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LA POESIA ATRAPADA EN LA RED

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INTERNET Y LA CRÍTICA DE UN POETA
INTERNET Y LA CRÍTICA DE UN POETA

La literatura es mucho más lenta que Internet, aunque Ray Bradbury haya llegado a Marte sin haber puesto un pie en la Luna.
    La velocidad de la literatura está en la imaginación y creatividad del escritor. La palabra está hecha para permanecer en el tiempo y debemos desconfiar, en aquella que se multiplica espontáneamente. Se borra así misma en su propia velocidad, como un vago gorjeo en la cosmogonía de la la palabra. Aliento, vaho, ejercicio retórico, pueril acto de una imaginación desborda en la carretera ciber.
  
 Pocos como Kafka arrojaron desde el infierno de su espíritu, un libro como la Metamorfosis o Transformación, como se ha traducido últimamente, en un corto tiempo. Marcel Proust, no perdió el tiempo al buscarlo en una cama mientras comía helados y cerveza, y se tomaba todo el tiempo del mundo para desnudar la sociedad francesa.
    Miguel de Cervantes no necesitó más que una mano para el Quijote. Pablo Neruda dijo que había escrito un sólo poema en su vida, y pasó su tiempo escribiendo con morosa tinta verde frente al ventanal de Isla Negra. Jorge Luis Borges, prefirió ser escritor que lector y viceversa, y nos dejó páginas memorables después de haberse tragado más de una biblioteca.
    Cien años de soledad
, ni uno más ni uno menos, nos dijo Gabriel García Márquez, patriarca de Macondo hondo, tropical, lluvioso, una calle ancha en la avenida de la soledad latinoamericana. Juan Rulfo, fue el más cauteloso, en la imaginación del sueño real, sentado en la imaginería mexicano, un paso  hacia el futuro siempre con la audacia del silencio.

  
Que los expertos evalúen que produce la Red de redes en el ámbito de literatura, un tema que debiera preocupar a internautas y a quienes trabajan detrás de la palabra, como si el abecedario hubiese sido escrito por un mudo. Qué importancia tiene la velocidad ante el vacío de la palabra. Qué importancia tiene la volátil noche mientras esperas frente al ordenador. La literatura se cocina en soledad. No hay testigos, ni cómplices. Ausentes veedores del espacio global.
   Todos los récord para la Red en velocidad, ubicuidad, comunicación instantánea y solidaridad verbal con los mensajes, porque tiene la capacidad del mundo para albergar la palabra, cualquiera sea su dimensión. Eso es cierto, pero el hueso requiere carne, algo más que la astilla, la dureza  ósea del paciente. La palabra es más dura de roer.
    Sólo tengo poco más de siete años en este ajetreo, y casi tres intensos, y veo pasar mucho agua, lodo, bajo los puentes de la comunicación instantánea, y a veces se cortan los canales,  se desbordan las encías de la Red, otras fluyen, porque dan paso a la gran carretera global como un rayo mortalmente imparable, pero, insisto,  en la velocidad no está el éxito de la literatura ni en la ubicuidad del cadáver. El vértigo también se lleva la vida de la palabra, su cuerpo real. La resina del árbol, su textura, la raíz misma que pudre el vacío de un eco aún lejano.
    El libro me sigue seduciendo con la inocencia erótica del lenguaje impreso que termina siendo la soledad del lector y el texto.
    No reniego de esta carretera sin barranco, asombrosamente expedita, maravillosamente real, sino a tomar conciencia que hay mucha más paja en el pajar de lo que debiera haber y la aguja, cada vez más difícil de encontrar, o que el camello la traspase sin dolor de joroba.
    La poesía instantánea es como una goma de mascar, pasa el gusto rápido y termina por ser lanzada al tacho de la basura. La poesía hormonal, de las vísceras, del cuerpo inanimado, espontánea, del día, la poesía de las palabras huecas, repetidas, manoseadas, la poesía que no tiene eco es como una campana de goma, silenciosa, no por callada, trascendente, sino aburrida y muda. La poesía rosa, termina marchitándose antes de tiempo, cuando no es verdadera.
   El amor no es verdadero cuando se falsifica con unas pocas palabras  y se le saca a pasear sin un perro por el pequeño jardín de la privacidad.
    No nos dice nada, la poesía que no tiene la capacidad de soportar una y cien lecturas de ojos diferentes en distintas partes del orbe. A eso se expone la poesía instantánea, a que muchos la puedan leer en Internet, pero caerá como una gota dormida detrás de una ventana.. Debiera ser más precavida, menos espontánea en el mal sentido de la palabra. Transparente y fresca, pero no muerta de la risa por irresponsable.
    La poesía, es asombro, perplejidad, búsqueda, cavilación, una lucha incesante frente a la página en blanco defendida por un ejército invisible desde el fondo de la nada, que se niega a ceder el mínimo espacio a la palabra del poeta.
    Pocas veces cuando intentamos hacer un poema, la página en blanco se defiende mejor, nos obstaculiza de una y mil manera, se incomoda, esquiva, sube un hombro, y suele hasta quejarse cuando el texto en verdad no reúne las condiciones para entrar impecablemente desnudo, como el poeta lo echó al mundo.

 

Rolando Gabrielli

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