¿Y si Sigmund Freud fuera un charlatán,
los psicoanalistas unos irresponsables ególatras, el psicoanálisis una farsa
y la historia de la disciplina y sus éxitos un tejido de mentiras? Así de
concreto es el alegato de un libro explosivo que acaba de aparecer en Francia
y que puso a los herederos del gran “brujo” vienés al borde de la crisis
de nervios. El libro negro del psicoanálisis ataca frontalmente a una
disciplina cuya aparición marcó la historia del conocimiento humano desde
finales del siglo XIX. Las 800 páginas de la obra redactada por unos 40
especialistas de distintas disciplinas oriundos de Europa y América
constituyen un atrevido e inédito ataque contra la disciplina freudiana. Las
acusaciones son graves. El libro negro... retrata a los psicoanalistas como
“individuos peligrosos”, adeptos a una “pseudo ciencia” que se impuso
de forma “hegemónica” por medio de “un terrorismo intelectual que nada
tiene que envidiarle al de los ayatolas”.
Hasta el mismísimo Sigmund sale mal parado. Según el
historiador galés Peter Swales, Freud era “un charlatán ávido por
llenarse los bolsillos”. Las legendarias Freud Wars lanzadas a principios de
los años ‘80 en los Estados Unidos se nutren ahora de una jugosa ofensiva
que retoma algunos de los argumentos conocidos, entre ellos el principal: el
psicoanálisis es una farsa disfrazada de disciplina científica. Piadoso, el
gran filósofo Karl Popper había dicho que, a lo sumo, el psicoanálisis era
“una metafísica”. La publicación del libro es tanto más impactante
cuanto que Francia no sólo se considera como “la primera hija de Freud”
sino que, además, es la patria natal de otro de los renombrados
psicoanalistas de la historia, Jacques Lacan. A este respecto, el voluminoso
argumento contra los practicantes del diván afirma que el psicoanálisis es
una “costumbre” que sólo perdura en Francia y en la Argentina. Estos dos
países, “los más freudianos del mundo, están ciegos”. Según El libro
negro..., en el resto del mundo el psicoanálisis se ha vuelto un
“tratamiento marginal” y su “historia oficial ha sido puesta en tela de
juicio por descubrimientos gigantes”. Terapias erróneas, teorías
aproximativas, las flechas envenenadas no esquivan ningún campo. Así, el
psiquiatra suizo Jean Jacques Degion va hasta acusar a los herederos de Freud
de tener las manos llenas de sangre, de ser criminales encubiertos con el
estatuto de médicos. Degion sustenta que la base de la toxicomanía es
“neurobiológica” y que, por consiguiente, al impedir el desarrollo de
tratamientos médicos de sustitución, los psicoanalistas provocaron “una
catástrofe sanitaria” y, por ende, “contribuyeron a que murieran miles de
individuos”.
El libro es de una virulencia que a menudo llega al
insulto. El “librito” sostiene que los psicoanalistas son “perezosos”
por cuanto se contentan con emitir repetidos “mmmm, hemmm, hejemm, para que
los pacientes se sientan escuchados y se tranquilicen”. Y también son
oportunistas, miembros de un selecto club dictatorial y oscurantista que hace
todo cuanto puede para que la ciencia no progrese. Cita textual: “Los
psiquiatras universitarios, los médicos y, sobre todo, los psicólogos, no
tienen ningún interés en que las investigaciones recientes modi- fiquen lo
establecido. Es el psicoanálisis el que les permite acumular sus
ganancias”. La conocida historiadora del psicoanálisis Elizabeth Roudinesco
salió en defensa de la disciplina freudiana. Roudinesco dijo que “los
freudianos han sido puestos en el banquillo de los acusados. Desde sus orígenes,
todos los representantes del movimiento psicoanalítico se ven atacados con
una violencia poco común. Pero las cifras son falsas, las afirmaciones
inexactas, las interpelaciones resultan a veces delirantes. Las referencias
bibliográficas son erróneas y el índice es un tejido de errores. Francia y
los países latinoamericanos están calificados de atrasados, como si, por
razones oscuras, el psicoanálisis se hubiese refugiado ahí mientras que, en
todos los países civilizados, el psicoanálisis ha sido borrado del mapa”.
Dirigido por la editora Catherine Meyer, El libro negro del psicoanálisis
agrupa las contribuciones de conocidos especialistas, algunos de los cuales se
destacaron por sus trabajos críticos sobre los orígenes del freudismo, como
Mikkel Borch-Jacobsen, o renombrados expertos en TCC (terapias
comportamentales cognitivas), como el psiquiatra Jean Cotraux y el psicólogo
Didier Pleux, fundador del Instituto Francés de Terapias Cognitivas.
Responsable de la edición, Catherine Meyer explica que “para mostrar los
caminos sin salida y los excesos de un dogma, así como los caminos posibles,
se adoptaron varios enfoques: terapéutico, histórico, epistemológico, filosófico.
La vida continúa después de Freud. Para mi generación, que se decía hija
de Marx y de Freud, se trata de un cambio. Freud decía: ‘El psicoanálisis
es como el Dios del Antiguo Testamento; no admite la existencia de otros
dioses’. Ese monoteísmo no me parece sano”.
