Voy a ser sincero, pensé varias veces si escribir este artículo era conveniente, me parecía que iba a ser algo tétrico y que contenía un alto grado de morbosidad. Superé la duda al convencerme que era una forma de dimensionar un hecho trágico que le está ocurriendo a toda la humanidad… pero voy a detenerme en lo que acontece en nuestro país.
En marzo de este año, y a raíz de la pandemia causada por el Covid-19, empezamos a vivir una profunda transformación en nuestras vidas. Comenzó la llamada “cuarentena”.
En un principio veíamos las estadísticas de los individuos contagiados y paulatinamente las primeras muertes ocasionadas por este virus se comenzaron a registrar diariamente. En ese momento las restricciones a la circulación de las personas eran casi totales con estricto seguimiento de parte de las autoridades competentes.
Siguió pasando el tiempo y esto ocasionó inmensos problemas en la vida económica, paulatinamente disminuyeron los controles, se establecieron protocolos y de a poco comenzaron a funcionar muchas actividades. Sumado a esto, el cansancio de vivir bajo estas circunstancias, trajo aparejado no sólo el incremento en las relaciones interpersonales sino también el relajamiento en los cuidados individuales (distanciamiento social, uso de barbijos, lavado de manos, etc.).
Pero a partir de mediados de setiembre comenzaron a aumentar los contagios y los fallecimientos diarios y esto se condice con las actitudes individuales señaladas previamente.
En el mes en curso hay un promedio de 350 fallecidos diarios por acción del Covid-19. Y es aquí donde quiero demostrar en una forma trágica lo que está aconteciendo.
Imagine usted que está en la puerta o en el balcón de su casa y ve que comienza a pasar una columna de coches fúnebres, cada uno de ellos tiene unos seis metros de largo y están separados por no más de tres metros entre ellos, sólo es la carroza que porta el ataúd, no hay un segundo coche con las ofrendas florales porque la causa que ocasionó la muerte a cada uno de los que transportan no permite que se haga la despedida de sus restos. Circulan unos doce de estos vehículos por cuadra, todo parece interminable, son casi 30 cuadras ininterrumpidas de esta dolorosa caravana, trescientos cincuenta fallecidos en 24 horas.
Y aquí no termina todo, al día siguiente vuelven a pasar con otros tantos fallecidos, y al siguiente, y al siguiente...
A esta altura de mi reflexión, quiero recordarles a cada uno de los lectores que está en nosotros respetar los protocolos establecidos y cumplir a conciencia con todos los cuidados individuales, por nosotros y por nuestros semejantes.
Mi más profundo y sincero pésame a todos los que perdieron en estas circunstancias a sus seres queridos.