Dedicado a Mirtha Curi y Alfredo Scalabrini, queridos amigos que siempre recordaré. El espacio-tiempo no es impedimento para el amor que siento por ustedes.
Nuestra humanidad transita un ciclo, que la doctrina hindú denomina “Kali Yuga” o “Edad de la Sombra”. Debido a sus características cualitativas el conocimiento se degrada. Los “ciegos guían a los ciegos”. Pero el que busca con sinceridad, encuentra, motivo por el cual intentaremos quitar el velo, “develar” los aspectos fundantes y simbólicos de la Navidad, en obediencia a la sentencia tradicional que establece que lo que está oculto se hará visible hacia el final de nuestro ciclo.
Desde hace unas décadas, existe toda una corriente moderna desviada y desviadora que toma por natural algo excepcional y sobrenatural. El mitismo niega a la persona histórica y deja al hecho como mito. Así aparece la teoría del “mito solar”, en dónde el “Dios Sol” nace en el solsticio de invierno, después del día más corto del año, a la media noche del 24 de diciembre, cuando el signo de Virgo (que simboliza a la Virgen) está a pleno en el horizonte. Si bien es cierto, es una verdad relativa.
Esto no sería grave si no dominara toda una tendencia consciente orientada a despreciar o menospreciar al cristianismo original. La idea medular es destruir toda tradición primordial. Así desviaron las doctrinas ortodoxas: hindúes, precolombinas, judías, cristianas y, hoy, intentan, desde adentro y desde afuera, acabar con el Islam. Como bien estableció Madame Blavatsky, fundadora del teosofismo: “Nuestro objetivo no es restaurar el hinduismo, sino barrer al cristianismo de la faz de la tierra". Su continuadora, Annie Besant, aumentó su encono al decir: “luchar por doquiera contra el cristianismo y echar a Dios de los cielos”.
Retomando el tema central, coincidimos con que hubo otros “niños divinos” que nacieron en condiciones similares a Jesús, como es el caso de Mithra.
Estos “nacimientos divinos” deben entenderse como una continuidad histórica perteneciente a la misma unidad tradicional. No hay sincretismo, sino síntesis. Hay un sólo mensaje divino. Cada profeta trae el mismo mensaje, adaptado a su época y a la capacidad de cada pueblo receptor.
Esta sucesión en el tiempo de mensaje divino se llama "dispensación".
La Virgen María se correlaciona en el hinduismo y en el budismo con “Mâyâ”. El término “mâyâ” deriva de la raíz “matr”: medir, de la que a su vez procede “meter” (madre).
Es imprescindible rescatar el símbolo de la “Virgen Madre”, que, en la Kabalah judía, está representada por la tercera séphira o sefiroth. Esta María pre-existente en el judaísmo es “Binah”, la “Madre Superior” que a veces aparece denominada “Marah” (Agua Amarga). Esta “Marah”/ María, es la mujer que con amargura y dolor llora a los pies de la cruz.
Así es que identificamos al aspecto divino Binah como el “prototipo de la Matriz Inmaculada”, con la “Virgen Santa”, el “arquetipo femenino de la maternidad universal”. No es por casualidad que se representa a esta séphira con la imagen de una madre virginal que porta un “niño divino” en su seno.
Este cuerpo virgen recibe en este mundo humano y material al Logos, al Verbo, al Avatara Eterno. Y la palabra materia, nos remite al latín “materea”, raíz, “Mater”, madre. Vemos la importancia de lo femenino en todo este ciclo de manifestación.
Desde la aparición de la “Primera Madre”, Eva, el hombre cae. Esta “caída” metafísica separa al hombre de Dios y de sus semejantes. Es un simbolismo que indica que Dios, el Creador, da al hombre el libre albedrío. Es libre de elegir su conducta. Ya es un ser responsable.
De allí que son erróneas todas las interpretaciones literales y fanáticas que “culpan” a la mujer como la portadora del pecado y origen del mal de esta humanidad. Para peor, se asocia a la mujer con la serpiente en un sentido peyorativo, ignorando que en el pensamiento tradicional ambas están asociadas a la idea de vida.
El “hombre caído” nunca está solo. Tiene sus guías espirituales, sus profetas. Y justamente, María, la “Nueva Eva”, al recibir al Espíritu en su seno, es el receptáculo del Profeta Jesús.
Nuestra María da a luz al “Alfa y la Omega”, “el que es, el que era y el que viene”, “el Todopoderoso”. Concibe a la “luz (que) resplandece en las tinieblas”, al “Señor de la Eternidad”, al Salvador, al Ungido.
Este último término viene del siríaco “Meshisha”, Ungido y del hebreo “Mashah”, “hacer una unción”. Cristo y Mesías son apelativos similares.
