Las marchas hacia el Congreso ya dejaron de ser
un pintoresquismo argentino. Hace tiempo se venían haciendo por causas más o
menos serias, pero hoy en realidad
se realizan por cualquier cosa, desde pedir más dinero para los “planes
Trabajar” por parte de los que no quieren trabajar, o reclamar que se apruebe
una ley a favor del aborto, hasta quejarse porque el Servicio Metereológico no
previó la caída de granizo. Todo viene bien para solazarse con el nuevo
divertimento criollo: vagar cortando calles y poniendo los pelos de punta de los
que sí deben transitar para ir a trabajar o a internarse en un hospital.
Ahora son los norteamericanos los que acaban de
demostrar que, si de marchas al Congreso se trata, ellos pueden hacerlas de modo
que retumben bien fuerte no sólo
en la Casa Blanca, sino en todo el mundo.
Este último sábado, en Washington, la blanca
estructura del Capitolio vio cómo se acercaban a ella decenas de miles de
manifestantes –cantidad calculada por el diario “The Washington Post” en
coincidencia con otros medios mundiales-, llegados desde todo el país en
trenes, aviones y más de 300 autobuses y convocados por la coalición “Unidos
por la Paz y la Justicia”, que nuclea a su vez a 1.400 grupos que se oponen a
la continuación de la guerra en Irak –que ya les está representando un
segundo Vietnam-, encuentro del que participaron, además de los pacifistas,
legisladores demócratas y líderes de ese partido, soldados en actividad y
veteranos de guerra, y renombrados artistas de cine como Jane Fonda, Sean Penn y
el matrimonio conformado por Susan Sarandon y Tim Robbins, bien conocidos
–además de sus labores en la pantalla- por sus posturas antibelicistas y su férrea
oposición al gobierno de George W. Bush.
Son varias las voces que se venían alzando contra la
caprichosa locura bélica del presidente norteamericano y su séquito de
“halcones” como el vice Dick Cheney, la secretaria de Estado Condoleezza
Rice, los “ex” Colin Powell y Donald Rumsfeld y los habitantes del Pentágono,
entre otros. Y son muchas más las voces que, a partir de esta marcha, lo seguirán
haciendo. Y no solamente se quedarán en la protesta contra una guerra tan
impopular –de hecho todas lo son- e inútil como ésta, sino que le recordarán
cada día a los legisladores demócratas -que coparon el Congreso gracias a los
votos de los ciudadanos que la condenan- que ahora deberán cumplir con las
expectativas de quienes les dieron esos votos. Las principales son rechazar el
pedido de Bush de enviar 21.500 soldados más a Irak con la excusa de
“pacificar más rápidamente el país” -algo que equivale, al decir de uno
de los convocantes a la marcha, a “apagar el fuego con gasolina”-;
proponer el retiro de las tropas destacadas en Irak en el más breve plazo; y
que cese el suministro de fondos para mantener esa guerra.
Es que los ciudadanos norteamericanos ya están hartos
de ser engañados prácticamente desde que Estados Unidos nació como gran
potencia mundial, y así como no confían para nada en su actual presidente
–las encuestas de opinión así lo reflejan- tampoco lo hacen con el partido
de oposición aunque le hayan dado con sus votos la mayoría en el Congreso. De
hecho, los electores hoy en día no parecen confiar en el poder directamente,
sea del color político que sea. Estas son algunas de las declaraciones de
convocantes a la marcha del sábado: “El presidente está utilizando a
nuestras tropas como escudo humano y no quiere aceptar que su política en Irak
ha fracasado. El Congreso tiene que poner todo de su parte y cortar los fondos
para la guerra, y no dejarse intimidar por las tácticas de miedo que utiliza el
gobierno de Bush”, reclamó Kevin Martin, director ejecutivo del grupo
Peace Action, integrante de la coalición que organizó la protesta. “No
queremos que a los demócratas se les olvide la promesa de cambiar el rumbo de
la guerra. Les dimos nuestro voto y queremos que rindan cuentas”, dijo sin
tapujos Ann Robertson, manifestante llegada desde Ohio. “Queremos que
nuestros soldados regresen a casa, pero no en ataúdes. Un sinnúmero de iraquíes
también están muriendo, todo por una guerra basada en mentiras”, declaró
por su parte Kim Gandy, presidenta de la Organización Nacional de Mujeres
(NOW). “El pueblo estadounidense votó en noviembre en contra de la guerra
y por eso los demócratas ahora tienen el poder en el Congreso. Queremos que
cumplan los deseos del electorado”, avisó Hanny Khalil, portavoz de
“Unidos por la Paz y la Justicia”, la organización que convocó a la marcha
de Washington. Y Leslie Kagan, de la misma organización, dijo: “La gente
comenzó a preguntarnos, poco después de las elecciones, qué iba a hacer el
Congreso, y rápidamente nos dimos cuenta de que la pregunta real es ¿qué
vamos a hacer para presionar a este Congreso a hacer lo que dijo que iba a hacer
para ser electo?”.
