Con la cuarentena y la pandemia, se congelaron muchas cosas, pero a algunas otras les sucedió lo contrario, se aceleraron. Una de estas es la deriva hacia el ridículo de los funcionarios y dirigentes kirchneristas, su autoinmolación en absurdas iniciativas para negar la realidad tapando el cielo con las manos, y perseguir a los “agoreros” y “maliciosos” que insisten en hablar de esa realidad, dos iniciativas que dañan la democracia, y más daño aún acarrean a los propios oficialistas.
La vez pasada, tardaron seis años en encarar la tarea, con la famosa ley de medios y las campañas de desprestigio del periodismo independiente, les consumió casi dos períodos presidenciales el intento de llevarla a cabo, y quedó a la vista que no iba a funcionar al promediar el segundo de esos mandatos. Esta vez, tardaron menos de un año en poner manos a la obra, pero lo absurdo, torpe y autoflagelante de la iniciativa quedó a la vista ipso facto.
La nueva intentona se inicia con la creación, en la Defensoría del Público, organismo que, está ahora plenamente en evidencia, solo sirve para gastar inútilmente recursos públicos, de una comisión investigadora de “noticias falsas, maliciosas y falacias”, el Observatorio de la Desinformación y la Violencia Simbólica en medios y plataformas digitales, cuyo acrónimo se las ingeniaron para que sea NODIO, que quiere sonar como “NO ODIO” o algo así. Es gente ocurrente, ¿verdad?
Y la inventiva de estos cráneos de la comunicación no se detuvo ahí. No hablan solo de noticias falsas, ya de por sí muy difíciles de identificar. Y que todo el mundo sabe que es además contraproducente intentarlo, porque si se las señala y persigue desde el Estado más gente va a creerlas, es mejor dejar que la competencia comunicacional haga su trabajo y las vaya desacreditando. Esta gente pretende ir aún más allá, mucho más allá: este comité de expertos tiene por misión señalarle a los argentinos qué noticias, aún no siendo falsas, “al difundirse traen malas consecuencias”, es decir, producen daño de alguna manera. Para lo que será preciso, para empezar, identificar las malas intenciones de los periodistas y los medios, el interés de algunos de ellos de “manipular la opinión” con lecturas sesgadas, y alentar “conductas negativas”, como puede ser promover el odio o rechazo a alguna idea o persona. Siempre que sean ideas o personas que los miembros del comité consideren valiosas, claro. Cuando en cambio ayuden a promover el odio o rechazo a los “maliciosos”, como hará el NODIO, va a estar todo bien, adelante.
Pretender juzgar las noticias por sus efectos, si estos son buenos o malos, es aún más absurdo que querer hacerlo según si son “verdaderas o falsas”. Qué es falso es algo imposible de determinar desde el Estado, a menos que se trate de un Estado religioso o totalitario. Pero qué es “malicioso” es pretender ir demasiado lejos. Supone sondear la mente de las personas que emiten noticias, anticipar las reacciones de quienes las reciben, y controlar el encuentro azaroso entre unas y otras, algo que ni Stalin imaginó ni el Papa Francisco pretendería para sí: supongamos que alguien da una noticia “buena”, “subió la recaudación”, pero la lectura del público es “mala” para las autoridades, mucha gente interpreta que como tienen más plata pueden aumentar los gastos que la benefician, y sale a la calle a reclamarlo, ¿el NODIO irá a decirles a los periodistas que dieron la buena noticia que la próxima vez se abstengan de hacerlo? Es tan estúpido que conviene detenernos y no seguir profundizando.
Tiene también su interés la infantil pretensión de ponerse en la posición de ser los “antídotos contra el odio”. ¿Los “Yo NODIO” van a andar por nuestras ciudades echando rayos purificadores a los “SIODIAN”? ¿Los van a señalar para que escarmienten y para que el público los reconozca como “gente odiosa”, que se merece su odio, el de todo buen argentino? ¿Esos buenos argentinos que son “el pueblo”, que están ahora guardados por la pandemia pero ya van a salir a manifestar su apoyo a Alberto y Cris, su amor por ellos, y a mostrar que, como dijo Santiaguito Cafiero, los odiadores seriales que ahora ocupan las calles son minorías que “no representan a la Argentina”, siempre pierden las elecciones, así que también son "merecedores del odio del pueblo?
Es curiosa esta forma de razonar sobre quién odia a quién, quién se merece el odio de los demás, de la mayoría, y quién tiene la autoridad moral, no sólo política, para identificar a unos y otros, a los “odiadores injustificados”, y por tanto odiosos, y los “odios justificados”.
Cuando así actúan, nuestras actuales autoridades aluden a un problema serio y evidente: mucha gente se odia en nuestro país. El odio es un sentimiento muy extendido, y políticamente activo, no se odia solo al que es diferente por su nacionalidad, orientación sexual o equipo de fútbol, también al que es de otro signo político. Y si está tan difundido odiar se debe, al menos en parte, a que mucha gente cree que su odio se justifica.
Lo más sorprendente del caso es lo que las autoridades pretenden hacer con esos odios: seguir justificando el propio y el de “su gente”, y deslegitimar el que los tiene por objeto. Esa es la idea que subyace finalmente al NODIO, proponerse como los vengadores del odio ajeno, mientras disimuladamente, o no tan disimuladamente en verdad, ofrecen más justificativos de los ya existentes para odiar a los demás.
Y en esto hay que decir que, lamentablemente, los funcionarios parecen estar actuando en forma bastante “representativa”. En un trabajo reciente de Zuban Córdoba y Asociados sobre el odio en nuestro país, se le preguntó a la gente si consideraba “odiosas” y “odiadoras” a las personas que votaban a los candidatos contrarios a los suyos. Es decir, se los sondeó respecto a si percibían que esas otras personas las odiaban y si merecían su odio. El resultado, que se resume en los cuadros de arriba, es alarmante: en todos los casos las respuestas fueron mayoritarias. Y lo más llamativo es que esas mayorías son aún más parejas entre los votantes oficialistas, y un porcentaje más alto considera a los adversarios “odiosos”, merecedores de su odio. Mientras que entre los opositores, al revés, más gente se considera “odiada” y menos considera su odio justificado. En suma, es un problema de todos, y es más grave no solo entre los funcionarios K, que consideran muy seguido “odiosos”, merecedores de su odio, a quienes se les oponen, también en sus votantes.
¿Significa esto que la nefasta idea detrás del NODIO va a prosperar, que gracias a él la gente va a odiar aún más en el futuro a quienes contradigan sus preferencias políticas? Lo más probable es que no. Porque afortunadamente la formulación del comité, su justificación y su composición son tan deficientes que hacen agua por los cuatro costados, y dejan aún más en evidencia las contradicciones y absurdos en que se asientan. No conviene subestimarlos. Pero tampoco sobrevalorarlos. Lo mejor es aprovechar la valiosísima oportunidad que ofrecen para desmentir la idea de que quienes ocasionalmente nos molestan con algo que dicen, y despiertan entonces en nosotros “malos sentimientos”, merezcan volverse objeto de nuestro odio.