Dice con sabiduría el libro sagrado: “Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real, en medio de una tierra condenada al extermino”.
En el desierto tres reyes magos, que representan las razas descendientes de Noé, siguen la estrella que los lleve a la cueva o gruta en donde según los datos tradicionales ocurrirá la Encarnación del Verbo. Es la “estrella” de la iniciación que anuncia el nacimiento del nuevo Salvador de los hombres.
La “noche” simboliza la entrada del hombre en el “kala” (tiempo) y en el “dish” (espacio), condiciones fundamentales para la existencia corporal. Asimismo, ingresa en la “rueda cósmica”.
Estos sacerdotes-magos, que vienen de Oriente, le ofrecen al recién nacido: oro, incienso y mirra. Y lo saludan respectivamente como: Rey, Sacerdote y Profeta.
Es el sincero homenaje y sumisión al Rey de los tres mundos: el mundo de la manifestación corporal o terrestre, el mundo de la manifestación sutil o psíquica o intermediario, y el mundo de lo no-manifestado o celeste..
La “cueva” está localizada en Belén y en María. Dentro de la perspectiva iniciática la “cueva” es el símbolo de la Madre, del seno matricial. Y en hebreo “Beith-El” es la “Casa de Dios” y “Beith-Lehem” es la “Casa del Pan”. La relación entre el pan que alimenta y el amor incondicional de la madre es recíproco.
En algunas liturgias orientales es el propio Cristo que dice: “Yo soy el Pan de vida bajado del cielo a la tierra para que el mundo viva gracias a mí. El Padre me envió, Verbo incorpóreo; como delicioso grano de trigo en una tierra fértil, me recibió el seno de María”.
Se transmite que la encarnación del Verbo en el útero virginal, “Utero divino” según San bernardo, realizó las "bodas del cielo y la tierra". Y en simbolismo de la Natividad, se la presenta de dos formas: tendida en el suelo, y en la gruta, representando la matriz de la Tierra-Madre y amparando a Jesús.
Existe una relación estrecha entre María y la tierra. Como expresa el sabio sioux Alce Negro: "Madre Tierra, eres sagrada... Hemos salido de ti, somos parte de ti".
Para las tradiciones originarias de América Latina y Caribeña, desde México a la Tierra del Fuego, la tierra constituye un lugar sagrado, un espacio privilegiado de encuentro con Dios. Madre buena que da a luz, que cuida y alimenta a sus hijos. Es como el rostro femenino y materno de Dios. Una expresión popular subraya: “Un pueblo sin tierra es un publo muerto”.
Enuncia la Pachamama: "Yo soy la santa tierra. La que cría. La que amamanta soy. Pacha Tierra, Pacha Ñusta, Pacha Virgen soy”.
La profecía anuncia que el Mesías es la “piedra desprendida de la montaña”. En la tradición judeo-cristiana “la piedra” se relaciona con Cristo: Es la “piedra filosofal” de los hermetistas cristianos. De ahí las representaciones de las “Vírgenes turrígeras”, es decir, con una corona formada por elementos que representaban murallas fortificadas. La liturgia asimila a María a una ciudad, más exactamente a “la Ciudad”, “la Ciudad Santa”. Es llamada “Ciudad del Rey Universal”, “Ciudad de Dios”, “Ciudad del Señor donde corren los ríos de la Vida bienaventurada”.
En otra acepción, pero siempre dentro del pensamiento tradicional, la ciudad se equipara al seno materno, al seno protector; de ahí que, en casi todas las lenguas, el nombre que la designa sea femenino.
Cristo es el “Sol Justitiae”, el “Sol espiritual”, el “Centro del Mundo”, el “Corazón del mundo”. Es el puente entre el mundo corporal y los mundos superiores. Es la “vía”, el “camino” el Tao, el din, la tarikah, para superar el estado humano.
En la tradición extremo-oriental es el “Wang” o “Rey-Pontífice”. El “Hombre Universal” (El-Insanul-Kamil) del esoterismo islámico. El “Adam Kadmón” de la kabalah hebraica.
El Señor desciende como: “Luz de Navidad”, “Sol de Medianoche”, , “Sol Invictus” para guiar a la humanidad. Y este “Sol Victorioso” se une a María, la “Regina Coeli”( “Reina del Cielo”), “Janua Caeli” ( “Puerta del Cielo”).
Como canta San Pedro Damián: “La Virgen encinta del Verbo / Se vuelve puerta del Paraíso:/ Trajo a Dios al mundo / Nos abrió el cielo”.
