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Nicaragua, el país que incomoda la hipocresía estadounidense en materia de drogas

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De Bukele a Murillo
De Bukele a Murillo

Una región de antagonismos ideológicos que no encuentra sosiego y en donde el narcotráfico siempre encuentra un vacío.

 

El contexto regional. La violencia no deja de ser noticia en Centroamérica. Desde la llegada de Bukele a la presidencia de El Salvador, la dinámica de la región se transformó por contraste y por gestión local.

Bukele, es el primer presidente de El Salvador que le da a las maras el tratamiento de organizaciones criminales sin caer en los clichés que les permitieron convertirse en eslabones delictivos organizados. Es, Bukele, el presidente que las maras supieron conseguir. Tanto es así, que el tratamiento salvadoreño a estas organizaciones, y más allá de la pandemia, produjo un proceso de movilidad hacia Costa Rica. Un país donde la presencia marera ni siquiera era embrionaria.

Y no es que la administración salvadoreña haya trabajado sobre un desplazamiento de la violencia, sino que su arribo a los centros de operaciones de los mareros (barrios) obligó a los mismos a cambiar sus radios de acción frente a una política de lucha dura no solo en términos teóricos, también prácticos. Una política que debería ser adoptada por Honduras y Guatemala, ya que comparten la misma realidad delictiva mediante un engranaje aceitado donde la conexión de las distintas facciones mareras es constante.

La falta de prevención permitió la penetración de la 13 y la 18 a otros países de la región sumando nuevos recursos mareros a los existentes. Ocurre, que reproducir la política de Bukele tiene el costo del reproche de los derechos humanos selectivos. Esos que se manejan por inclinación.

México, por su parte, debería tener una línea de trabajo similar a la de El Salvador, ajustándola a sus características locales. Sin embargo, dicho país, mantiene su realidad narcótica con cínica jactancia.

López Obrador fue apenas una efímera esperanza que se diluyó al llegar al poder, y cuyas desacertadas decisiones en materia de lucha contra el narcotráfico solo le dieron más fortaleza el Cártel de Jalisco Nueva Generación. Algo similar ocurrió con el Cártel de Sinaloa que potenció sus acciones en el Triángulo de Oro para ampliar el negocio de la heroína.

En el caso de Nicaragua, el entramado de la violencia tiene diversas aristas marcadas por una continuidad política, la de Daniel Ortega. Pero Daniel Ortega no es el sujeto más interesante de la realidad política nicaragüense de hoy. Su vicepresidente y esposa, Rosario Murillo, es la dama que mueve de forma sigilosa y astuta los hilos del poder en un país en el cual, el narcotráfico, cuenta con una vía de tránsito sin mayores restricciones. Incluso, diversas organizaciones criminales internacionales tienen satélites en el país para cuadrar operaciones de inteligencia en lo que hace a la actividad delictiva que les compete sin disparar los niveles de derramamiento de sangre.


La Chayo

Rosario Murillo es un cuadro político con impronta en las líneas de la guerrilla. Sus valores agregados se enmarcan en su estética, así como en la mirada esotérica que utiliza, en ocasiones, para explicar el cuadro de situación de su país. “Amor, esperanza y paz” son tres palabras constantes en su discurso. Un discurso que, por momentos, parece no acusar la crisis presente.

Preparada intelectualmente, Murillo supo ser la compañera perfecta para una figura un tanto deteriorada en el poder. Se maneja con astucia y no se excede en sus presentaciones. Conoce el territorio como pocos porque lo conoce desde adentro. Siendo inorgánica y orgánica.

También entiende las internas del crimen organizado. De ahí, que sea el ejército el aparato contenedor que enfrenta al narcotráfico en sus zonas de competencia.

La vida de Murillo, la Chayo, no fue fácil por elección, por las consecuencias de la misma, y por los imponderables. Sin embargo, Murillo, canalizó en la escritura sus vivencias. Desde la violación que sufrió, hasta la muerte de uno de sus hijos.

La prosa se transformó en un canal catártico para plasmar la revolución, y la adoración divina en una razón más de vida. Activa y clandestina, fluctuó por distintas etapas que reafirmaron sus convicciones, convirtiéndola en una activista feminista y defensora de la lucha sandinista. Su vida transcurrió en diversos escenarios continentales en donde supo configurar redes de poder lo suficientemente sólidas para tener sus espaldas seguras más allá de la protección de Dios.

