A pesar de la desorientación que exhibe la tropa de “los Fernández” mientras “manotea” la faltriquera del erario público para hacer frente al tsunami económico provocado por el Covid-19, se advierte la avidez abusiva de un régimen político que marcha hacia el autoritarismo.
Alberto, sus colaboradores, gran parte de la dirigencia aliada con ellos y algunos “extraterrestres” como el humorista (?) Brieva y el “monarca” formoseño “ejemplar” (Alberto dixit) Insfrán (27 años en el poder), recitan una retahíla de andanadas ideológicas que van desde la mención al valor del “Estado presente” hasta el ataque a un neoliberalismo que nos legó ¡hasta la misma pandemia! (?).
Sus seculares invocaciones de fe en un credo político que nos ha llevado a oscilar entre lo que no existe y lo que no sirve para nada, los impulsa a hacer hoy una suerte de brindis por ¡la gran Venezuela, salud!, para favorecer sus políticas “igualitarias” (?).
Solo tienen los dientes afilados cuando atacan a unos supuestos “privilegios privados” (sic), mientras se mueven para dar por tierra con los fundamentos de igualdad que pregona la Constitución Nacional, tomando decisiones notoriamente “reducidas” en cuanto a sus beneficiarios.
Sus tácticas restrictivas constituyen, irónicamente, una verdadera loa a la desigualdad contra la cual han cacareado siempre, y esto está provocando que frente a algunas medidas de “protección económica” (?), haya ciudadanos que “comienzan a percibir alarmados que están EN la sociedad, pero no son parte DE la misma” como señaló alguna vez Arnold Toynbee, respecto de situaciones similares ocurridas en otros países subdesarrollados.
El exagerado volumen con el que avanza el gobierno con su presencia “salvadora” nos pone frente a varias incógnitas: ¿qué quedará de las libertades individuales después que pase la ola pandémica? ¿Cuántas de las mismas podremos restituir en un escenario que ve el “aplanamiento” de casi todos los fundamentos de una verdadera república? ¿De qué modo lograremos reconstruir la necesidad de dispersión del poder que caracteriza a una sociedad libre? ¿Podremos sostener la existencia de leyes universales que trasciendan a las dictadas por legisladores manifiestamente adictos a un régimen populista?
La precedente, es una breve lista de los peligros a los que nos enfrentamos ante un gobierno que propicia una “justicia de clase”, mediante la entronización del Estado “benefactor”, una suerte de superstición populista de quienes se arrogan el derecho de reemplazar cualquier actividad privada para someterla al cumplimiento de sus objetivos.
Un pensamiento bien resumido en una frase protosoviética del joven Santiago Cafiero, cuando señala, casi extasiado, que “en el 90% de los hogares vive al menos una persona que percibe un ingreso del Estado” (sic).
Para muestra, solo hace falta un botón, y todos los movimientos de este “club ideológico” marchan sin apartarse ni un ápice de lo que se intuye como su propósito de origen: aplastar a los eventuales disidentes a como dé lugar.
La relación “amor-odio” del kirchnerismo con los empresarios, los terratenientes y vastos sectores de la clase media (a la cual, ¡oh ironía!, muchos de ellos mismos pertenecen), los ha impulsado siempre a utilizar el poder como si se tratase de una delegación popular “de facto” para hacer lo que les venga en ganas.
Nos gustaría dedicarles pues, como remate final, una reflexión del politólogo británico Robert Moss, que les cabe como anillo al dedo: “Un gobierno con facultades ilimitadas es como un río sin márgenes; resulta finalmente incontrolable y está destinado a anegar, más que a irrigar el terreno circundante”.
Un anegamiento que, en su desborde, podría contribuir, eventualmente, a que el kirchnerismo mismo fuese tragado en algún momento por las entrañas de la tierra, librándonos de su indeseable “tutelaje” para siempre.
A buen entendedor, pocas palabras.