Alberto Fernández, además de estar grogui, se dedica a simular fortaleza, sin mayor éxito, en vez de a corregir los errores que lo están llevando a una extrema debilidad.
Lo hace, ante todo, adoptando la fe kirchnerista con el entusiasmo de los conversos y polarizando al máximo la escena política, para mantener unido y atado en torno suyo al peronismo. En el peor momento imaginable, cuando la Argentina ha llegado al tope mundial de muertos diarios por la pandemia, en relación a su población. Y enfrenta la peor de la larga seria de caídas económicas que signa nuestra historia. La combinación no augura nada bueno.
Un gobierno que, para sobrevivir a la tormenta, se aboca no a resolver problemas sino a echarle la culpa a los demás y hacer como el avestruz, no hablar de lo que no le conviene, corre el riesgo de alimentar la desconfianza sobre su capacidad de asegurar el orden, y volverse a la vista de todos parte del problema, y no de la solución.
Es lo que empezó a suceder hace unos días con el Covid 19: ni filminas nos muestra ya, ni da la cara a la hora de las explicaciones. Y desde hace unas semanas viene pasando lo mismo con el dólar.
La velocidad que adquieren los acontecimientos es parte esencial del cuadro: ilustra la pérdida de credibilidad, de iniciativa y el descontrol resultante.
Así fue que el agravamiento de la crisis cambiaria sepultó en un santiamén las ventajas que se esperaba resultarían del “arreglo” de la deuda. Y los bonos nuevos valen hoy, a poco de emitidos, tan poco como los anteriores. Con lo cual la idea de usar los que tiene en su poder el Estado para disuadir a los ahorristas de fugar al dólar se ha vuelto impracticable, o carísima.
A eso se suma el factor Alberto, a quien no se le ocurre nada mejor que decir que “hay que acostumbrarse a ahorrar en pesos”, consumiendo lo que quedaba del valor de su palabra. Es como si estuviera plantado en la cubierta del Titanic, cuando este acaba de chocar con el iceberg, intentando vender pasajes de vuelta de Nueva York a Southampton.
Eso es finalmente lo que vale el peso hoy en día: lo están mostrando las pizarras de las casas de cambio allí donde reflejan un mercado más o menos transparente. Ni siquiera en la hiperinflación habíamos llegado al cero redondo que muestran en estos días las de Montevideo. Mientras, Alberto lo ofrece como solución.
Casi peor a lo que hace la mayoría de la dirigencia kirchnerista: justificándose en que los que aún tienen algún recurso en sus manos lo cambian por dólares, cual botes salvavidas que saben van a escasear cada vez más, esa dirigencia, que con su dinero hace exactamente lo mismo, invita a sus votantes a saquear los camarotes de primera clase, hacerse de todo lo que esté al alcance de sus manos porque sus dueños no pueden llevárselo consigo. Mientras, el agua sube a su alrededor.
El abrazo fervoroso con que, en este marco, Alberto rodea el cuello de Cristina, su última tabla de salvación, transmite el mismo mensaje que el comportamiento de los ahorristas. Aunque tiene también otra explicación.
Sucede que en la peculiar inversión de roles que caracteriza la actual fórmula de gobierno, el presidente es el fusible de la vice. Pero es uno que ella no puede usar, a riesgo de desnudar la trampa que armó para volver al poder, de volverse foco exclusivo de los reproches públicos por el mal desempeño de su gobierno, y de una nueva crisis interna del peronismo. Así que por más que el debilitamiento de Alberto continúe, o se acelere, ella deberá sostenerlo hasta el final donde lo puso.
Así es que no sólo estamos desayunándonos con que Alberto no tiene tantos méritos como parecía para estar donde ella lo ubicó. Otra de sus razones para despreciar el mérito y la meritocracia. Sino con que por más que su popularidad se deteriore hasta casi desaparecer, en un proceso meteórico que ya batió varios récords, va a seguir ahí, no va a ser un nuevo De la Rúa, no por mérito alguno, sino porque su rol no se lo permite.
Las crisis de gobernabilidad en la región se suelen resolver, bastante frecuentemente, con la salida anticipada de los presidentes. No es siempre la mejor solución, en ocasiones no es siquiera gestionada por vías legales, pero es la que han encontrado los sistemas democráticos latinoamericanos para evitar que una crisis de gobierno se transforme en una crisis de régimen, y las democracias naufraguen.
¿Qué pasa cuando ese mecanismo está trabado? Las opciones no son necesariamente peores. Pero podrían serlo. Veamos.
Bien puede suceder que la coalición gobernante encuentre un buen motivo para mantenerse unida a pesar de todo, y para moderarse en busca de alguna vía de cooperación con los opositores. Por ahora no es precisamente eso lo que sucede, más bien se observa lo contrario. Pero de existir el margen de tiempo necesario, la cooperación podría tener una segunda oportunidad. Tal vez después de las legislativas del año próximo. El peronismo tendría entonces una buena oportunidad para coordinarse sin depender tanto de Cristina, o del propio Alberto, y evitar que su gobierno naufrague del todo, y la oposición encontraría tal vez la suya para tratar de heredar algo que no sea un completo desastre. Más o menos como sucedió el año pasado, pero invirtiéndose los roles.
Sería la ocasión adecuada para un cambio de gabinete en profundidad y la puesta en marcha de un plan de estabilización, algo que hoy por hoy, por más que se intenten enroques de nombres como los que están circulando por los pasillos, tiene pocas chances de éxito: cualquiera que asuma en las actuales circunstancias estará impedido de dar una respuesta razonable a la pregunta esencial, ¿quién es tu jefe?; porque si es Cristina nadie va a creer que su plan sea viable, y si es Alberto nadie se va a tomar en serio que tiene respaldo.
La otra posibilidad es que la crisis política se acelere antes de las legislativas, y atravesemos una nueva fase de ajuste caótico, de esas que cada tanto se desatan entre nosotros, pero al menos esta vez ella sirva para que Cristina exponga su juego abiertamente. ¿Y cuál sería ese juego? Por lo que se está viendo, una versión más extrema que la de 2012 de la autarquía y el aislamiento, con un exclusivo vínculo internacional de sostén en Beijing, de donde se espera ansiosamente un salvataje de sus parientes pobres peronistas.
Por ahora para lo único que sirve esta ensoñación es para que Estados Unidos nos ponga en cuarentena financiera. Así que tal vez el resultado sea a la larga no muy distinto al del primer escenario, un levantamiento del veto kirchnerista a un equipo económico como la gente y a un plan de estabilización, que va a necesitar no solo aval sino financiamiento del Fondo.
Quién sabe. Falta mucho, por ahora parece que seguiremos dando tumbos por la escalera, y aún nos faltan unos cuantos escalones hasta la planta baja. Habrá que esperar, y no desesperar.