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Lo que emociona de Diego

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Intento de análisis del fenómeno Maradona
Intento de análisis del fenómeno Maradona

Maradona emociona. No hay dudas de ello. Incluso a quienes no lo vivimos en su época de esplendor. Ahora bien, ¿qué es lo que emociona de él? Fue el mejor o uno de los mejores jugadores de fútbol de todos los tiempos (puede que los argentinos tengamos un poco de sesgo en esto). No es poco. Pero ¿es solamente eso?

 

Está muy trillada la frase “hay que diferenciar entre el Maradona dentro y fuera de la cancha”. Pero es cierta. La sabiduría popular la consagró. Hasta fanáticos de Diego la repiten. Algunos testimonios de sus seguidores más fieles sorprenden por su sensatez. “Es cierto que el Diego tuvo sus cosas, pero todos las tenemos”. “Nadie dice que sea ejemplo en todo, pero nos regaló mucha alegría”. “Admiro se autenticidad, su espíritu guerrero, lo que generaba”, fueron algunas de las palabras que escuchamos de quienes se movilizaron en primera fila tras su fallecimiento.

Hay algo del Diego dentro de la cancha que trasciende las fronteras del juego. El deporte tiene valores implícitos, más allá de que algunos jugadores tienen más y mejor espíritu deportivo que otros. La lucha y la entrega total por un sueño despierta admiración, sin importar cómo sea quien la lleva a cabo. La rebeldía de la sencillez campechana genera simpatía dondequiera que se exprese. Algo en estado de pureza conmueve, sea lo que sea.

Maradona nos regaló algo de lo más parecido que se pueda concebir al fútbol (y al deporte en general) en estado de pureza. Fue una obra de arte viviente. Un guerrero inspirador dentro de la cancha. Se podría hacer un paralelismo con Michael Jackson: polémico, cuestionado y repudiado por su vida personal, así y todo tenía su aluvión de seguidores, que veía en él la música y el baile en estado puro. ¿Cómo no encontrar algo de inspiración en tanta belleza artística o deportiva?

¿Significa esto que debemos esconder o negar todos sus defectos? Desde luego que no. Solamente significa que la vida tiene grises y claroscuros. Que los seres humanos somos contradictorios. Tenemos un lado emocional irreverente. No da todo lo mismo ni somos todos iguales, pero sin dudas nadie es perfecto.

Hay quienes intentan justificar los desmanes del Diego. “Es muy difícil ser Maradona”. Grave error. Él nunca intentó justificarse. Decía que se había equivocado y que había pagado por ello. Les insistía a los jóvenes con que “ni la prueben”, porque “si quedaste enganchado, fuiste”. No hace falta justificarlo. Se lo puede admirar en lo que tenía de admirable y listo. La vida no es blanco o negro. Hay contradicciones, incoherencias, sinsentidos. Maradona los tenía, y mucho.

¿Implica admirar algo de Maradona caer en la idolatría? Pues no debería. No era un Dios. Era un ser humano. Con todos sus defectos y limitaciones. Era un maestro con la pelota. Pero ello no tiene por qué llevarnos a la idolatría. Fue irrespetuoso, débil, lujurioso, cómplice de dictaduras, negador de paternidad, incluso lo acusan algunos de socio de la mafia napolitana, y vaya uno a saber cuántas cosas más, fuera de la cancha. Pero no es eso lo que merece ser recordado ni lo que moviliza a la gente en su nombre. No es eso lo que lleva a una procesión sin ambiciones ni especulaciones, totalmente desinteresada. No es eso lo que genera una despedida pagana, cual héroe bárbaro entronizado por un sutil y preciso canto de guerra.

Quizás podamos ver en Maradona lo mejor que tenía y quedarnos con ello. Inspiración, garra, empuje, franqueza, frontalidad, irreverencia, arte, belleza dentro de la cancha. Acaso podamos quedarnos con su capacidad para generar unanimidad; para unirnos como país; para elevar nuestra imaginación; para desatar nuestras más anudadas emociones.

¿Afuera de la cancha fue un monstruo? Tampoco, pero sin dudas no fue un buen ejemplo y no se lo debe entronizar como tal. Creo que él lo sabía, y lo aceptaba. ¿Por qué no aceptarlo nosotros también? No se trata de señalarlo o crucificarlo, pero tampoco de mentir o idolatrar. Es el momento de recordar lo bueno, las emociones que regaló a través del deporte, no de inventar un falso ídolo. De Diego emocionaba lo que hacía dentro de la cancha, pero eso que hacía dentro de la cancha no se limitaba al mero fútbol y trascendía la cancha misma. Tenía en sus piernas y en su espíritu el poder para inspirar y conmover más allá del deporte.

¿Cómo no reconocerle el esfuerzo, la entrega y la lucha dentro de la cancha? ¿Cómo no han de agradecerle quienes, postrados en la pobreza y la desigualdad, vivieron con Diego y gracias a Diego algunas de sus alegrías más atesoradas? ¿Cómo no reconocerle esa habilidad para hacernos pensar, durante sus segundos de magia absoluta, que todo es posible? ¿Cómo no ver por un instante, en el Diego desbocado, corrompido y engolosinado por sus logros y riquezas, el espejismo de los ojos inocentes del pibe de Villa Fiorito con determinación para deslumbrar al mundo entero?

No hay muchas vueltas que darle. No es necesario decir una cosa por otra. Lo que emociona del diez es claro: lo que hacía y generaba dentro de la cancha, mucho de lo cual impactaba más allá de los límites físicos y psicológicos del campo de juego.

¿Es justo tanto reconocimiento? Depende del punto de vista que se adopte. Si lo comparamos con el reconocimiento de alguien que nace en la pobreza extrema sin ese talento, con un narco como vecino, al que le roban cada dos por tres cada vez que vuelve de trabajar e ingresa a su barrio, y así y todo sigue luchando y se niega a caer en la droga o el crimen, no es justo. No hay dudas. Esta última persona merecería mucho mayor reconocimiento que aquél. Ahora bien, si es una devolución simbólica, a modo de agradecimiento, de muchos a quienes Maradona les regaló momentos de alegría y estupor de los más inolvidables de su vida, se puedes decir que sí, que tiene algo de justicia o que, por lo menos, es comprensible y legítimo.


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  1. No se si en otros países se da, probablemente si, pero en nosotros estoy seguro que si. Somos muy binarios. Todo tiene que ser sí o no, blanco o negro. No hay grises. Alguien no puede ser "más o menos bueno", tiene que ser Dios o la peor basura, sin escalas. Si "Diego ganó un mundial" es inmortal (por el 86). Pero si "lo perdió" ('90) no nos acordamos. Posiblemente haya jugado mejor en el 90 que en el 86, pero no importa. Si un día es cariñoso con sus hijas es Dios, pero si después se pelea es una basura. Se metió a defender banderas políticas. Y de nuevo fue al mismo tiempo Dios o una basura. No es por Diego únicamente. Reutemann "no fue nadie" porque no ganó mundiales. Vilas "no fue nadie" porque no obtuvo la Davis. Opinión personal: Hay muchos hijos no reconocidos, muchos cónyuges infieles, mucha gente adicta, y mucha gente excéntrica que pierde fortunas en gastos superfluos. Pero si no son famosos nadie los critica.

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