21 de junio de 1980. Me entregaban, en Editorial Losada, calle Alsina, el primer ejemplar de Flores robadas en los jardines de Quilmes.
La novela que cambiaría para siempre mi vida.
Transcurría el gobierno militar. Trabajaba en Clarín, redactor estrella. Firmaba como Oberdan Rocamora.
Consta que Rocamora era mucho más conocido que Asis.
Pero como Jorge Asís ya había producido cinco libros.
La manifestación, 1971 (el año próximo cumple 50 años).
Don Abdel Zalim, 1972. La familia tipo, 1974, como también Los reventados en 1974.
Y Fe de ratas, en 1976, fin de una etapa, nacional y personal.
Cábala y agravios
Antes que Flores estuviera distribuida en librerías me fui, por cábala, a Europa.
Desde una cabina telefónica, en París, Boulevard Saint Germain, con varias monedas de cinco francos pude comunicarme con Buenos Aires.
“Estás segundo en la lista de best seller”.
La historia posterior es conocida. Las ediciones se sucedieron.
Me construí como protagonista de un fenómeno.
Con lo que cobré con Legasa, editorial española, por la firma del contrato de Carne Picada, el próximo libro, 1981, compré mi primera casa (con teléfono propio).
Hago mío el título de un libro de Sábato. “Apologías y rechazos”.
La novela que me cambió la vidaLa novela pegó en el momento justo.
Lo suficientemente dura para el gobierno militar. Pero lo suficiente blanda para la onda literaria que brotó después de La Guerra de Malvinas.
El país cambiaba abruptamente. Perdía fuerza política la novela que me había cambiado la vida.
Los peores agravios se multiplicaban.
“Éxito del nazismo”. “Literatura neofascista”.
“El discurso de Flores robadas es el discurso legitimador del régimen”.
“Si los militares no prohibieron el libro es porque los favorece”.
Una poderosa productora compró los derechos para filmar la novela.
Pero durante dos años no pudo ser filmada. Condenaban la censura.
Cuando podía filmarse, ya en 1983, el inteligente inversor me dijo:
“Filmar una película sobre una Samantha que se va, cuando hay miles de Samanthas que vuelven a diario, no tiene mucho sentido”.
El cineasta tenía razón.
Paulatinamente, el protagonista del fenómeno se disolvía.
Y Oberdán Rocamora, “el orificio por donde respiraba el diario”, de pronto ya no tenía más espacio.
El tiempo de la cordialidad quedaba atrás. Estaba de adorno.
Fascinaba tener adentro a un periodista que escribía novelas.
Pero irritaba que fuera tan exitoso. Que estuviera algo mareado, acaso altivo, con el suceso.
“Usó el diario para escalar”.
“Es un vivillo que la hizo bien”.
El acostado
La novela que cambió mi vida colisionaba con el rumbo que había tomado el país.
Cuando me di cuenta estaba prohibido hasta en el diario al que le transferí seis años de respiración.
En cinco meses de encierro culminé el fatídico Diario de la Argentina. Novela que me va a sobrevivir, publicada hace 36 años.
Prefiero no detenerme en obviedades. Basta con alguna declaración:
“La literatura paga más que el crimen”.
En adelante es el turno del Acostado.
El clima denso puede percibirse en Cuaderno del Acostado, acaso mi mejor libro que no puedo releer, 1987.
Remite a los cuatro años en que nada tuve para hacer en la Argentina.
La novela que me cambió la vidaPubliqué otros libros que competían entre sí. Difícil saber cuál pasaba más inadvertido.
Si El pretexto de París, 1985; Partes de Inteligencia, 1986; o El cineasta y la partera y el sociólogo marxista que murió de amor, 1989.
Aunque “el fenómeno” se había extinguido, igual vendía algunos miles de ejemplares.
Me había transformado en un escritor de culto (o mejor de secta).
Costaba asumir que mi trayectoria de escritor se encontraba oficialmente congelada.
Aunque escribiera mi Ulises, mi Montaña mágica en adelante ya era inútil. Destino clavado de silencio.
A lo sumo, se me podía rescatar. Horrible palabra. Ninguna vocación de náufrago.
Cada uno que venía a plantear una entrevista literaria pretendía indagar en los motivos del desprecio que generaba.
Me convertían en un maldito de entrecasa.
Regresos
Pero de la pequeñez del ámbito literario, salté hacia la política.
Desde el marxismo hacia el marxismo-menemismo.
Embajador, Artículo Quinto, durante diez años. París y Lisboa.
Pero la literatura pasaba a ser una identidad molesta.
Para la diplomacia servía que se supiera que era un escritor.
Aunque se me iba la estantería al demonio cuando los colegas diplomáticos indagaban, entre argentinos, sobre mi obra.
La novela que me cambió la vidaEn adelante, con mi literatura, existieron los regresos.
Pero se trataba de regresos donde muy pocos me esperaban. Sólo los fieles de la secta.
Volví con La Línea Hamlet o la ética de la traición, 1995. Con Sandra la Trapera,1996.
A principios de siglo volví con Lesca, el fascista irreductible. Con Del Flore a Montparnasse, Excelencias de la Nada, El sentido de la vida en el socialismo.
Como volví más recientemente con Hombre de Gris, Casa Casta, Dulces Otoñales. O incluso con Memorias Tergiversadas.
Pero mi obra -insisto- quedó congelada en el éxito y los rechazos de aquellas Flores.
Y fue clausurada definitivamente desde Diario de la Argentina.
¿Para qué regresar de nuevo? Disto de quejarme.
Discuto la idea usual y banal. Indica que soy un escritor desperdiciado por la política, primero, y por el periodismo político, después.
Pasa exactamente lo contrario. De no haber sido por la política, o por el periodismo político, me habrían literalmente destruido. Acostado para siempre.
Hoy Flores cumple 40 años, Carolina, y es para celebrarlo.
Me “canto a mí mismo”, al mejor estilo Walt Whitman.
Comparto, para terminar, la última oración del primer capítulo de Flores:
“Esta noche me respeto, estoy de acuerdo con mi vida”.