Nacido en la ciudad argentina de Santa Fe, el cineasta Fernando Birri se destacó, entre otras cosas, como eximio documentalista. En 1962 se estrenó una de sus grandes obras en esta materia, en la que actuó gente no profesional, habitantes de la zona en la que se desarrollaba la acción, el sur de la provincia. Se trataba de “Los inundados”, hoy objeto de culto en varias cinematecas y entre los que estudian cine, en especial en su faz documental.
Como buen santafecino que era, Birri no pudo dejar de reflejar en esa película el drama de las inundaciones causadas por el desborde del Río Salado a raíz de las constantes lluvias, colocando como uno de los temas centrales las peripecias de una familia que se ve obligada a buscar refugio en el vagón abandonado de un tren, a la espera de que bajen las aguas y poder regresar a su hogar.
Una película que no era de ficción y mostraba una cruel realidad. Una realidad que, transcurridos ya 43 años desde su estreno, sigue tan cruelmente vigente como entonces. Estamos en la Argentina del 2007, en pleno siglo XXI, y los inundados de Santa Fe continúan sufriendo los mismos padecimientos que aquellos inundados del film homónimo.
No sólo a causa de las desbordadas aguas del Salado y los arroyos circundantes, como de la lluvia que no cesó por semanas. Santa Fe está siendo inundada también, a través de los años, por la vergonzosa inacción de los gobernantes que se sucedieron en el Ejecutivo provincial y de los funcionarios que supuestamente están a cargo de las áreas que deben cubrir esas contingencias.
Nadie hace nada ni se preocupa por nada en estos casos. El gobernador Jorge Obeid, al cierre de esta nota, se encontraba de viaje por el exterior y apenas si se enteró por teléfono del drama que vive la provincia por él gobernada. El Comité de Crisis, que en los papeles existe como en todas las provincias, sólo es precisamente éso, un nombre en un papel y en la estructura orgánica de la gobernación. En los hechos, sólo se trata de otro ente burocrático cuyos convocados, entre los que debe estar el propio gobernador o al menos su ministro de Gobierno, son incapaces de reunirse y diagramar algún plan de emergencia y de ayuda a las víctimas.
La dramática experiencia vivida en el 2003 no sirvió de nada. Las aguas en algún momento bajaron, los inundados fueron regresando paulatinamente a sus casas, volvieron a arreglar sus vidas como pudieron –buena parte de ellos aún sufre las consecuencias-, y entonces todo cayó en el olvido. El entonces gobernador Carlos Reutemann tuvo una actuación –mejor sería decir una no actuación- tan inexpresiva como su rostro, y pudo encontrarse allí un parangón con lo que le sucedió algunas de las veces en que competía en la Fórmula 1: se acercaba al primer puesto en la carrera y de pronto se quedaba detenido pues se le acababa el combustible.
Ese ejemplo de imprevisión se ha trasladado al drama de las inundaciones en Santa Fe. Nadie ha tenido en cuenta aquellas experiencias ni las que vienen sucediéndose desde la época de la película “Los Inundados”. A ninguno de los responsables de los destinos de la provincia y de sus habitantes se le cae alguna idea para planificar qué se puede hacer, si es factible elevar los terrenos, o construir un canal aliviador al estilo del que, también muchas inundaciones después, fue finalmente construido en la provincia de Buenos Aires tras los desbordes, procedentes desde la provincia de Córdoba, del Río Quinto.
Un mal recuerdo para los bonaerenses, especialmente para los que residen en los partidos de Carlos Casares, Pehuajó y Trenque Lauquen, donde miles y miles de hectáreas de fértiles campos son hoy grandes extensiones de lagunas en las que muchos productores agropecuarios debieron cambiar sus tradicionales tareas por el uso de redes para pesca del pejerrey.
Conclusión a dos aguas
El renovado drama que está viviendo Santa Fe se ha hecho extensivo a la vecina provincia de Entre Ríos, donde algunas de sus principales ciudades, tal el caso de Gualeguay, están cercadas y la mayoría cubiertas por las aguas.
En ambas provincias se han vuelto a perder cultivos y haciendas. Los noticieros de televisión van mostrando casos patéticos, como el de un anciano de 85 años que entregó a su esposa a los rescatistas –todos voluntarios del lugar, ninguno oficial ya que éstos brillan por su ausencia- afirmando tozudamente que él se quedaba en su casa y prefería ahogarse allí, antes de que le robaran lo poco que tenía.
Otro de los graves problemas que generan las inundaciones, ya que –en otro de los cada vez más constantes casos de guerra de “pobres contra pobres”- hay quienes se aprovechan de que muchos abandonan sus casas para alojarse en zonas menos peligrosas y las desvaljan. Una situación que está ocurriendo hasta en pleno centro de la capital santafecina.
También se pudo ver, en uno de esos noticieros, la desgarradora imagen de una mujer llorando mientras decía que “nadie apareció, ningún funcionario municipal o del gobierno, para ocuparse de si necesitamos una ayuda o algo, estos políticos desgraciados”. En tanto, un joven que cargaba lo que podía en una canoa, afirmaba que “no viene nadie, los políticos sólo aparecen cuando buscan un voto”.
Algo que está resultando todo un síntoma. Los damnificados por las inundaciones quizás no saben, en medio de tantas preocupaciones, que el presidente Kirchner, por ejemplo, acaba de destinar centenares de elementos de la Gendarmería, la Prefectura Naval y la policía provincial a cercar las escuelas de varias ciudades de Santa Cruz e impedir el acceso de los docentes que se han levantado en una protesta jamás vivida bajo su administración, militarizando repentinamente la provincia. Además de utilizarlos para custodiar sus residencias de Río Gallegos y El Calafate.
En cambio, hasta el cierre de esta nota no se conocía que esas mismas fuerzas fueran destinadas a colaborar en el salvataje de damnificados en Santa Fe y Entre Ríos –donde ya hay demasiados muertos- y en la seguridad frente a los robos de las viviendas deshabitadas. Además de los saqueos que también han comenzado. Una situación, esta última, que como recordamos fue el preámbulo de la caída de dos presidentes: Alfonsín en 1989 y De la Rúa en 2001. Lo cual no implica que por ahora estén dadas las condiciones como para que ello se repita en la actualidad.
Tampoco es el camino adecuado para defenestrar a un intendente, un gobernador o un presidente. En todo caso, que hablen las urnas en octubre próximo, trátese de un “pingüino o pingüina”.
Las simples declaraciones de aquellas abatidas víctimas de las inundaciones sobre los políticos, antes citadas, bien pueden ir tomando cuerpo a mayor escala. Paso a paso.
Carlos Machado