Un día el propio Sergio Massa le dijo al autor de esta nota “Rubén, para hacer el adobe hay que usar barro y bosta”. Con esta metáfora, el tigrense salía al cruce de mis críticas por su actitud complaciente, colaborativa y diligente hacia el kirchnerismo más rancio evidenciada por el año 2019, personalizado en Cristina Fernández y su hijo, que le sembraban el terreno de dulces y chocolates, como un llamador hacia el regazo de la jefa de la banda, con el fin de neutralizarlo como opositor y usar su fuerza propia para sumarle esos votos para la vuelta al poder.
Mi respuesta, casi al final de aquella conversación fue: “Cuidate de construir el adobe con mucha bosta, porque el olor que va a quedar en las paredes no te va a dejar vivir”. La devolución metafórica apuntaba a advertirle que mezclarse con lo peor de la clase política nacional, lo iba a llevar, no solo a perder su capital político, sino a ser estigmatizado como un traidor a sus propias palabras, destructor de sus propias promesas y el único perdedor en esa apuesta, iba a ser él, no Cristina Fernández, precisamente, quien no tiene nada que perder y mucho por ganar.
La semana pasada, Sergio Massa quedó desnudo. Como presidente de la Cámara de Diputados, puesto, al que accedió como pago a sus favores electorales, pasó por encima de la institucionalidad y a órdenes del kirchnerismo más brutal, debió embestir como cabra ciega contra toda la oposición y se llevó todos los insultos y las denuncias del arco opositor y gran parte de la sociedad que lo volvió a ver actuando funcional a los mismos que hasta hace dos años acusaba de ladrones, corruptos, narcotraficantes y amenazaba con la ley de extinción de dominio “para que devuelvan lo que se robaron”.
Desde diciembre se sienta en la mesa con la jefa de la banda, recibe órdenes de la corrupta que amenazó con encarcelar, se abraza con “quien heredó una fortuna para pagar campañas” (Sic de Massa) y volvió a colaborar (esta vez con antifaz) con quienes repudió, denunció y le prometió a Jorge Rial, en cámara, jamás volvería a ser parte de su estructura: el kirchnerismo.
Sergio Massa, al igual que el otro gran denunciador del kirchnerismo/cristinismo, Alberto Fernández, volvió en calidad de cómplice al gobierno de su jefa, del cual, obviamente, nunca se fue.
A todas luces resalta hoy que la posición confortativa que tuvo el tigrense durante algunos años, después de su eyección del entorno de CFK, era solo por despecho y nunca hubo nada ideológico ni convicción política de atacar lo que representa la vicepresidente, sino más bien era la búsqueda de un lugar en el poder: él como presidente de la Cámara de diputados y su mujer al frente de AYSA, aunque soñaba con hacerse cargo de un ministerio que no fue.
En la última sesión de diputados, que fue o que no fue, Massa quedó entre dos fuegos, se llevó consigo todos los insultos, las críticas y las denuncias y su gran amigo Máximo Kirchner desde “la banca” se dedicó a mirar cómo “se defendía” y sin duda, desde algún loft suntuoso, Cristina Fernández dibujaba una sonrisa socarrona acompañada por un pensamiento de neto contenido vengativo, sin olvidar que gracias al hombre de Tigre, en el 2015 perdió el sueño de continuidad.
Algo que difícilmente podrá hacer Sergio Massa con su futuro político, es recuperar la credibilidad que comenzó a tener cuando transitaba la ancha avenida del centro. Lo que ocurrió con Massa es un fenómeno típico de quienes se creen un fenómeno dentro del fenómeno que por si mismo representa la política. Cuando veía la posibilidad de ser presidente, descargaba en su audiencia el discurso más radicalizado contra la corrupción y los corruptos que tenía nombre y apellido: Cristina Fernández y su gobierno.
Cuando vio que no llegaba, viró, se puso en la mira de su jefa, inventó un “acercamiento generacional” con el vago, ese mismo que Massa en sus discursos lo acusaba de haber heredado una fortuna ilegal para pagar campañas y capituló como el gran mentiroso que es.
El martes pasado intentó preparar el terreno para convalidar el artero objetivo de su jefa, que es aprobar la “Reforma judicial” contra viento y marea. Y así como Alberto Fernández está desdibujado ante propios y extraños, hipotecando el futuro suyo y del país, Massa desbarranca por la ladera de sus propias ambiciones y la incapacidad para mantenerse firme en sus convicciones, demostrando que todo lo hacía para pertenecer, para tener un lugar en el poder y no le importaba de qué lado iba a terminar.
Massa terminó siendo cómplice y ha comenzado a transitar un camino sin retorno, solo suavizado por el trato complaciente que todavía le brindan algunos medios que no lo llaman como hace un tiempo, para que dé cátedra de institucionalidad, ética y responsabilidad política o explique por qué cambió tanto. Como le dije a él en su momento, el olor a bosta ha superado el límite de lo admisible y en “su casa” ya no se puede respirar. (Agencia OPI Santa Cruz)