Todos, todos estamos sufriendo en estos meses de las desastrosas consecuencias de la pandemia china en nuestras vidas, en nuestros hogares, en nuestras sociedades, en la economía mundial en medio de la zozobra de saber cómo será el mundo post corona virus, en base a qué estructura político-social se regirá el mundo del mañana. ¿Qué ideología y qué potencia mundial regirá nuestros destinos? Lo que sí es cierto es que nada será como era antes de la pandemia. ¿Empeorarán nuestras instituciones democráticas, nuestras libertades, los derechos humanos?
Un debate profundo acerca de los peligros está comenzando a aflorar en Europa y en los EE.UU, y nos cabe a nosotros, periodistas y analistas políticos independientes, ponernos al frente y revelar el riesgo que encaran nuestras sociedades confundidas por tantas mentiras e informaciones falsas de órganos de prensa manipuladores al servicio de intereses que no corresponden con los principios de la libre expresión. Y no olvidemos que China bate el record mundial de periodistas encarcelados o “desaparecidos”. El verdadero peligro es que si escuchamos suficientes mentiras, ya no reconocemos la verdad. Es por eso que el gran Jefferson reiteraba que “el precio de la libertad es su eterna vigilancia".
Actualmente estamos enfrentando al peligroso imperialismo comunista chino, que se desenmascaró aún más en su actuación frente a la pandemia, manipulando, engañando con informaciones falsas, lo que desató este desastre mundial en el que vivimos. El imperialismo chino contó y cuenta con muchos tontos útiles en la prensa internacional, en organismos internacionales que le han facilitado su penetración en nuestras sociedades. Tenemos muchos ejemplos de cómo se maneja este sistema chino a nivel mundial, en busca de un dominio totalitario.
Ya lo dijo claramente Xi Jinping en su histórico discurso del XIX Congreso del Partido Comunista Chino en octubre del 2017, y que representa la declaración más firme de la política y de los objetivos chinos de dominio totalitario mundial: “China se ha mantenido en pie, se ha enriquecido y se está fortaleciendo, y para el año 2049 se convertirá en líder mundial, en fuerza nacional y construirá un orden internacional estable en el que el rejuvenecimiento nacional pueda lograrse plenamente”. La experta en temas de política china Liza Tobin, que analiza constantemente las declaraciones de Xi y de altos funcionarios de su régimen, llega a la conclusión que China tiene un marcado anhelo de hegemonía mundial, y que no se limita al marco geopolítico de la región del Pacífico sino que incluye a Europa, África y Latinoamérica.
Europa está siendo asediada por el capital y las inversiones chinas, e Italia ha sido la primera víctima de sus tentáculos enmarcados en el ambicioso proyecto imperial de dominación mundial llamado “La Ruta de la Seda”, el proyecto clave de Xi Jinping. Ya el 23 de marzo del 2019
firmó el país europeo un trascendental acuerdo, que asentará aún más el dominio de empresas chinas sobre la tradicional industria textil y de la moda italiana. Se calcula que en toda Italia son más de 300.000 los chinos radicados en el país. En la pequeña ciudad de Prato en la región toscana un cuarto de la población activa es china y por eso es llamada “el Wuhan italiano”.
Los constantes contactos de estas poblaciones con la China continental, han acarreado evidentemente la tragedia de la epidemia al país con la muerte de unas 34.000 personas. Tanto Alemania como Francia están finalmente tomando medidas de precaución ante la presencia dominante china y su comportamiento imperialista y totalitario y mentiroso. Ni hablar de la grave confrontación existente con los EE.UU. al respecto. Tengamos en América Latina bien en cuenta este comportamiento, para vigilar atentamente sus maniobras de seducción.
En cuanto a nuestro continente, los planes de dominación en la región no han cambiado en lo más mínimo pese a la pandemia del Covid-19; por el contrario de acuerdo a especialistas en la materia pueden muy bien incrementarse a corto plazo. La estrategia de Jinping para América Latina no se detiene pese a la pandemia. El líder chino trata de acelerar sus planes de expansión y neocolonización. Con rápidos reflejos y buen olfato para aprovechar de las crisis, intentará acentuar la política llevada a cabo minuciosamente durante los últimos 15 años, con la ayuda del ofrecimiento de dinero fácil para gobiernos y funcionarios corruptos, que también ven la oportunidad en esta crisis de enriquecerse enormemente y a corto plazo. Gracias a sus controles autoritarios de la gestión del virus y sus enormes reservas financieras, China es el primer Estado importante en ofrecer actualmente ayuda económica a países que enfrentan profundas crisis, y que muchas veces, como el caso de la Argentina, están excluidos de los mercados financieros internacionales.
El “suave“, pero imperialista y totalitario poder económico chino crecerá en América Latina, donde ya el 57 % de sus inversiones se realizan en empresas dedicadas a la extracción de materias primas y donde el 77% de estas compañías pertenecen directamente al Estado chino.