No son éstas simples palabras al viento y por algo
fueron dichas, ya que varios de los demócratas continúan mostrando algunos
signos de la ancestral debilidad de ese partido. Por ejemplo, es cierto que
legisladores republicanos y demócratas presentaron propuestas para trabar el
plan de escalada bélica de Bush, pero ninguna es de carácter
“obligatorio”. Por su parte Nancy Pelosi, la nueva presidenta de la Cámara
de Representantes que acaba de visitar Irak, junto al líder de la mayoría del
Senado, Harry Reid, ya dijeron que rechazarían los esfuerzos para recortar los
fondos de la guerra. A la vez, el senador demócrata Jim Webb, en su respuesta
al discurso de Bush se concentró más en la estrategia y la táctica que en la
prescindencia de la guerra. Webb, que tiene un hijo destinado en Irak, dijo: “Necesitamos
una nueva dirección. La mayoría de la nación ya no apoya más el modo en que
esta guerra es librada, así como tampoco la mayoría de nuestro ejército”.
El senador favoreció “una diplomacia de base regional, una política que
saque a nuestros soldados de las calles en las ciudades de Irak, y una fórmula
que en poco tiempo permita a nuestras fuerzas de combate abandonar ese país”,
pero también se opuso a “una retirada que ignore la posibilidad de un caos
mayor”.
En tanto, miles de soldados se suman a los reclamos
para poner fin a la ocupación de Irak, como Jonathan Hutto, quien considera que
la guerra en Irak “está destinada al fracaso”, o el sargento Ron
Kantu, quien señaló que “la guerra pierde apoyo entre los soldados”.
Kantu es uno de los más de 1.200 soldados estadounidenses en actividad que
exigieron, en una carta al Congreso de su país, la retirada de todas las tropas
de Irak, y que también creó el sitio web http://soldiervoices.net,
a fin de brindar a los soldados un foro donde opinar sobre la guerra.
La consigna: no perder el gran negocio
En caso de que finalmente el nuevo Congreso
norteamericano, con amplia mayoría demócrata en ambas cámaras, decidiera
cumplir el aún lejano sueño de sus votantes de rechazar el envío de más
tropas a Irak, cortar la afluencia de nuevos fondos para la guerra y arbitrar
los pasos para una progresiva retirada de las fuerzas allí destacadas, matando
así el perro de la guerra que es la mascota preferida de Bush, ¿se acabaría
la rabia bélica del presidente menos carismático que ha tenido Estados Unidos
en toda su historia?. Es algo muy difícil, al menos mientras el dueño de ese
perro siga en funciones. Y le quedan todavía dos años. Una eternidad teniendo
en cuenta las tropelías que ese
can aún puede cometer.
Para empezar, Bush dedicó palabras muy duras a los
parlamentarios republicanos y demócratas que apoyan decisiones contrarias al
envío de tropas adicionales a Irak, sosteniendo a rajatabla un plan al que
considera “exitoso”, y durante una reunión con consejeros militares
en la Casa Blanca dijo que es él “quien toma las decisiones sobre el envío
de más tropas a Irak”, desconociendo, en su delirio cuasi fujimoresco, la
autoridad del Congreso y las decisiones que éste pudiera adoptar. En la reunión,
el presidente y comandante en jefe de las fuerzas armadas estadounidenses le
recomendó también al general David Petraeus, nuevo comandante de las fuerzas
de ocupación, que implantara “un plan que mejore nuestros objetivos”.
Es que esos objetivos no significan precisamente
ayudar al pueblo iraquí a salir de las atrocidades vividas, tanto durante el régimen
de Saddam Hussein como las que sufre en manos de los “libertadores” y de la
resistencia antinorteamericana. La verdadera razón es sostener los fabulosos
negocios generados por la invasión a Irak. Que no son pocos y de los cuales
forman parte varios de los personajes más encumbrados de la administración,
incluidos el propio presidente y su vice, Dick Cheney.
