Como
apuntaba quien fue comisario inspector de la Policía Federal (RE), Nicolás J.
Rodríguez, con absoluta sensatez y cordura, las fuerzas policiales competentes
debes investigar, con plena libertad y sin condicionamientos, todo delito que les
sea asignado según su gravedad. Y la justicia -fiscales penalistas con formación
en criminología- debe convalidar todo lo que se le entrega para aplicar la ley
sin restricciones ni sugerencias de terceros. Ambas fuerzas necesitan
obrar con libertad y en completa interrelación, de conformidad a la naturaleza
de los hechos que deben investigar para lograr que los culpables sean juzgados y
condenados. Claro, ambos bandos deben contar con el aporte inestimable de una
Policía Científica altamente profesionalizada en diferentes materias.
Obviamente también se requiere un médico forense con alto "exclusivismo"
y muchos años en el metier.
Pero cuando un caso
criminal roza al poder político o a individuos pertenecientes a sectores
reputados de la sociedad, las casi seguras insinuaciones solapadas del poder de
turno -vaya a saber por qué groseros y taimados motivos- pueden impedir o
entorpecer el intercambio de evidencias entre las tres actividades. Resulta
improcedente cualquier entorpecimiento investigativo cuanto vulneran
fundamentales normas legales, sin contar con los derechos humanos de los
muertos, que también les son propios. Pero, ¿habrá quiénes se atrevan a
desecharlos con delicadeza pero con firmeza? El caso de María Marta García
Belsunce es el mejor ejemplo de entorpecimiento investigativo y de obstrucción
al accionar de la justicia, que vulneró expresas normas legales. Pero nadie le
dio bolilla. Un grupo de allegados a la pobre mujer limpiaron el baño donde fue
acribillada a balazos hasta dejarlo tan impoluto como un quirófano.
Siempre son nocivos
los “trascendidos de fuentes confiables” para hacer que la prensa esté
informada por terceros de la marcha de la labor investigativa, que son nada más
que "paparruchadas" puestas en el camino con toda truhanería. De tal
manera, el público cree que la policía y la Justicia investigan, pero no es
así. Se ambula a ciegas, sin rumbo fijo, como caballo de calesita.
Lo que más afecta la
búsqueda de la verdad son los constantes entorpecimientos a la justicia que
impiden una investigación objetiva, especialmente cuando algún capitoste podría
estar involucrado, ya sea político, empresario o miembro de la alta sociedad.
Los tres basamentos en que se sustenta una investigación seria son: a) la científica
forense, b) la labor investigativa policial, y c) la Judicial, en ese preciso
orden de prelación. Cuando esto se tergiversa, o en cualquiera de esos tres son
quebrantadas las independencias de sus trabajos, es indudable entonces que una
mano negra con pleno poder está embarrando la cancha a troche y moche. En una
palabra, se produce lo que jurídicamente se califica como “obstrucción de la
Justicia”, encubrimiento por presunta complicidad y otros calificativos
establecidos en el Código Penal. En tal sentido, el hecho más monstruoso en el
marco del asesinato de María Marta García Belsunce, fue el que tuvo su propio
hermano, abanderado de "enfangar" cualquier investigación al alterar
la escena del crimen higienizándola a fondo y tocando sus influencias policiales
en los más altos niveles jerárquicos para demorar la investigación tras hacer
la denuncia de rigor.
Apostillas, reflexiones y reproches
Todo viene a cuento de que desde hace mucho tiempo se suceden
numerosos ilícitos en todo el ámbito nacional -asesinados, robos, violaciones,
etc.- que quedan impunes porque el desarrollo de las investigaciones siempre
comienzan mal. Cuando nuestra Policía Científica -escasa de elementos móviles,
con poco personal capacitado y carente en un laboratorio con equipamiento técnico
de última generación- llega a la escena del crimen, se encuentra con una
verdadera romería de policías de uniforme y de civil, que van y vienen sin
explicación aparente, hurgando sin guantes de látex, contaminándolo todo de
manera desaprensiva. Es que mayormente se desconoce su verdadera responsabilidad
y algunos descerebrados piensan que sus tareas son rutinarias, sólo para las cámaras
de los noticieros (“¡Cómo trabaja nuestra policía, igual que en las películas!”),
ignorándose que están degradados a ser los últimos orejones del tarro.
Los jefes policiales deben tener presente que no pueden
intervenir en una escena hasta tanto la Policía Científica no cumpla con su
misión específica: pasar como por un tamiz toda el área y algunas
colaterales. Lo primero que se impone es cerrar el lugar y que nadie pueda
franquear la cinta de seguridad. Nadie. Es para preservar y no infectar la
evidencia que siempre se halla en el lugar si se la permite buscar.