Mientras tanto el mundo occidental, debilitado enormemente, justamente por la pandemia china, no termina de reaccionar decididamente frente al peligro del avance del imperialismo de la cúpula comunista de Beijing. Solamente el actual gobierno de los EE.UU. tiene el coraje de encarar decididamente al peligro geopolítico chino en todo el mundo, enfrentando además enemigos internos que hacen su labor aún más difícil por mezquinos motivos electorales e ideológicos. Este enfrentamiento frontal de la administración de Trump, para frenar el imperialismo chino, conlleva evidentemente la posibilidad de un conflicto armado entre las dos superpotencias. De tal manera que el profesor Graham Allison de la Universidad de Harvard ha traído a consideración la tesis de la “Trampa de Tucídides”, aplicándola a la situación actual de enfrentamiento chino–norteamericano. La historia antigua nos lleva a la guerra del Peloponeso (431-404 A.C.) en la que se enfrentaron una Atenas en pleno auge con una Esparta temerosa de perder su predominio. Esta analogía histórica es estudiada actualmente por especialistas en la rama de investigaciones de conflictos globales.
Cualquier crítica bien fundada que se haga al peligroso imperialismo chino es descalificada por el totalitarismo de Beijing, venga donde venga, como lo son en estos días las declaraciones del escritor e intelectual latinoamericano Mario Vargas Llosa, que osó, pocas semanas atrás, publicar un artículo en la prensa internacional sosteniendo que “si China fuera una democracia la situación mundial de la pandemia sería bien diferente, pero el gobierno chino en lugar de adoptar las medidas correspondientes, ocultó y silenció la noticia y a los científicos, como lo hacen todas las dictaduras.” Bastó esta crítica para que todos sus libros desaparecieran del mercado chino. Vargas Llosa era el autor más traducido en China.
La penetración económica en nuestro continente viene acompañada por la eficiente penetración cultural e ideológica de los llamados Institutos Confucio, diseminados por toda Latinoamérica. El principal objetivo de las relaciones exteriores de Beijing es expandir su esfera de influencia, y no sólo la de obtener una ganancia comercial, y mucho menos la de tener una feliz convivencia. La censura, la propaganda, el espionaje, el soborno y la intimidación son solo algunas de las herramientas que utiliza el régimen comunista chino, y lo hemos visto claramente en su nefasta y criminal actuación en la pandemia del coronavirus.
Los Institutos Confucio, supervisados por el Ministerio de Educación Chino, son un Caballo de Troya, y un vehículo de la manipulación de la verdad y un instrumento de espionaje efectivo en el marco cultural, universitario y de infiltración en centros científicos en los diferentes países en los cuales se ha asentado. China está así exportando su aparato de censura orwelliana, sin que el ciudadano común pueda darse cuenta del real peligro.
Para fines del año 2019 funcionaban en el mundo unos 1500 Institutos Confucio, a menudo acoplados a renombradas universidades. A este hecho se suman los 800.000 estudiantes chinos matriculados en universidades extranjeras que ejercen un gran aporte financiero para las cajas de estas instituciones académicas.
Estos estudiante son, muchas veces, en realidad “soldaditos – espías” del régimen chino. Colaboran con embajadas y consulados chinos, se infiltran en laboratorios de investigación científica para robar datos claves, espían a sus compañeros, y incluso ayudan a reclutar científicos de alto rango para sus fines, como lo estamos viendo en estos días en Houston, Texas, donde el Gobierno Federal cerró la representación diplomática china, justamente por motivos de espionaje. Las actividades en cubiertas chinas han logrado ya la “proeza” de haber suprimido más de 2.450 libros y publicaciones críticas de editoriales académicas de la Cambridge University Press, de la Editorial Springer Nature, Alemania, y de la Sturt University de Australia entre muchas otras. Pero la historia de la infiltración China a través de los Institutos Confucio, no termina aquí. Sumemos además los miles de estudiantes latinoamericanos, políticos, militares, periodistas y científicos que reciben generosas becas o invitaciones con todos los gastos pagos, y que muchas veces brindan a sus anfitriones chinos información técnica y comercial sensibles.
Las relaciones comerciales, culturales con la China comunista deben ser consideradas con mucha cautela, porque tienen rasgos netamente depredadores. Debemos actuar con mucho cuidado, y nos cabe a nosotros, gente de prensa, seguir bien de cerca los pasos del imperialismo chino para que el mundo, y especialmente nuestro continente finalmente reconozca el peligro, que representa.
Y cierro este texto con un pensamiento de Edmund Burke, el gran filósofo y político inglés del siglo XVIII: “Todo lo que se necesita para que las fuerzas del mal se apoderen del mundo es que haya un número suficiente de gente de bien que no haga nada.”
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