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La Triple A y su relación con Perón

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LO QUE NO SE CUENTA
LO QUE NO SE CUENTA

    Para contrarrestar un poco el habitual panorama de desinformación (auspiciado desde el poder, ciertamente) que impera en nuestro país, me ha parecido necesario ubicar en el tiempo algunos sucesos que, aunque la memoria falle, todavía podemos establecer con alguna precisión gracias a valiosos auxiliares como Internet, ciertos libros que algunos frecuentan, algunos recortes periodísticos de medios creíbles y que atesoramos los que necesitamos tener certezas, y por supuesto, un espíritu crítico y una lógica que nos lleve a concluir que dos mas dos son cuatro, independientemente de quién sea el que plantee la operación.

 

    Por eso, cuando se habla de la AAA, para no incurrir en errores como el que está cometiendo nuestro inquieto Dr. Norberto Oyarbide, que sostiene un anacronismo evidente, hay que precisar cuál fue la primera prueba que la sociedad argentina tuvo acerca de la actividad de la temible organización.

    Pero primero es imprescindible establecer una premisa fundamental en toda la cuestión a analizar, y ella es la fatal pulsión que existe en el peronismo desde siempre, a dirimir sus conflictos internos mediante una violencia expresa y nunca solapada y tener en cuenta además su ejercicio impúdico y desmesurado del poder, lo que le permite justificar cualquier tropelía cometida en nombre de “la causa”. Esta es una práctica inaugurada por el “old man” en sus años de pleno poder, y sino que lo diga entre otras la historia de Cipriano Reyes, convicto desde que el General asumió, finalmente liberado tras el advenimiento de la Revolución Libertadora. Otras muertes, que mas tarde mencionaré, otras violencias, como la de la Sección Especial, que funcionaba a pleno en la Comisaría Primera de Lavalle y Reconquista, ejercidas por los confesos torturadores Amoresano, Lombilla, los hermanos Cardoso, y tantos otros policías bravos que se me escapan, fueron habituales durante los nueve años de la primera y segunda presidencia de Perón. Su frase tan recordada al regreso del exilio, “soy un león herbívoro”, tomada como un mensaje de paz, en realidad, para los que hemos vivido bajo su primera y segunda presidencia, evoca siniestramente la época en que era una fiera no precisamente consumidora de acelga, lo que pueden atestiguar muchas de sus víctimas.

    Como si fuera necesaria una demostración más reciente, no hace mucho, en oportunidad del traslado de los restos del dictador a su quinta de San Vicente, un violento episodio protagonizado por un par de sindicatos enemistados culminó con la desembozada actuación de un custodio que, desenfundando una pistola calibre 9 y “sin intención de herir a nadie”, vació el cargador apuntando a algo delante suyo. Las fotos no dejan lugar a dudas.


¿De dónde sale esta vocación violenta de los”muchachos”?

    En 1955, después de los graves hechos de Plaza de Mayo, en una inesperada táctica aparentemente aperturista y conciliadora, Perón había dispuesto que se autorizara el uso de la Red Nacional, siempre hermética para la oposición, a los partidos políticos. Uno de los primeros en usar esta inesperada libertad, fue Arturo Frondizi, que en una mesurada alocución apeló a la racionalidad y al necesario establecimiento de un debate destinado a determinar ideas sobre las que producir los imprescindibles cambios para que el país saliera de la situación de enfrentamiento y se abocara al desarrollo en un clima de convivencia. Requirió del Gobierno el restablecimiento de las libertades públicas, criticó el recientemente suscripto contrato con la California Oil Company, y, en suma, alentó un traspaso pacífico y democrático del poder a manos más previsibles y ordenadas, siempre dentro de los cauces y ritos constitucionales.
    Los siguientes expositores apelaron a distintos valores argentinos, la unión de pueblo, Ejército e Iglesia, (Solano Lima) Luciano Molinas defendió al agro y esbozó los inminentes problemas económicos, pero todo se desbarrancó cuando Alfredo Palacios se negó a ser sometido a un escrutinio previo a la difusión de su pensamiento. Radio Belgrano le negó el uso del espacio y a partir de allí una inesperada represión empezó a mostrar su lado más oscuro. Hubo dos desapariciones, una de las cuales terminó en asesinato, y el gobierno, en un insólito acceso de franqueza, blanqueó la existencia de 150 presos, cincuenta por actividades terroristas y cien por ser meramente “opositores activos”. Fue la  forma en que la corta “primavera política” terminó: abruptamente. Uno de los ministros (Albrieu) anunció el final. Y así dio comienzo el último “montaje” propagandístico que el dictador había pergeñado y comenzó a aumentar la incitación a la violencia a extremos paroxísticos.
    Se trató de un acontecimiento que debía haber sido teatral y sin consecuencias, ya que no respondía a un ataque concreto. Sin embargo, originó uno de los más explosivos discursos del “líder”, que pronunció después de una farsesca renuncia que en realidad no se materializó, ante una ululante muchedumbre congregada en la Plaza de Mayo, el 1º de setiembre de 1955:
   