Suele suceder, con inusitada frecuencia, que desde el
comisario a cargo (pasando por el sub, y policía ayudantes, etc) van y vienen,
revisan, tocan sin elementos de prevención, pisando sin cuidado, fumando,
mascando chicles o comiendo caramelos. Y cuando llegan los que tienen que
levantar la evidencia, piedra basal para intentar la dilucidación del caso, se
encuentran que la profanación es tal que las huellas más aceptables son las
del comisario, del sub, de los oficiales, con huellas de pisadas cuádruples,
con puchos aplastados a pisotones y todo regado con envoltorios de dulces. El
lugar está todo poluto, convertido en un verdadero chiquero en el que resulta
imposible levantar rastro alguno. Los técnicos hacen lo que pueden para
localizar pistas, porque así lo marca el protocolo científico, pero no logran
mucho por la falta de inteligencia y tacto de los policías que no han estudiado
criminología y quienes ser figuras de primera plana.
Estos aquelarres policiales se muestran a
diario por televisión, ya sea si el ilícito se cometió en el interior de una
vivienda, en locales públicos -donde muchas veces incursiona algún camarógrafo
“amigo”- o en el exterior (veredas, descampados, etc.). Sólo falta llevar
el termo, mate y factura para completar el pic-nic investigativo
en busca de pistas... que jamás se encuentran a pesar de que sí existen.
Tomemos por caso el asesinato de Nora Dalmasso,
poniendo de relieve los pasos necesarios a seguir y que seguramente no se
llevaron a cabo. Sin lugar a dudas una mano negra, desde el vamos, entretejió
la trama para entorpecer la investigación. Las primeras presiones, sin
lugar a dudas, se formalizaron en el área de una policía científica y un
forense con su capacidad profesional morigerada sutiles aprietes. ¿Alguien tuvo
acceso a los datos de la autopsia? ¿La evidencia física hallada en la escena
del crimen, cómo y donde fue tratada? ¿Qué resultados arrojaron los análisis?
¿Quiénes fueron los técnicos de laboratorio que estudiaron la evidencia
recogida? Hay cosas que no me cierran y es muy posible que esté completamente
errado en mis apreciaciones, y que hasta exagere, pero mientras no se tenga
información gestada en Córdoba, que es de carácter público según las
normas vigentes, seguiremos en una nebulosa que se mantendrá por siempre.
Lo que se debio hacer
Lo que sigue parecerá una novela de ficción, el argumento
de alguna serie, una exageración propia de un periodista con mucha imaginación.
Sin embargo lo establece el protocolo para investigaciones criminales que se
practica en países serios y donde los técnicos no son condicionados por nadie,
sólo por su profesionalismo.
Conocida la muerte de Nora Dalmasso, lo primero que debió
hacerse fue cercar toda el área para vedar el ingreso de aquella persona que no
fuera analista de escenas y médico forense. Desde la puerta de la
habitación mortuoria, asumía extrema importancia fotografiar y filmar el
lugar. Luego, con el calzado cubierto por botas quirúrgicas esterilizadas, el
forense y los expertos (¿realmente lo eran?) de la Policía Científica
debieron comenzar a levantar e introducir en receptáculos esterilizados pelos,
pelusas, colillas de cigarrillos, sábanas, fundas, ropa interior de la víctima,
etc. Se hacía necesario un hisopado previo del rostro de la víctima (labios,
nariz, mejilla, orejas) buscando rastros de saliva y células epiteliales del
presunto asesino con quien supuestamente tuvo relación sexual y que debió
exteriorizar ciertos rituales durante un acto sexual no violento.
Siempre existen transferencias de fluidos corporales,
especialmente saliva; sólo hay que saberlos buscar. ¡Ah!, también se debió
concretar un pre hisopado vaginal y anal, estudios que se complementarían en la
morgue con mayor detenimiento. Por ejemplo, ¿se peinó el pubis de Nora en
busca de vello con bulbo del victimario, fuente invalorable de ADN? Me atrevo
a asegurar que no. Caso contrario no se estaría como se está: a fojas cero
y con muchos dimes y diretes para llenar páginas y páginas sólo con sospechas
y suposiciones. El periodismo tenía que dar rienda suelta a su imaginación,
basándose en meros rumores.
Después de muchas vueltas y tiempo perdido, un fiscal entregó
a la Embajada de los Estados Unidos, para ser girado a los cuarteles del F.B.I.
evidencias degradadas recogidas en un ambiente seguramente contaminado. Desde ya
podría asegurar que no se obtendrá ningún resultado. Se ha perdió mucho. Sin
embargo surge un interrogante: para el caso de que se detecte algún tipo de
ADN, ¿con qué contraprueba se lo confrontará? Porque con algo hay que
cotejarlo… Los García Belsunce, por ejemplo, se han negado y el juez de la
causa, enfrentado al fiscal, no encuentra causa probable para intimarlos.
Pero volvamos al trabajo forense que me preocupa. Además de
las fotografías primarias (¿alguien vio alguna?), cada descubrimiento debe
quedar registrado. La manos de la occisa deben ser embutidas en bolsas ya que
bajo las uñas pueden existir rastros de piel si realizó algún alto defensivo,
cosa que según trascendió no se dio en este caso. La pasividad de Nora
fue absoluta ya que conocía a su victimario; no se trataba de un sicario. La
muerte de Nora no tiene el perfil de un asesinato por mandato.
