después “¡Los Dioses! ¡Los Dioses!” Cuatro o cinco sujetos salieron de la turba y ocuparon la tarima del Aula Magna. Todos aplaudimos, llorando; eran los Dioses que volvían al cabo de un destierro de siglos. Agrandados por la tarima, la cabeza echada hacia atrás y el pecho hacia adelante, recibieron con soberbia nuestro homenaje. Uno sostenía una rama, que se conformaba, sin duda, a la sencilla botánica de los sueños; otro, en amplio ademán, extendía una mano que era una garra; una de las caras de Jano miraba con recelo el encorvado pico de Thoth. Tal vez excitado por nuestros aplausos, uno, ya no sé cuál, prorrumpió en un cloqueo victorioso, increíblemente agrio, con algo de gárgara y de silbido. Las cosas, desde aquel momento, cambiaron. Todo empezó por la sospecha (tal vez exagerada) de que los Dioses no sabían hablar. Siglos de vida fugitiva y feral habían atrofiado en ellos lo humano; la luna del Islam y la cruz de Roma habían sido implacables con esos prófugos. Frentes muy bajas, dentaduras amarillas, bigotes ralos de mulato o de chino y belfos bestiales publicaban la degeneración de la estirpe olímpica. Sus prendas no correspondían a una pobreza decorosa y decente sino al lujo malevo de los garitos y de los lupanares del Bajo. En un ojal sangraba un clavel; en un saco ajustado se adivinaba el bulto de una daga. Bruscamente sentimos que jugaban su última carta, que eran taimados, ignorantes y crueles como viejos animales de presa y que, si nos dejábamos ganar por el miedo o la lástima, acabarían por destruirnos. Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres en el sueño) y alegremente dimos muerte a los Dioses.

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