El “renunciamiento” (elíptico término que difería la renuncia) fue conocido públicamente el 1° de setiembre, cuando  la declinación del poder del dictador era evidente. Ante la perspectiva  de una inminente renuncia de Perón, una multitud pacífica y entusiasta comenzó a congregarse en la Plaza, que a las seis de la tarde ya estaba llena.
    Aparentemente, sería uno de los tantos actos de la rutinaria liturgia peronista. El coro fanático dispuesto a dar “la vida por Perón” se acalló cuando el Presidente hizo su aparición en el balcón. Pero éste, con su discurso totalmente inesperado, dio la razón a aquellos que pensaban que la única salida de la situación era el derrocamiento de su gobierno.
    La amenazante perorata contenía frases como “…a la violencia hemos de contestar con una violencia mayor…Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos violentamente. Y desde ya establecemos como una conducta permanente en nuestro movimiento: aquél que en cualquier lugar intente alterar el orden…¡puede ser muerto por cualquier argentino! …La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, ¡caerán cinco de los de ellos!...Veremos si con esta demostración nuestros adversarios y nuestros enemigos comprenden: si no lo hacen ¡pobres de ellos!”.
    A pesar del agresivo tenor del discurso, la muchedumbre se desconcentró en orden y no hubo incidentes dignos de comentar.
    Pero no hicieron falta sesudos análisis para suponer que se venían tiempos negros para todo aquel que no comulgara con el ideario peronista. Este discurso marcó el fin de las dudas y vacilaciones en los conjurados que estaban con el dedo en el gatillo desde el fin de la frustrada y sangrienta jornada del 16 de junio de 1955. En cuestión de días, Perón “fue”.
    Este episodio sirve sin embargo para mostrar cabalmente la concepción que el “líder” tenía de la política, y la consideración que razonablemente podían esperar sus opositores.
    Además fundamenta el recio criterio de lucha física por el poder que ostentan todos los políticos enrolados en el “movimiento”, y las múltiples escaramuzas, algunas de carácter grave, que han protagonizado sus herederos para dirimir circunstanciales diferencias.
    Hay que recordar las graves consecuencias que depararon al país las liberaciones indiscriminadas exigidas por los terroristas subversivos no bien el dentista Cámpora asumió el poder: cito textualmente.

   
“A las ocho y media de la noche,
(25 de mayo de 1973) Juan Manuel Abal Medina, secretario del Movimiento Justicialista y hermano de uno de los asesinos de Aramburu. llamó por teléfono al ministro Righi y le exigió un decreto de Cámpora para liberar a los terroristas presos en Villa Devoto y en Caseros. Righi le contestó: "Quedate tranquilo. Voy a hablar con Cámpora. Esta noche los van a largar a todos". Media hora más tarde, Abal Medina insistió. Righi eufórico, le informó que el decreto ya estaba firmado. Entonces, desde la sede del Partido Justicialista, Boedo 127,  Abal Medina y sus acólitos se apoderaron de autos, camiones y colectivos, juntaron toda la gente que pudieron y fueron hasta el penal de Villa Devoto, al que tomaron por asalto. Abal Medina habló desde las almenas. Se produjo un tiroteo. Hubo muertos y heridos, pero las cifras nunca se conocieron. Y a la una de la madrugarla del 26 quedaron en libertad todos los presos, delincuentes comunes y terroristas”.


Vayamos a la AAA

   
Pablo Mendelevich dice del atentado contra Solari Irigoyen “…voló por los aires apenas encendió el motor de su Renault 6, donde lo esperaba una bomba destinada a matarlo. Aunque el objetivo no se cumplió, el atentado figura con relieve en todos los libros dedicados a los años de plomo -y seguramente en los textos de historia que vendrán- porque así debutó, ese 21 de noviembre de 1973, la Alianza Anticomunista Argentina, conocida como Triple A”.
   