“Quieren destruir el psicoanálisis para entregar las
almas a los guardapolvos blancos”, objetan los psicoanalistas. “Es una
sucia guerra entre disciplinas con historia, como el psicoanálisis, y otras
emergentes como las TCC”, explica un psiquiatra del hospital Salpetrière de
París. El psicoanalista Claude Halmos denunció el libro como digno de la
“prensa abonada a los escándalos, la injuria y la calumnia”. Los autores
de El libro negro... no lo ven así. Mikkel Borch-Jacobsen se rebela ante el
espacio que el psicoanálisis pretendió ocupar en todos los ámbitos.
Borch-Jacobsen se pregunta: “¿Qué hay en la teoría psicoanalítica que le
permite ocupar tantas funciones?”. Y responde: “Nada en mi opinión. Es
precisamente porque la teoría está vacía, porque es hueca, que pudo
propagarse como lo hizo y adaptarse a contextos tan diferentes. Es una
nebulosa sin consistencia”. Frank Sulloway, historiador de las ciencias, se
muestra nostálgico y... demoledor: “Terminé por ver al psicoanálisis como
una suerte de tragedia, como una disciplina que pasó de una ciencia
prometedora a una pseudo ciencia decepcionante”. Más concretas son las críticas
formuladas por los médicos y los psiquiatras. Estos acumulan una amplia gama
de denuncias y ejemplos para interpelar a una disciplina que, en casos como el
tratamiento de los niños o la esquizofrenia, se permitió afirmar hipótesis
que se volvieron verdades cuando en realidad, según la doctora y psicóloga
Violane Guéridault, “la psicología moderna entendió que la psiquis humana
no es un terreno de juego donde podemos permitirnos enunciar pseudo verdades
como si fuesen verdades tangibles”. Elizabeth Roudinesco rechaza esas
afirmaciones y destaca que El libro negro... no “menciona ninguno de los
aspectos positivos del psicoanálisis”. Roudinesco señala también que
“los autores invitan a los pacientes que se analizan a dejar los divanes
para dirigirse a los que, hoy, serían los únicos capaces de curar la
humanidad de los problemas psíquicos: los psiquiatras partidarios de las
terapias cognitivas”. Pero el problema de fondo que plantea en Francia el
ataque al freudismo va más allá de los debates históricos o terapéuticos.
El libro apareció en un momento delicado para la práctica
psicoanalista francesa, atacada también desde los bancos del gobierno. El año
pasado, un diputado de la mayoría conservadora, médico de profesión,
depositó una enmienda en la Asamblea Nacional con el propósito de
reglamentar el ejercicio de la profesión. El doctor Accoyer encontró
“anormal” que cualquier persona pudiese colgar una placa en su puerta con
el título “psicoterapeuta”. En la primera versión de la enmienda, el
diputado doctor incluyó a los psicoanalistas. Tras muchas polémicas,
debates, enredos, insultos y presiones, la enmienda dejó afuera a los
psicoanalistas. Sin embargo, la sospecha sobre la legitimidad de la disciplina
se instaló en la sociedad. Peor aún, en el curso del 2003, el Ministerio de
Salud francés publicó un informe sobre la “incomparable eficacia” de las
TCC, terapias comportamentales cognitivas, frente a los misteriosos meandros
del psicoanálisis. Nueva crisis. El informe fue retirado de la circulación y
los representantes del TCC denunciaron lo que consideraron como “una censura
científica” por parte de un ministerio. Una vez más, el psicoanálisis se
encontró en la mira telescópica de la duda.
Catherine Meyer dice no estar en contra de Freud sino de su
“hegemonía”. Para la editora del polémico brulote, lo que se buscaba era
“abrir una brecha” y, también, poner al descubierto “las increíbles
mentiras y estafas de Freud”. El medio analítico francés se siente
injuriado y rebajado. Algunos autores de El libro negro..., en cambio,
persisten en denunciar justamente el carácter “cerrado” de los
psicoanalistas y su incapacidad para “revisar” sus esquemas. A este
respecto, Philippe Pignare, uno de los autores, recuerda hasta qué grado
absurdo los psicoanalistas tardaron en rever temas tan centrales como la
homosexualidad o la culpabilidad de las madres, a las que se juzgó como únicas
responsables del autismo de sus hijos. Existe, con todo, un consenso: más allá
de la pluma envenenada de El libro negro..., se considera lícito restablecer
la verdad sobre Freud. Frédéric Bieth, psicoanalista y miembro del
“Cartel” freudiano de París, afirma que siempre “se ha presentado de
forma excesiva el freudismo como un horizonte que no se podía sobrepasar. No
fue entonces inútil hacer un libro de 800 páginas para salir de ese
horizonte”. Lo cierto es que, pese a sus 800 páginas, El libro negro del
psicoanálisis acaparó la atención de los lectores y, lógicamente, de
quienes se sienten concernidos por los ataques, los freudianos. Los primeros
llevaron el libro al octavo lugar en las ventas de ensayos, con más de 20 mil
ejemplares vendidos. Los segundos organizaron la contraofensiva en todos los
medios de comunicación disponibles. Y la guerra no es inconsciente.
Eduardo Febbro
Página/12 (Desde París)
Excelente nota, que bueno encontrar en este país gente que toma la salud mental como lo que debe ser, una empresa seria y responsable.