El actual presidente de los Estados Unidos de América, Donald John Trump, se muestra, con los matices del caso, comenzando por su carácter, como un revival de sus antecesores republicanos John Calvin Coolidge y Herbert Clark Hoover, los padres de la crisis mundial desatada el 4 de octubre de 1929 desde Nueva York, quienes también apelaron al aislacionismo en política internacional, como que no participaron en la Sociedad de las Naciones, y al proteccionismo económico prohibiendo, por ejemplo, la importación de carne argentina como ahora sucede de hecho con la suba de aranceles para el acero y el aluminio y hace un tiempo hubo problemas con los limones.
Coolidge asumió como presidente en 1923 al fallecer Warren Gamaliel Harding y fue reelecto en 1925 para completar en 1929 una gestión de seis años durante los cuales se mostró como un decidido partidario del laissez faire favoreciendo a los sectores de la industria y el comercio internacional disminuyendo los impuestos de los fabricantes, como ahora impulsa Trump, para desarrollar una agresiva política exportadora ya que “el asunto esencial del pueblo estadounidense son los negocios”.
Si bien se opuso a otorgar subsidios al sector agrícola y a que el estado adquiriese sus excedentes, de la mano de su secretario del Tesoro, el banquero Andrew William Hellon, aplicó protecciones al mismo como el freno de las compras de las carnes argentinas arguyendo que las mismas eran portadoras de la fiebre aftosa, lo que dio lugar, centralmente, a la confrontación entre los propios Coolidge y Hellon en el Congreso Panamericano de La Habana de enero de 1928 con el representante argentino Honorio Pueyrredón, enviado por el entonces primer mandatario Máximo Marcelo Torcuato de Alvear.
Mientras sólo el dos por ciento de los estadounidenses más ricos tributaban impuestos en virtud de su visión económica, al tiempo que rechazó reconocer a la entonces Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, tuvo dos posturas claramente contradictorias en lo social con Trump al mostrarse disconforme con la segregación racial de los afro-americanos y de la minoría católica al tiempo que firmó el Indian Citizanship Act, en 1924, otorgando derechos especiales a los pueblos originarios sobre cuyas tierras se ha mostrado decidido a avanzar el actual presidente.
Hoover, gran impulsor de la “Ley Seca” contra el consumo de bebidas alcohólicas, había sido el secretario de Comercio durante la gestión de Coolidge, y a pocos meses de asumir se encontró con el estallido de la crisis de 1929, a la que calificó como “pasajera”, pero frente a la cual llevó el impuesto a las ganancias del 25 al 63% al tiempo que aplicó fuertes medidas proteccionistas como la Ley Smoot-Hawley, destinada a minimizar las importaciones, mientras que a nivel social, contradiciendo a su antecesor, prometió beneficios para los sectores de origen racial europeo y de religión protestante cargando contra los afro-americanos y los católicos en una versión más parecida a la de Trump sobre latinoamericanos y musulmanes.
En ese marco un trabajo de los académicos Oscar Ugarteche y José Luis Cal, de la Universidad Nacional Autónoma de México, que también traza algún parecido a las gestiones de Coolidge y Hoover con la de Trump, en la que se hace una referencia al tema de los limones argentinos, incluye los impactos de la llegada del magnate inmobiliario a la presidencia de los EUA sobre el conjunto de América Latina y la perspectiva de que algunos países de la costa del Océano Pacífico, como Chile, México y Perú, profundizasen su relación con China, nación ésta con la que el gobernante estadounidense ha impulsado una guerra comercial.
Destacan al respecto la iniciativa china de establecer un acuerdo con los tres mencionados, tras la salida de los EUA del TTP (Tratado Trans Pacífico) y las amenazas de cambios en el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), para sumarse al área de negocios del RCEP (Acuerdo de Libre Comercio Regional) que integran los diez miembros de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático) que son Brunei, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Singapur, Tailandia y Vietnam, además de la propia China, Australia, Corea del Sur, India, el Japón y Nueva Zelanda.
A partir de la consagración de Trump como presidente ya durante el trimestre transcurrido la economía mundial había registrado numerosos altibajos, sobre todo en materia monetaria, y los países iberoamericanos han pasado de una fuerte caída inicial en la cotización de sus monedas a una, aunque todavía parcial, importante recuperación de sus signos monetarios como en el caso de México, cuyo peso, tras devaluarse en un 13,58% , tuvo un fuerte rebote del 5,09%, en una situación en que, de acuerdo con un trabajo del Wilson Center de Washington, en los EUA, en ese momento, se consumía el 60% de los bienes producidos en México mientras el comercio inverso es del 40%.
Ugarteche y Cal remarcaron que también las monedas del Brasil y Chile registraron en ese momento una apreciación frente al dólar estadounidense, en el primer caso del 1,9%, en virtud de la dura política del Banco do Brasil (central) de sostén del real frente a los escándalos de corrupción que envolvieron el país y con la posibilidad, a favor, de registrar un fuerte avance en sus exportaciones de soja al Extremo Oriente tras la salida de los EUA del TTP.
El avalúo de las monedas latinoamericanas se fue generalizando en el período con la sola excepción del peso argentino que se mantuvo relativamente estabilizado aunque, como contrapartida, los títulos de deuda emitidos en moneda estadounidense por el gobierno nacional son los que tienen mayor aceptación en la Bolsa de Nueva York. En los últimos tiempos hubo importantes cambios en la materia como las devaluaciones en el Brasil y la Argentina que dieron origen a la furia de Trump incrementando fuertemente los aranceles para la importación de acero y aluminio desde ambos países, como parte de un mayor control del “patio trasero” que también incluyó el reciente golpe de estado en Bolivia.
La paridad del dólar estadounidense ha tenido fluctuaciones desde que asumiese Trump, declarado partidario de un retorno al “patrón oro”, aunque lo considera una tarea difícil, quién ya mantiene una relación conflictiva con la ex presidente de la Reserva Federal (FED, banco central), Janet Louise Yellen, al punto de haber calificado como “arriesgado e imprudente” las declaraciones de ésta de que era su propósito incrementar tres veces, a lo largo de ese 2017, las tasas de interés del mercado financiero local.
Yellen expuso en el marco de una “Investigación de Política Económica” en la Universidad Lela Standford Junior, de Palo Alto, California, más conocida como Universidad de Standford, oportunidad en la que experta en cuestiones monetarias señaló que es política de la FED vincular la tasa de interés con el desempleo considerando conveniente hacer trepar la inflación a un 2% anual, al tiempo de remarcar que cree “firmemente en la independencia de la política monetaria”, lo que contraría a Trump que impulsa una reglamentación de la misma y lo lleva hoy a una nueva confrontación con el ahora presidente Jerome Powell a quién reclama medidas como una urgente rebaja de las tasas.
El tema reviste particular importancia ya que la FED, el banco central estadounidense, fundado el 23 de diciembre de 1913, hoy 106 años atrás, es un organismo autónomo que no depende de las autoridades nacionales aunque está sometida al control del Congreso pero sus decisiones son adoptadas por la Junta de Gobernadores designada por los bancos de manera que el control corresponde al sistema financiero privado al tiempo que el patrón oro fue dejado de lado en los EUA desde el 16 de octubre de 1975 por una decisión del entonces republicano Richard Milhaus Nixon bajo la sugerencia del economista Milton Friedman, uno de los principales referentes de la escuela monetarista a la que luego, el mismo repudiara.