21 de noviembre de 1973. Sólo treinta y nueve días habían transcurrido desde la asunción del provecto y restaurado general como Presidente de Argentina. Sigue Mendelevich: El atentado “…ocurrió horas después de una sesión del Senado… Se trataba en el recinto la ley de Asociaciones Profesionales (por algún motivo, también la legislación laboral marcó las aguas políticas en los años ochenta y fue la chispa del escándalo de las coimas en el Senado en los noventa). Sostenía (Solari Irigoyen) que aquella ley consolidaba una "oligarquía sindical". Enseguida, Lorenzo Miguel, uno de los hombres más fuertes del sindicalismo dominante, paradigma del burócrata sindical según las iracundas organizaciones de la llamada izquierda peronista, calificó públicamente a Solari Yrigoyen como "enemigo público número uno".
   
Por eso, cuando el 1° de mayo de 1974, ratificando lo sucedido en una reunión que había mantenido con los diputados de origen combativo, entre los cuales hubo alguno luego desaparecido, Perón expulsó a los Montoneros de la Plaza de Mayo, los estribillos que entonaron los que se retiraban no fueron muy edificantes. Uno de los más agraviantes fue "Atención, atención, en el gobierno hay un traidor y se llama Juan Perón". Otro, que aludía sin rodeos a la conformación del Gobierno, rezaba "¡Qué pasa, qué pasa, qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular!"
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    No sólo por este episodio la ruptura no debió sorprender a nadie. Ya la había preanunciado el cruento combate que se entabló entre la derecha tradicional, encabezada por el teniente coronel Osinde, y las “formaciones especiales” en ocasión de la llegada del viejo líder, el 20 de junio de 1973. El combate, inconcluso entonces,  se terminó de librar el 1° de mayo de 1974, como queda dicho, y las fuerzas triunfantes fueron las que representaban al ala de la derecha “dura” del peronismo tradicional, que agredieron de hecho y de palabra a los “estúpidos imberbes” que con el rabo entre las piernas abandonaron la plaza.
    En enero de 1974, una famosa reunión cara a cara con los diputados de “la tendencia” había culminado con una seria intimación del viejo general:

   
“Un crimen es un crimen, cualquiera sea el pensamiento o sentimiento o la pasión que impulse al criminal. Puestos a enfrentar la violencia con la violencia, tenemos más medios posibles para aplastarla. Y lo haremos a cualquier precio, porque no estamos aquí de monigotes". Estas palabras, curiosamente, evocan las que el anciano pronunciara en su balcón de la Casa Rosada el 1° de setiembre de 1955, cuando hizo la famosa parodia del “renunciamiento”. Salvando las distancias, aquellos opositores, radicales, conservadores, socialistas, que en medio de los estertores del justicialismo bregaban por la caída del tirano, habían cedido en el teatro justicialista su lugar a los terroristas Montoneros y del Erp, y a los diputados disidentes.
    El “cualquier precio” puede haber sido la represión mediante métodos no convencionales, (capucha y zanja) o la eliminación física de los ideólogos, activistas, combatientes etc. de la ya peligrosa subversión.
    Es fácil advertir que la acción de la AAA difirió fundamentalmente de la desarrollada por las fuerzas de seguridad y las FFAA, ya que mientras éstas operaban con métodos “tradicionales”, aquella producía hechos resonantes, espectaculares, casi como si compitiera en su accionar por la primera plana de otro modo ocupada por los asesinatos o atentados del terrorismo.
    De espectaculares se pueden calificar entre otras las muertes de Silvio Frondizi, Ortega Peña, el cura Mugica, etc.
    El origen de las AAA, por fin: Cuando Cámpora se hace cargo de la Presidencia, por orden expresa de Perón designa como Ministro de Bienestar Social al “brujo” López Rega. Unos días más tarde Chabela debe regresar  desde Paraguay a la Argentina, y una nutrida comitiva de custodios del MBS viaja a ese país para acompañarla en su regreso. Llama la atención el número de personal asignado a una tarea que no presentaba mayores riesgos, por tratarse de un viaje de no más de un par de horas, traslado terrestre incluído, desde una nación  férreamente gobernada por uno de los dictadores más antiguos de América, el general Stroessner. Uno de los motivos, sin embargo, puede haber sido la necesidad de justificar el traslado desde ese país de un importante arsenal de armas personales, entre ellas metralletas Ingram M11 que, similares a la Uzi, se pueden usar con una sola mano y poseen una impresionante cadencia de tiro, y sofisticadas escopetas High Standard cal.12,70 con una potencia mortal, dada la corta dimensión del cañón y su poderoso calibre, y además con una característica inmejorable: se pueden disimular, debido a su ingeniosa culata retraíble, bajo un abrigo convencional, un sobretodo, por ejemplo.