La historia, en su paradoja, hoy la señala en editoriales como una autoritaria. La co autoritaria de Daniel Ortega. Como si su rechazo por las dictaduras hubiese sido apenas una quimera para trascender y consagrarse en el poder. Tal vez, en algún punto, lo haya sido. Pero Murillo ancla su pensamiento en un ideario romántico propio de las revoluciones que buscan prolongarse más allá de la historia. Como si los contextos no cambiasen en lo internacional y tampoco en lo local.

Mujer fuerte, resiliente y molesta en los calificativos de haber sido llamada, en algún momento, “primera dama”, la Chayo fue y es una figura de poder. Una dama que construye y construyó poder más allá de Ortega. A quien acompaña y por momentos, conduce.

Con sesgos, por tramos arbitrarios, se convirtió en una de las mujeres más estudiadas de Centroamérica. Cuestionada, rechazada, querida y condenada, no deja de despertar sentimientos encontrados en una sociedad en crisis a la que considera se encuentra, bajo el amparo de Dios.


Nicaragua, el país que hiere la sensibilidad estadounidense

Nicaragua se presenta como un puente o trampolín hacia otros lugares. Allí, existe una administración de las organizaciones criminales que se autorregulan y que, a su vez, son reguladas tácitamente.

Nicaragua, además de algunas células aisladas de la MS 13, cuenta con recursos delictivos del cártel de Sinaloa y de los Zetas. Y las drogas más transportadas son la cocaína y la marihuana, aunque no menos problemático es el crack.

Desde el 2018, el consumo de estupefacientes y de alcohol creció en el país y al unísono, los índices de violencia. No obstante, existen algunos programas para la prevención y el tratamiento de consumos problemáticos.

Las protestas civiles forman parte de las escenas de la vida cotidiana nicaragüense. El país, sin brújula racional, no logra contener la crisis social, política y económica. Se suman, además, las adversidades de los estragos climáticos, y la pandemia desatada por el Covid-19. Una pandemia administrada como si no fuese pandemia.

En algunas declaraciones recientes, y avaladas por Murillo, Daniel Ortega supo decir que: “Estados Unidos no tiene autoridad moral en la lucha contra el Narcotráfico”. Pese al espanto de muchos, Ortega, tiene razón. Es que una cosa es luchar contra el Narcotráfico y otra muy distinta es administrarlo. Regularlo a través de acuerdos con narcotraficantes que negocian su pena bajo el aporte de datos que solo revelan la incapacidad, en materia investigativa, del organismo sobrevalorado.


Arrepentidos”. “Sapos” con los que negocian la impunidad.

De hecho, Estados Unidos, no debería enarbolarse en relación al tema drogas, ya que se encuentra dentro de los países de mayor consumo mundial y es uno de los escenarios que iluminó la conformación de las maras en su versión larval de pandillas. Esas pandillas que con el tiempo le hicieron honor a su nombre, siendo un brazo armado más del crimen organizado con presencia mundial. Las que arrasan con todo lo que encuentran a su paso.

La geografía de Nicaragua es clave para el delito del Narcotráfico y por esa razón se encuentra dentro del panóptico de la DEA. Un organismo de perduración que oficia de mero contenedor pero que al mismo tiempo deja correr. Porque siempre debe existir un corredor. Siempre debe haber un territorio al que demonizar para triangular. Un vacío al que responsabilizar.

Así es que las críticas hacia los Estados Unidos también han tenido consecuencias en la figura de Ortega que acumula etiquetas. Una de ellas, la de narcotraficante. La instalación de sus potenciales vínculos con dicho delito es motivo de análisis, especulaciones, ficciones y pocos elementos de investigación contundentes que den crédito a tal relación. Y no porque Daniel Ortega sea un distribuidor de agua bendita, sino porque quienes se manifiestan contrarios a las políticas de Estados Unidos se convierten en objetivos a depredar. Es el método norteamericano para desviar la miserabilidad que encierra el país en materia de degradación social por consumo.

 

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