Tampoco se debió olvidar la escena colateral del crimen: el
cuarto de baño. Seguramente el criminal debió utilizarlo en algún momento. ¿Se
lo fotografió e investigó con sumo cuidado en busca de huellas digitales,
especialmente en el asiento y tapa del inodoro? ¿Qué se halló en la pileta,
en la ducha, en la grifería? Los asesinos, especialmente en crímenes no
premeditados como este, no muestran cuidado. Contra suposiciones de algunos
expertos, creo que actuó una sola persona. En un momento de arrebato, vaya a
saber por qué causales, sus manos se afianzaron en la garganta de la mujer cortándole
el flujo sanguíneo que le provocó un desvanecimiento. No hubo resistencia por
parte de Nora. La muerte no tardó en sobrevenir, sólo tres o cuatro minutos más
tarde. Así lo ratificó el forense. Como decía mi abuelo Isidro: “Murió
como un pajarito”.
Los especialistas forenses altamente capacitados, no los
improvisados para salir del paso, sostienen que los muertos hablan, mucho y
claro, sólo hay que saberlos “oir”. Obviamente, todo este trabajo debe
estar apoyado por un laboratorio criminalístico de "primera" que se
encuentre en el mismo edificio y en los que se podrán obtener resultados, de
todo tipo, en cuestión de minutos, horas. Incluso los perfiles primarios del
ADN.
La autopsia en sí es otro paso revelador que debe hacerse
con absoluta dedicación, ya que antes de abrir el cuerpo en “Y” se
debe radiografiar el cadáver desde los pies a la cabeza y examinarlo
cuidadosamente, tanto de frente, perfil y espalda en busca de cualquier tipo de
evidencia física, como ser rasguños, moretones, mordeduras… La extracción y
el estudio de las víscera podrán señalar, especialmente los restos que puedan
hallarse en el estómago, qué fue lo último que comió y aproximadamente la
hora en que lo hizo. Cada órgano tiene algo que decir, sólo que el
forense y los analistas científicos deben entenderlo. Claro, se puede saber qué
bebió y en qué cantidad; incluso si ingirió algún tipo de droga. Según uno
de los escasos informes médicos, no se halló alcohol ni drogas en el flujo
sanguíneo. Estaba lúcida antes de ser estrangulada.
De lo estudios que se le hicieron al cadáver de Nora
Dalmasso poco y nada trascendió, posiblemente por el consabido “secreto del
sumario”. Lo cierto es que los fluidos vaginales no supieron ser
estudiados debidamente. En otras circunstancias y en un laboratorio apropiado no
cabe ninguna duda que el resultado hubiera sido positivo. ¿Qué tal si se
hubiera apelado al Instituto Malbrán? No quiero parecer grosero, pero se me
ocurre que existió ocultamiento por presión.
Si se logra obtener un perfil de ADN de la colilla de un
cigarrillo, de la nema de un sobre o del hisopado de las fauces, o de un lente
de contacto, ¿cómo no se lo pudo lograr mediante el examen vaginal y rectal?
Con esto no quiero decir que haya habido ocultamiento, sino de una absoluta
falta de elementos técnicos e incapacidad humana. Si desde un primero momento
se hubiera recurrido a algún laboratorio criminalístico de los Estados Unidos
– no solo al del F.B.I. o al del Servicio Secreto – sino al más avanzado
que existe en Los Ángeles, otro hubiera sido el cantar.
Ahora ya es tarde. Toda esa evidencia física, que es más
fuerte que las simples y subjetivas declaraciones de los testigos, se ha
perdido. Y difícilmente el remanente de esa evidencia enviado a Quántico,
Virginia, tenga algo que decir.
De ahora en más, todo lo que se diga es para la gilada,
que somos nosotros. Tanto Nora como María Marta se llevaron a sus
tumbas el secreto de quienes fueron sus asesinos. Nunca sabremos quienes las
ejecutaron. En el caso de García Belsunce, la sociedad sí sabe los nombres y
apellidos de quienes obstruyeron la justicia e hicieron todo lo posible
por ocultar hasta el famoso pituto… ¿Recuerdan el pedido del
hermano de María Marta a un alto jefe policial para que demorara el inicio de
la investigación? Claro, necesitaba tiempo para hacer limpiar a fondo la escena
del crimen y entorpecer el accionar de la Justicia.
Realmente, este es un país en joda, para la joda y seguirá
así ad-infinitud. El ejemplo más claro y patético de
nuestra involución. Si se entregan millones de dólares en carácter de
subsidio para que las compañías ferroviarias funcionen correctamente, y los
servicios cada vez son más siniestros por culpa de la corrupción empresaria,
¿cómo yo, simple mortal, puedo pretender que exista un laboratorio criminalístico,
con equipos de última generación y técnicos adiestrados en otros países?
Claro, se vería afectado el normal desarrollo de la delincuencia vinculada al
poder de turno y eso no se puede permitir. Es una mano de obra que no se puede
desaprovechar.
Cada vez me amargo más cuando me desasno con el Discovery
Channel, y me hago cargo lo lejos que estamos de contar con una
eficiente policía científica. Bueno, solo resta decir: “Qué pase la que
sigue”.
Juan Isidro González