    Según el arrepentido Salvador Horacio Paino, en su declaración ante la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados del 12 de febrero de 1976 realizada en la cárcel de Villa Devoto, donde se encontraba detenido, las armas que usaba la Triple A las traían de la ciudad de Pedro Juan Caballero, en el Paraguay. “Los dólares con que se pagaban las armas me los daba el director de Administración del ministerio, señor Rodolfo Roballos, aunque creo que él no sabía para qué era el dinero”.

    Estas armas permanecieron en poder de algunos miembros de la seguridad del Ministerio de Bienestar Social (conformada mayormente por policías retirados o en disponibilidad e incluso algunos con sumarios por infracciones de distinta gravedad) hasta el advenimiento del Proceso, época en que fueron devueltas por el personal que las tenía asignadas, a requerimiento de las autoridades militares. Esto es poco conocido pero cierto,  e implica la virtual disolución de la organización clandestina. De hecho, a partir del 24 de marzo de 1976 no se habló más de la AAA, y otro tipo de represión, más enérgica y menos ostentosa, tomó el lugar de los sangrientos y llamativos episodios que ella había protagonizado.
    A pesar de la opinión del prolijo doctor Oyarbide, el inicio de la actividad de la triple A, entonces, coincide por pocos días con la llegada al poder del viejo general, y está sincronizado con el estado de rebelión de las “formaciones especiales” o “juventud maravillosa”.
    Antes de la corta presidencia de Perón, en el interinato de Lastiri, se produjeron varios hechos resonantes que tuvieron como protagonista a la guerrilla, la que …"
imponía su sello a una situación, que entre otros conceptos fue interpretada de la siguiente manera por el periodista Mariano Grondona: “El terrorismo, en efecto, circula por cuatro canales. Consiste, a veces, en el asalto a cuarteles o edificios públicos: el caso más importante de esta clase desde que el peronismo es poder se dio el 6 de septiembre en el copamiento del Comando de Sanidad del Ejército. Otras veces el terrorismo deriva en el secuestro de personas; el gobierno peronista atravesó esta prueba, especialmente con el rapto del apoderado del diario Clarín, al que siguieron las solicitadas exigidas por los raptores, el 11 de septiembre. Hay una tercera vía: el homicidio, que culminó el 26 de septiembre con Rucci. (Es importante destacar que la muerte de Rucci se produjo dos días después de la plebiscitaria elección que Perón ganó con el 62 % de los votos [NR]) Y la cuarta vía, el secuestro de aeronaves, se ha dado ahora. En un mes y medio, así, el nuevo gobierno se vió sometido a todas las variaciones principales de la acción subversiva”.
   
Los presuntos integrantes de la Triple A no eran desconocidos para la guerrilla. Si se adjudicaba al Comisario Morales una cuota de mando dentro de la organización, el siguiente episodio basta para demostrar que estaba en la mira de los terroristas:
    El 1 de abril de 1975, en un recodo que existe detrás de los viejos cuarteles del Regimiento Patricios, en Palermo, una de las tantas rutas alternativamente usadas por el comisario Ramón Morales para despistar a eventuales atacantes, aguardaban 8 o 10 vehículos, cada uno de ellos ocupado por entre 4 y 6 jóvenes armados hasta los dientes. Había dos o tres camionetas tipo “pick up” entoldadas, y que en la parte trasera de la caja tenían apiladas unas cuantas bolsas de arena, tras las cuales un tirador podía parapetarse mientras usaba su arma. A las 9 de la mañana aproximadamente, los dos Falcon, el del Comisario y el de la custodia, avanzaban por la calle a velocidad normal, cuando un auto se les cruzó imprevistamente, cortándoles  el paso, por lo que debieron detenerse. De inmediato, desde los móviles atacantes, abrieron fuego. Varias granadas fueron arrojadas por los terroristas, una de las cuales impactó en el baúl del auto donde viajaba Morales, destruyendolo. Los custodios se defendieron bravamente, evidenciando una preparación y un valor superior, tirando escudados tras los vehículos ya inutilizados contra los atacantes. El  Teniente Coronel Horacio Vicente Colombo, ajeno por completo a los hechos, alarmado por el estruendo de las granadas y los disparos, corrió hacia el portón del cuartel para auxiliar a los atacados, pero una bala terrorista lo hirió de muerte. El final de la escaramuza es ilustrativo: cuando ya han intuído el fracaso del “operativo” ante la inesperada y exitosa defensa,  los sobrevivientes se encargan de retirar a varios terroristas muertos y escapan raudamente hacia Luis María Campos (seguramente los muertos  después engrosarán la lista de desaparecidos). El balance final reporta solamente víctimas entre los custodios: uno de los choferes de Morales, conocido como “El Tío” muere, dos han quedado gravemente heridos, (uno de ellos perdió el uso del brazo derecho) y el comisario resulta herido en un brazo y el codo.  Es notoria la improvisación de los atacantes, que demuestra que la guerrilla ni siquiera tácticamente estaba preparada para los objetivos que se había propuesto en lo inmediato. Si se piensa que hubieran bastado uno o dos autos detenidos cien metros antes del lugar planeado para la intercepción para cercar por detrás a los policías sin que éstos tuvieran la más remota posibilidad de salir con vida de la emboscada, se tendrá una idea de la improvisación e inexperiencia que campeaba entre los “jóvenes idealistas”.  Como la operación resultó fallida, no es conocido que alguien se haya atribuído la autoría. Pero a la luz de los hechos posteriores, lo más factible es que los Montoneros hayan sido los actores, a pesar de la poca calidad táctica evidenciada.


