Sabina Frederic se salió con la suya. Es decir, a través de ella se salió con la suya Cristina Kirchner: habrá nomás una revisión del peritaje de Gendarmería sobre la muerte de Alberto Nisman, cuya única función es tratar de que la vice quede solo manchada por un suicidio, no por un asesinato político. Por decisión del Ejecutivo, entonces, se intervendrá, manipulará y deslegitimará un informe técnico, solicitado en su momento por los jueces, en contra de los técnicos y los jueces.
La Justicia no solicitó esa revisión, ni el fiscal ni el juez del caso la avalan, pero nadie los va a consultar. Y para torcer la voluntad de los técnicos se recurrirá al expediente de solicitar la intervención de otros, sobre todo de la Corte Suprema, más dóciles a los intereses de las nuevas autoridades."Nunca más el poder político va a interferir en los tribunales", ¿les suena?
Cuando Frederic habló del tema por primera vez sin consultar a su jefe formal, el Presidente, causó malestar en la Rosada. Desde allí se hizo saber que no estaba en los planes del gobierno intervenir en el tema. Pero se ve que convenció a Alberto Fernández de que le convenía disimular su renuencia: la ministra se acaba de reunir con él y "se pusieron de acuerdo" en darle para adelante. Ni siquiera estuvo presente en la reunión la encargada del área, Marcela Losardo. Y el mandatario, para más detalle, dice ahora que el peritaje de Gendarmería es un mamarracho, como si opinar al respecto fuera parte de sus atribuciones, y que ahora tiene claro que lo de su vecino fue un suicidio. Algo lo habrá convencido, ¿qué habrá sido?
Es probable que él no tenga mayor problema en disimular en adelante sus dudas en la materia. Porque en el fondo es difícil saber no solo qué opina, si no si le interesa realmente lo que pasó con Nisman, dado que cambió de tesitura varias veces al respecto, siempre acomodándola a sus intereses en otros terrenos, la interna peronista, la opinión pública, etcétera. Parece que para él, en suma, es una pieza de cambio no muy difícil de sacrificar.
Pero la cuestión fundamental no es esa, si no el impacto que el manejo del caso tendrá en dos terrenos, la Justicia y la política exterior, donde hasta aquí cabía suponer que su posición iba a predominar sobre la de su "socia", pero se ve que no.
En relación a los jueces, Alberto acaba de dar la señal que faltaba para que desconfíen de sus intenciones y de la seriedad de su proclamada reforma. Eso de que no iba a tolerar más operadores e interferencias políticas en los tribunales pasó a mejor vida: hasta la ministra de Seguridad se recibió de operadora todo terreno, con su aval.
En relación a la política exterior la señal que da el Presidente es aún más preocupante. Hasta ahora parecía que Felipe Solá iba a ser el "Canciller para Estados Unidos", y la gente de Cristina se iba a ocupar del resto del mundo. Ahora queda a la vista que Solá se va a tener que ocupar, en realidad, de una función aún más incómoda: disfrazar frente a los diplomáticos norteamericanos todo lo que Cristina y su gente, más el propio mandatario cuando quiere quedar bien con ellos, van tejiendo con su diplomacia ideológica. En verdad no hay de qué asombrarse: la división del trabajo tal como estaba planteada no podía funcionar.
El caso es revelador al respecto, y muy poco oportuno. Porque si algo preocupa hoy en día a Estados Unidos, es Irán, y el gobierno argentino le está diciendo a sus colegas del norte que en ese tema no piensan seguir ayudando demasiado. Como mucho habrá compensaciones: se seguirá considerando a Hezbollah una organización terrorista, contra el deseo de Frederic y Cristina, pero no se va a seguir apuntando en esa dirección en el caso del fiscal. ¿Puede que tampoco en el tema AMIA? ¿Y respecto a los acuerdos nucleares? ¿Y si la escalada entre Donald Trump y los iraníes continúa, qué posición van a tomar?
Volviendo a la escena local, ¿qué nos dice todo esto sobre la relación entre la pareja que triunfó en las últimas elecciones y viene acumulando y repartiéndose todo el poder disponible desde entonces? Que las áreas de influencia que se repartieron no van a producir en conjunto una administración muy funcional que digamos.En economía Cristina le concedió a Alberto una amplia libertad de acción, lo deja cumplir su sueño de ser como Néstor Kirchner, un "híper presidente". Pero sólo mientras las cosas anden mal y porque sabe que quiera o no, ser súper poderoso en la materia lo obliga ante todo a dar malas noticias en ese terreno, sin intervención del Congreso, es decir, de ella.
En otros temas Cristina es la que decide, hace y deshace a voluntad: es el caso de Cultura, Género, Educación, Seguridad y otras áreas "identitarias" para el progresismo K. Algunas poco relevantes en lo inmediato, salvo la última, donde se está jugando con fuego. Y la ministra Frederic no ofrece muchas garantías de que no vayan a salir todos chamuscados.
Pero el problema más serio no está ahí si no sobre todo en las áreas grises, las que comparten, porque se repartieron los cargos salomónicamente, un poco para cada uno: en ellos más que equilibrio o una tensión contenida, como era de esperar, lo que se observa es que la gente de Cristina sabe lo que quiere, mientras que la de Alberto da vueltas, a veces contiene y a veces es arrollada por las iniciativas mucho más decididas de los otros. Cancillería y Justicia ilustran el punto, y terminar chamuscados es lo menos que les espera Alberto y su gente, pues son dos áreas suficientemente sensibles como para que los efectos disruptivos de iniciativas mal concebidas, autointeresadas o ideológicas, repercutan muy mal en toda la gestión.
¿Con qué cara Alberto y Solá van a ir a convencer ahora a los enviados de Washington de que el revisionismo no va a seguir avanzando, no se va a extender al caso AMIA? ¿A un "neutralismo" que apenas disfrace el antinorteamericanismo que típicamente practicaron los gobiernos peronistas, salvo excepciones, o que se toman en serio la tarea de contener a quienes colaboran aquí militantemente con el sostenimiento del régimen de Nicolás Maduro o la vuelta de Evo Morales al poder?
¿Cuánto del apoyo de Washington en la renegociación de la deuda ellos dos creerán poder sacrificar, justo ahora que la temperamental gestión norteamericana la emprende contra la mala costumbre de los ayatolas de meterse en las embajadas ajenas a través de los grupos terroristas que financian?
¿Cómo los demás gobiernos van a confiar en lo que Alberto y Solá les prometan, si se dejan llevar tan fácil de las narices por los que, ellos dicen, son inocentes carmelitas que nunca meterían la mano en la lata, nunca colaborarían con una teocracia terrorista, nunca manipularían la Justicia ni romperían otras reglas republicanas y constitucionales, pero se la pasaron haciendo todo eso y mucho más desde que se tenga memoria?