Pasan los días, pero en el seno del Gobierno se sigue hablando de la "carta de Cristina", la misiva publicada por la vicepresidenta de la Nación y que si bien generó diversas lecturas, puso de manifiesto diferencias internas en la gestión oficial.
Funcionarios nacionales aún brindan sus opiniones al respecto en entrevistas periodísticas y buscan despegarse de las críticas que expuso la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, adoptando una vez más, como también suele ocurrir con el jefe de Estado Alberto Fernández, un rol de "comentarista" de la realidad desde el cargo público que ejercen.
De cualquier manera, la carta terminó por confirmar las versiones que desde hace semanas daban cuenta de ciertas fricciones dentro del Gobierno, que en definitiva se trata de una coalición que resultó sumamente exitosa desde el punto de vista electoral, con su triunfo en los comicios de 2019, pero que aún no consigue desplegar un plan -si es que lo tiene- que genere esperanza en medio de la crisis.
Quizá producto de esa "grieta" interna en la Casa Rosada, el presidente Fernández radicalizó su discurso recientemente, de la mano de una marcada caída de su imagen en consultas de opinión, y dejó de lado esa postura más "dialoguista" y de centro que mostraba al comienzo de su gestión para apostar en forma deliberada por una mayor polarización.
El mandatario embistió primero contra la supuesta "opulencia" de la Ciudad de Buenos Aires, a la que le recortaría luego fondos coparticipables, y en los últimos días insistió en fustigar a los "ricos", con comentarios que lejos están de contribuir con esa "unidad nacional" por la que él mismo había abogado en algún momento (no hace mucho tiempo).
También llegó a mencionar Fernández que cuando las condiciones sanitarias lo permitan las calles se colmarán de "gente de bien" que saldrá a celebrar el final de la pandemia de coronavirus, en referencias a los "banderazos" realizados por quienes se oponen a las decisiones del Gobierno.
Claramente, el Presidente ha resuelto dirigir sus mensajes a la "burbuja" kirchnerista de la sociedad, encapsulando el discurso oficial en sectores de la población que de por sí respaldan a la gestión del Frente de Todos (FdT), que le dieron su apoyo en las urnas el año pasado y que no necesitan ser "convencidos" de las políticas que se llevan adelante.
Referentes de Juntos por el Cambio, en especial del macrismo, también suelen hablarle a su "núcleo duro" y alientan una nueva marcha contra el Gobierno para mañana, 8 de noviembre, pero con una salvedad: su "burbuja" tiene la capacidad y la flexibilidad para absorber a quienes, eventualmente, caigan en el desencanto tras haber simpatizado con la "opción Fernández" en la votación presidencial de 2019.
Para el oficialismo la misión se torna más compleja, ya que debe lidiar con sus tensiones internas y también con fantasmas externos (crisis económica, pandemia de Covid-19, etcétera) y en ese contexto mostrarse capacitado para liderar un proceso de recuperación del país: en definitiva, mantener encendida la luz al final del túnel.
En este marco, dentro de la coalición de Gobierno, sectores del massismo consideran que Fernández debería replantear su discurso y enfocarlo hacia el electorado medio, buscando conservar al votante moderado que lo respaldó en las últimas elecciones y seducir a quienes están hartos de la pirotecnia verbal entre fundamentalistas del kirchnerismo y el macrismo.
El presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Sergio Massa, "intenta hablarles a esos sectores", dijeron a la agencia Noticias Argentinas fuentes confiables. En efecto, en los últimos días el líder del Frente Renovador volvió a concentrar sus energías en esa "avenida del medio" que suele quedar relegada cada vez que las campañas electorales se enfocan en la polarización.
Así las cosas, en una Argentina dominada por la "grieta", Cristina esbozó un llamado a realizar un "acuerdo" nacional que permita al país salir adelante, mientras los mensajes de su jefe de Estado están regidos por esa supuesta lógica política del "ellos y nosotros", o bien "Capital Federal e interior" y más recientemente, "ricos y pobres".
En medio de estas contracciones, el país se apresta a recibir a una nueva misión del Fondo Monetario Internacional (FMI), mientras observa de reojo cómo se terminó en Estados Unidos la excursión "populista" del magnate Donald Trump por la Casa Blanca, tras cuatro años de mandato.
Más allá de que por algún motivo el peronismo considera aquí en el país que los demócratas en el poder en EE.UU. suelen tener mayor afinidad con la Argentina, la victoria de Joe Biden sobre el líder republicano demuestra que apostar permanentemente por la polarización también puede convertirse en un arma de doble filo, en este caso, para Trump.
El Gobierno que lideraba el multimillonario neoyorquino, pese a su impronta disruptiva tan característica, parecía avanzar con pasos firmes hasta que se desencadenó la pandemia de Covid-19 y causó estragos en el país norteamericano. En la Argentina, el coronavirus también ocasionó severos daños y, para colmo, aún no parece estar del todo en claro cuál es la estrategia del gobierno de los Fernández para salir de la crisis.