Pero, como dice hoy la muchachada, “es lo que hay”

   
La furia subversiva va en aumento, y se acerca a su  tope máximo en 1975, durante la presidencia de Isabel: alrededor de 200 hechos, entre atentados y secuestros. Las muertes exceden el número de atentados, ya que hubo varios hechos con explosivos, que provocaron múltiples muertes.
    En 1976 se llega al pico. Más de 300 sucesos, muchos de ellos que provocan numerosas muertes, como el del comedor de Coordinación Federal, donde mueren 19 personas, casi todos ellos personal civil de la Policía Federal Argentina, que se constituye en un hecho emblemático, pues Coordinación Federal, y dentro de ella el Comisario Colombi, fue la que investigó y esclareció el secuestro y posterior asesinato (el 1 de junio de 1970) del General Pedro Eugenio Aramburu, Presidente de la Nación por mandato de la Revolución Libertadora, entre noviembre de 1955 y mayo de 1958. Gracias a este esclarecimiento, se encarceló e identificó a varios terroristas, aunque los principales responsables se mantuvieron prófugos. No obstante, Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus murieron en un enfrentamiento en William Morris, PBA el lunes 7 de setiembre de 1970. Fernando Abal Medina murió al estallar una granada que manipulaba para arrojar a los uniformados, y Carlos Gustavo Ramus por los impactos que recibió durante el enfrentamiento. Otros dos terroristas lograron huir, entre ellos, Norma Arrostito (alias Norma, alias Gaby), que el día 2 de diciembre de 1976, a las 21 horas, en la localidad de Lomas de Zamora fue abatida en un enfrentamiento con personal militar. 

    Capuano Martínez y Emilio Maza también fueron muertos en sendos operativos. De los que participaron en el asesinato del General Aramburu, el único que sigue con vida es Mario Firmenich.
    Y así llegamos al 24 de marzo de 1976. Constituye el apogeo del accionar terrorista, con un récord de atentados, secuestros extorsivos y asesinatos a mansalva de militares, políticos, policías y civiles totalmente ajenos a la contienda.
    El país estaba por estallar. La República de Colombia quizá sea un espejo de lo que nos esperaba si el accionar del terrorismo no era neutralizado. Aniquilado, como lo establece y ordena el Decreto
 2772 de octubre de 1975 del Poder Ejecutivo firmado por Ítalo Argentino Luder, interinamente en el ejercicio de la presidencia de la Nación y refrendado por todo el Gabinete Nacional, en el cual se desempeñaba Carlos Ruckauf, como Ministro de Trabajo y  Antonio Cafiero como Ministro de Economía.
    Lo que queda es por demás conocido. El Proceso, la represión, los desaparecidos, pero también debe quedar en claro:
la “Triple A” inició sus actividades a partir del atentado (además autoadjudicado) contra Solari Yrigoyen, el 21 de noviembre de 1973, bajo la presidencia de Juan Domingo Perón y cesó en su accionar a partir del 24 de marzo de 1976, con el advenimiento del gobierno militar, que le quitó capacidad operativa mediante el retiro de las armas que le estaban asignadas.
   
Por lo expuesto, el general Perón estaba al tanto de las actividades de este grupo, y por lo tanto también lo alcanza la responsabilidad que le corresponde como presidente constitucional, por haber conocido y permitido su accionar.

Vicente De Tommaso

 

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