En el rito bizantino se establece que : “Ella es la Puerta oriental preparada para la entrada del Gran Rey”. Es la “ Puerta Solsticial” de Navidad por donde entra el sol para proseguir su ascensión en el corazón de la noche invernal. Con la misma idea se la invoca como “Stella matutina” (“Estrella de la mañana”). Aunque esta estrella, que en realidad es un planeta, el planeta Venus, anuncia, al aparecer por la mañana, la salida del sol. También, Jesús según el Apocalipsis es “la estrella resplandeciente de la mañana”.
Es la “Rosa Mundi”(“Rosa del Mundo”) y como tal asociada con lo que en el hinduismo se llama “Prakriti”, la sustancia universal; principio femenino de la manifestación cósmica.
En la alquimia la Madre equivale al Cosmos y el Cosmos equivale a la Naturaleza. Y si hablamos de alquimia, el Principio Femenino está asociado con la Madre, el Seno Matricial, la Mujer Primordial, la Materia Prima, el Agua y la Luna.
De la misma manera, en los textos alquímicos se la relaciona con el Ouroboros, la serpiente o dragón que se autofecunda y llega al “nuevo nacimiento”. Existe la misma relación en la figura circular del yin-yang de la tradición extremo-oriental.
Las Philosophia Perennis designa a la iniciación como el “segundo nacimiento”, “regeneración” o “iluminación”. Luego, de esta “regeneración psíquica” se pasa al orden espiritual. Hay un “tercer nacimiento” o “resurrección” que lleva al sujeto iniciado a una nueva transformación en que obtiene, si la logra, un “Cuerpo Glorioso” o “Cuerpo de Resurrección”.
Y vale tener presente que, en el imaginario social, personajes como San Nicolás o Papá Noel, ascendiendo y descendiendo por las chimeneas, guardan cierto simbolismo con el “camino”, la “vía”, el ascenso y el descenso del ser, el “eje vertical” y con la piedra.
María como “Madre universal”, es el “Agua primordial” sobre la que sobrevuela el Espíritu de Dios y, en el momento de la Anunciación, el Ángel manifiesta: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lucas, 1,35). Palabras que son casi idénticas a las del Génesis: “El Espíritu de Dios cubría con su sombra las Aguas”. El texto “cubrir de sombra” se relaciona con “incubar”, “fecundar”, igual que el verbo utilizado por Moisés, verbo que se traduce inexactamente por “planeaba”. Por eso la concepción del Mesías en el seno de María se opera según un modo totalmente análogo al de la creación del mundo.
El simbolismo de las Aguas se relaciona con las imágenes vegetales como el “Arbol del Mundo”, “Arbol Sagrado”, que a su vez simboliza el “Eje del Mundo”. Recordemos que José, el padre adoptivo de Jesús, es carpintero. Allí tenemos la relación con el “Arbol Sagrado”. Incluso sirve de apoyo a su hijo en la crucifixión, ya que la cruz es de madera.
En algunos oficios de la Virgen se lee: “Yo soy el Cedro del Líbano, el ciprés sobre el monte de Sión, la palmera de Cades y el plátano al borde de las aguas”.
El árbol está llamado a ser considerado una epifanía de la divinidad y, más particularmente, de la Tierra Madre, que ofrece con él una de sus más espectaculares producciones; y por eso era normal que también fuese asimilada al árbol, y al “Árbol de la Vida”. En la cruz y como “Eje del Mundo” posee un influjo vivificante vinculado con la regeneración y la resurrección.
También, en el taoísmo encontramos la cruz en una síntesis o unidad “principial” con el cristianismo. El madero vertical es la Perfección Activa, que asemeja al Rayo de sol. Y el horizontal, representa Perfección Pasiva, la pasividad receptiva y femenina del agua. Vemos las afinidad simbólica con Jesús y María, como elemento activo y pasivo.
Para ejemplificar que la tradición verdadera es una y continua referiremos una narración o hadiz islámico:
“”””Un compañero del Profeta Muhammad le preguntó en cierta ocasión: “ Profeta ¿Quién es, en el Islam, la persona más importante para el alma?”
El Mensajero de Allah respondió: “La madre”.
Le volvieron a peguntar: ¿Y quien es la segunda persona más importante?. Contestó: “La madre”.
Le reiteraron la pregunta y dio la misma respuesta.
Por cuarta vez, le preguntaron: “Amado Profeta, dinos cuál es la cuarta persona más importante para el alma?”
Muhammad dijo: “El padre”.””””””
A lo que agregó: “El paraíso se halla al pie de las madres”.
Con esto deja sentada la importancia de la mujer-madre.
Finalmente, cuando hablamos del sentido simbólico no rechazamos el plano histórico, pues las realidades del orden inferior son correspondencias de lo superior. O como establece la Tabla Esmeraldina de Hermes Trimegisto: “Lo de abajo es igual a lo de arriba, y lo de arriba, igual a lo de a lo, para obrar los milagros de una cosa”.