Una crónica
ensayística, este libro de viaje está llamado a ser un clásico de los
más altos de nuestra época. El objetivo de buscar el origen del país y
verificar que mediante el magno descubrimiento de que en Monte Verde, en la zona
de Puerto Montt, está el fundador del planeta. Hace 50 mil años, los humanos
pisaban esa tierra y luego, sin explicación alguna, desapareció su riquísima
civilización, la de nuestros padres, que se perdieron en un desierto, como si
de golpe los hubieran arrancado de la Tierra, para aparecer en el norte, en una
zona de contrastes y tiempos dispares, auge y decadencia, gloria y derrota,
riqueza y pobreza, opresión y libertad. Estos conceptos vivos -y muertos con
vida- forman hoy el mosaico de Chile: aullido sordo o susurros en el viento. Ahí,
el viajero, Ariel, se sumerge a partir de la ínfima huella de un niño, en la búsqueda
de un amigo desaparecido, previa ejecución, un iquiqueño, que venció a la
pobreza y la falta de padre y se encaminó por el mundo universitario llegando a
elevados niveles, becado en EEUU y en puestos de Gobierno para concluir víctima
de la tragedia de un pueblo. Mas, el viajero constata que su compañero no está
muerto, sino que aún vive en sus momentos de felicidad y aunque su cuerpo no
aparezca, él está en su herencia social, en su ejemplo, su temple y su bondad.
Un ser sensible no puede evitar
sollozar ante un panorama desolador, al sentir que somos un suspiro en el
viento, un desvanecimiento en el vacío. Pero en la epifanía del desierto, el
protagonista es tocado por lo numinoso y expurga sus dolores tras el tormento de
demonios que lo ha acechado, con millones de voces, fantasmas, pueblos ausentes
o abandonados, con la muerte inmensa, empero, en la máxima carencia, en la
orfandad espiritual y la desesperación. Dorfman ha logrado redimir a un pueblo,
a un país, lo ha llevado de viaje por el desierto, lo ha vuelto ante un enorme
e infinito espejo y lo ha desnudado frente a nosotros, que permanecíamos como
en un sueño impasible, y luego lo ha sanado y devuelto casi resucitado a las
manos amables de la gente que sigue creyendo en la vida.
Freddy Taberna, el compañero de
universidad y de ideales, él, el ejecutado y desaparecido, es el cuerpo de una
nación entera, a su vez el de toda la civilización humana, la razón esencial
de la creencia en la vida y la supremacía, antífrasis dialogética y apológica
de la humanidad, mito del hombre sobre la Tierra, del ser y de sernos, de
persistir en soñarnos como seres humanos, porque, finalmente, no hay fin, somos
el continuum móbile, el perpetuo errabundo, el conquistar la libertad única y
sin límites que no podemos negar a fuerza de mentir en nuestra esencia, en que
formamos el mismo árbol de vida, la vida que debemos cuidar y amamantar en esta
madre, de viejos dolores enterrados, en ese norte fundacional y cosmopolita, en
esa aventura de ser los grandes conquistadores de la fortuna y la distribución
de los dones a cada uno de sus hijos, como en esa aldea, de esa tribu inicial,
de la cual tenemos una huella en Monte Verde, la huella siempre verde de un país,
que es la del mundo y su (sal) con-ser-vación.
Al concluir este libro, pensamos en
muchas injusticias, y una es la deuda con Dorfman, tal vez el mayor prosista
chileno vivo sin recibir el premio nacional. De estos y otros susurros en el
viento... La Huella del Hombre en la Tierra.
Mauricio Otero