Seguramente los lectores, o al menos la gran mayoría, no se molestarán en ver el material que proyecta la televisión argentina a través de su paupérrima programación. Más aún, es muy probable que desechen directamente al aburridísimo Gran Hermano. ¿Para qué perder tiempo y bostezos durante horas en ver un estúpido grupo cuyos integrantes se bañan vestidos, se saben filmados y caminan yendo y viniendo por el mismo trecho con cara de “¿qué hago ahora?”, se susurran estupideces al oído y, en general, suelen mostrar casi más aburrimiento que la audiencia?
¿Para qué, si los espectadores tienen un “reality” mucho más real que nos acaba de ofrecer, siempre bajo su impecable conducción, el pingüinesco personaje que permutó los hielos australes por el aire acondicionado de la Casa Rosada?. Se trata de un “Gran Hermano” cuyos personajes juegan sus roles no en una “casa” precisamente, sino en las oficinas del Indec. Claro que además hay otra diferencia muy marcada con su similar televisivo. En el “reality” del Indec, el “Gran Hermano” es muy parecido al de “1984”, la novela de George Orwell.
Seguramente muchos recordarán que el autor británico, que escribió ese libro en la década de 1930, ubicaba la acción en lo que para él en ese tiempo era un nefasto futuro, el año 1984, donde los habitantes de un país eran dirigidos y controlados, hasta en sus momentos más íntimos, por un gobernante autotitulado “Gran Hermano”. Personas que se desenvolvían casi como autómatas y que trabajaban, comían, dormían o formaban una familia siempre bajo el ojo vigilante de este “Gran Hermano” y de sus esbirros que patrullaban las ciudades. Un futuro, dicho sea de paso, que terminó siendo en realidad, en muchos aspectos y en varios países, un presente digno del “futuro” imaginado por Orwell.
En el caso del Indec, el “Gran Hermano” pingüinero fumigó al grupo de profesionales de carrera que llevaban tiempo allí, encabezados por Graciela Bevacqua, que realizaban a conciencia los relevamientos mensuales por los que se obtenía el índice de inflación, algo que lo molestaba mucho. Colocó en su lugar a una ignota Beatriz Paglieri y a otros ignotos funcionarios, quienes a partir de ahora, ignorando las realidades del diario vivir de los gobernados y sus padecimientos a merced de los abusivos precios de la canasta familiar, dibujarán los índices a gusto y para tranquilidad del “Gran Hermano”.
En realidad ya comenzaron, y rápido. Recién desembarcada en el Indec, Paglieri hizo un pase de magia y ¡abracadabra!, el índice real de inflación –que superaba el 1,5% y, según algunas consultoras independientes, hasta rozaba el 2%- fue dado vuelta y apareció el 1,1% que nadie cree, pero que al menos le dejó al sumo gobernante algo de lo que pretendía: un poco de aire irreal para enfrentar el primer índice de un año electoral que, como tal, generará de su parte tantas mentiras, ocultamientos, “dibujos” y desinformación como siempre.
Y como todo “Gran Hermano” que se precie, éste ha colocado espías suyos en todas las oficinas y dependencias del Indec, para vigilar bien de cerca a los funcionarios y empleados que trabajan en el lugar desde mucho antes de estos recambios que ha definido como “funcionales”. Es que ese personal, hastiado ya de soportar tantas presiones desde hace tiempo, con las que intentaban doblarles el brazo y hacerles elaborar índices gratos al sumo gobernante, se ha vuelto demasiado díscolo y está demostrando su disgusto con las abusivas medidas tomadas –al evaporar a Graciela Bevacqua y el grupo de profesionales que encabezaba-, realizando asambleas, pintadas y otras demostraciones, además de exponer su extrañeza frente al nuevo índice inflacionario y amenazar, al cierre de esta nota, con un paro de actividades. Con lo cual al “Gran Hermano” pingüinero el tema del Indec se le está volviendo demasiado incómodo. Por algo salió, según su costumbre, a defender lo indefendible en otro de sus acalorados discursos, donde demostró esa incomodidad en medio de sus habituales insultos a quienes critican o polemizan con los sugestivos cambios efectuados y la aparición del mágico índice del 1,1%.
El caso es que ese personal “díscolo” del Indec parece ir en camino de protagonizar otra de las obras de George Orwell: “Rebelión en la granja”, lo cual puede llegar a agravar la famosa úlcera presidencial. Ya la defenestración de Graciela Bevacqua y su equipo, con el eufemismo de que “adelantaron sus vacaciones”, resultó un escándalo, seguido por el que provocó el anuncio -además irregular por la forma y tiempo en que se hizo- del índice inflacionario de enero. Si al regreso de sus “vacaciones adelantadas” (si es que regresa) Graciela Bevacqua y el equipo que la secunda son eyectados fuera del Indec, o hacia alguna dependencia menor del organismo, el escándalo alcanzará proporciones mucho mayores aún.
Algo que también podrá suceder si el índice inflacionario de febrero no resulta convincente. Y al paso que llevan los artículos de primera necesidad -cuyos precios también influyen en los índices de pobreza- y otros rubros, se deduce que el “Gran Hermano” pingüinero, demasiado nervioso ante un año electoral en el que se juega fichas tan importantes para él como su reelección o la heredad de “la doña” en el poder, tiene motivos para que esos nervios le jueguen una muy mala pasada.
Carlos Machado