Desde que Bush es presidente, el presupuesto de la
defensa estadounidense aumentó desde unos 300.000 millones de dólares en 2001
hasta casi 460.000 millones en la actualidad. A su vez, la guerra de Irak está
llenando de oro a muchas compañías del país, ya que pese a que la Organización
de las Naciones Unidas sostiene que Irak “marcha irremediablemente hacia el
abismo” –dicho sea de paso algo a lo que el propio organismo
internacional contribuyó al permitir la invasión- las acciones de las
principales empresas contratistas del Pentágono se han revalorizado desde 2003
hasta alcanzar niveles nunca vistos. Es así como la multinacional de armamentos
General Dynamics ganó un 170%, Lockheed Martin, el mayor contratista de la
defensa en el mundo, se revalorizó un 100%, y Northrop Grumman subió más de
un 60%. Por su parte Halliburton, otra multinacional de armamentos, además de
petrolera, que fuera presidida por Dick Cheney entre 1995 y 2000 -y en la que el
número dos del gobierno mantiene acciones-, acumuló un 185% de ganancias desde
que comenzó la guerra. Pero además de las compañías designadas para la
destrucción de Irak están también las elegidas para su supuesta
“reconstrucción”, entre ellas Lucent Thecnologies y General Electric, si
bien esta última participa en ambos rubros, en el primero de ellos a través de
su “Aircraft Divission”. Claro
que todos esos contratos no son producto del azar o simplemente de las
“cualidades” de cada compañía ya que, como se dijo, pesa muchísimo la
relación directa de funcionarios y ex miembros del gobierno con esos grupos.
Por ejemplo el propio presidente de los Estados Unidos, además de sus negocios
petroleros –otro objetivo fundamental de la invasión a Irak- es accionista de
General Electric; el vicepresidente Dick Cheney, además de su vinculación con
Halliburton, la tiene también con la empresa Procter & Gamble, proveedora
de artículos de limpieza, higiene y cosmética a las tropas; y los ex
funcionarios Colin Powell y Donald Rumsfeld tienen intereses en General
Dynamics, mientras el ex secretario del Tesoro, Paul O’Neill, tiene un
redituable kiosco en Lucent Thecnologies. La secretaria de Agricultura, Ann
Veneman, está relacionada con la multinacional químico-farmacéutica Monsanto,
que si bien no puso el pie en Irak en lo que hace a la cuestión bélica, está
por hacerlo para inundar a los campesinos iraquíes con sus semillas transgénicas,
“convenciéndolos” de que se olviden de su ancestral forma de cultivar y de
la conservación de sus semillas de un cultivo para otro, como hicieron durante
siglos con éxito. Otro negocio muy fructífero, en aras del “progreso” para
Irak.
Cabe señalar que según el diario “The Washington
Post”, la lista de compañías relacionadas con el Pentágono no sólo incluye
a gigantescas multinacionales, sino a una red de más de 100.000 contratistas y
subcontratistas de servicios, corporaciones de seguridad privada y, sobre todo,
firmas que intervendrán en la tan mentada “reconstrucción” del país árabe.
De todas maneras, si el perro de la guerra iraquí que
come de la mano de Bush finalmente lograra ser muerto por la vía democrática
del nuevo Congreso norteamericano, el presidente guerrero tiene otras cartas
guardadas en su manga, listo para lanzar otros perros similares al ruedo. Y
obviamente mantener el buen rumbo de los negocios. Ya está interviniendo
nuevamente en Afganistán, donde la situación para las tropas ocupantes
norteamericanas y británicas se vuelve a tornar insostenible, como lo está
siendo en Irak, pero además se ha lanzado a desafiar abiertamente a Irán,
secuestrando hace poco a seis diplomáticos de ese país y anunciando que a
partir de ahora se eliminará a “cualquier ciudadano de ese país”
sospechoso de atentar contra intereses norteamericanos o colaborar con quienes
lo hagan. Habida cuenta de las “habilidades” de los esbirros de Bush para
crear fantasmas que justifiquen sus aventuras bélicas –como las tan
proclamadas “armas de destrucción masiva” de Irak-, seguramente pronto
aparecerán terroristas iraníes por todas partes. ¿Y por qué no los coreanos
del Norte, otro objeto de las provocaciones del presidente guerrero, al amparo
es cierto de la intención de aquellos de ser una nueva potencia nuclear?. Así
Bush tendría la satisfacción de verse como lo que anhela desde hace tiempo:
ser el líder de la cruzada contra el “Eje del Mal”, como define a Irak, Irán
y Corea del Norte.
¿Podrán ponerle el cascabel, no al gato en este
caso, sino a los perros de la guerra del delirante presidente norteamericano?
Carlos Machado