Desde El Sótano se
puede apreciar claramente la superficie. Valorizarla y tomar el pulso de la otra
realidad. Escuchaba anoche una entrevista de Roberto Bolaño en Chile.
Regresaba 25 años después. ¿Uno puede volver al lugar que nace
impunemente como el asesino? Es una pregunta que le hubiese hecho como
frente a un espejo. Los escritores no se dejan atrapar fácilmente por la
ficción. Sólo se escucha su lenta voz con un leve dejo español, aunque en
verdad sin acento, más bien una voz grave seguramente venida desde el fondo
de su afectado hígado. Sólo la pantalla, un pequeño recuadro de Bolaño y
su entrevistador, las bocinas, y las luces del Sótano flotando como si los
mares de Panamá arrastraran la voz de esta estrella distante y cercana de
Bolaño, que viajaba de Santiago de Chile, el DF y volvía al Mar Mediterráneo
como sus cenizas en España. Un escritor verdadero no muere ni a palos,
aunque la inmortalidad no existe, sólo la del cangrejo. No concuerdo esta
vez con Roland Barthes, cuando dice que no se puede interesar en un lugar sólo
por la belleza si no hay personas en ese sitio. Habla que no le gustan los
museos vacíos, pero las calles sin automóviles ni gente, son un monumento
a la soledad. El Sótano era mi museo anoche, el espacio real donde mueren
las palabras y la oscuridad entran sin proponérselo. Bolaño sigue hablando
como si nada, es su noche aquí, después del carnaval y él, preparándose
para visitar Chile en noviembre, en su propio carnaval. Cuenta como la
librería El Sótano le alimentó la imaginación y le permitió sobrevivir,
al robarse libros de narradores que guiarían sus pasos literarios. Los
concursos de prosa que ganó en las provincias españolas, formaron parte de
su otra sobreviviencia en España.
En sus palabras
deducimos que su poesía incuba sus novelas y que consideraba que existen
buenas páginas en la narrativa chilena y no se atrevió a mencionar un sólo
libro en prosa ni autor. Se definió como un gran lector de la poesía
chilena: Parra, Lihn Teillier, Maqueira y Zurita, "que no quedará para
la posteridad por su mensaje mesiánico". A Lihn le otorga un papel de
salvador, rescatista de su propia vida, si no, no habría vuelto a la
literatura, ni tomado el hilo de ese vicio, porque vivía salvaje, como un
anacoreta con un perro, en España.
El Sótano se presta
para estos pasajes y paisajes tan personales, llenos de azar, porque la
entrevista de Bolaño surgió de la nada, apretando teclas y el lugar se
inundó de su voz, de un escenario mayor, despojado de convencionalismos,
pero envuelto en un monólogo bumerang de imágenes, sensaciones y
recuerdos. La cafetera mecánica se había quedado sin agua, por lo que hubo
que imaginar el mokaccino habitual. El espacio desolado también aporta al
monólogo, ya que un sitio se representa asimismo, y de tanto ser habitado
nos habla a su manera, corteja desde las sombras el diálogo oculto de su
mirada. Y tiene razón Roland Barthes, y aunque no la tuviera, me gusta la
frase, el concepto, la idea, porque la estoy comprobando en El Sótano:
"el gran material del arte moderno, del arte cotidiano ¿no es acaso la
luz en nuestros días?" La luz opaca un espacio profundo. Yo disfruté
mucho de una sesión de fotografías, hace un par de días, en una de las
salas de reuniones de El Sótano frente al ascensor, decorada por una
pintura abstracta, de una Fue un juego con mi amigo Rodolfo Aragundi, un fotógrafo
panameño excepcional, porque trabajó la luz como si tuviera frente a su cámara
a Brad Pritt, Jennifer Aniston o Angelina Jolie. Ajustó la luz en las
direcciones cruzadas correspondientes una y otra vez. Yo le decía la luz no
tiene importancia, cuando existe la luz propia. Sin luz, no hay fotografía
repetía y se movilizaba buscando el instante mágico.
El flash también
tiene un tiempo de expiración, una luz que se extingue aunque vuelva a
repetirse hasta el fin de las baterías que le permiten iluminar el
instante. La luz indirecta recorre el pasillo y se va vaciando en matices
por los espacios más amplios y se reduce en aquellos que contienen su
propio reflejo, tal vez ignorados, pero plenamente existentes. Algunos
cuadros quedan bajo el imperio absoluto de la luz. Algunos creen que el
flash transportan un poco a la eternidad. Yo sólo veo una luz
relampagueante como un guiño que se evapora en el aire y todo vuelve en su
opacidad.
Bolaño sigue
hablando desde la lucidez de su afonía, recordando los tiempos de pellejería,
asomándose en la luz del éxito y recordando a su amigo, Mario Santiago
(José Alfredo Zendejas Pineda) el poeta mexicano co-fundador del grupo poético
Infrarrealista, que el narrador chileno abandonaría saturado en búsqueda
de un mejor destino literario. Santiago editó un sólo libro en vida,
inspiró el personaje (Ulises Lima) de Los Detectives Salvajes y en la víspera
de su desgraciado mortal accidente en el D. F. (10 de enero de 1988),
escribió su premonitorio poema de despedida:
EME ESE PE
Moriré sorbiendo
pulque de ajo
Haciendo piruetas
de cirquera
en la Hija de los
Apaches
del buen Pifas.
Las noches de El Sótano,
sostienen los más antiguos habitantes, son visitadas por el espíritu de un
niño que habría muerto allí. Con frecuencia se sienten algunos ruidos,
que corresponden, muy probablemente a los acomodos de la estática, y así
viene el desplazamiento de papeles, objetos y elementos que suenan. Más
bien me sentí observado por el ojo de Raúl Ruiz, cineasta chileno que
suele tomar estos temas y los proyecto en un rollo interminable de cine mudo
que maneja desde París, donde reside como muchos intelectuales y artistas
chilenos después del 11 de septiembre de 1973. Raoul, como ahora le llaman
en cámara o fuera de ella, en la ciudad luz, filmaba en El Sótano esa
noche, Poetas en su cuerda floja bajando por Puerto Aysén. Uno de esos títulos
terminales de Ruiz, pero lo que importaba era el rollo en blanco y negro,
aunque fuera a color. Quiero decir la película hecha, terminada. El autor
de los Tres Triste Tigres, ahondaría en la temática del peso de la L en
los pasaportes de los exiliados-expulsados y en la visión surrealista del
Chile a la hora de la siesta. Una hora realmente letal donde todo se detiene
y cae en una espesa cortina de no sabemos que sucederá cuando todos se
despierten a un mismo tiempo. Un espacio doloroso para la infancia y
adolescencia, muchas veces obligada a dormir o a guardar silencio, donde se
inventan y sueñan muchas más cosas de las esperadas. Con esas historias de
por medio, trabajaba Ruiz esa noche y se escuchaban sus : Va el rollo o
corten!!!!. La plaqueta caía en su pequeño peso de guillotina. La noche
seguía en su aventura, la voz de Bolaño en off, los reflejos de la luz
sobre pequeñas sombras ocultas alargadas o recogidas, más bien la
oscuridad compartía con la luz su propio espacio, su visión de la noche.
Bolaño como telón de fondo la anécdota del escritor argentino Antonio di
Benedetto, quien ejercía un mismo oficio que él: competir en todos los
concursos literario provinciales de España. Fe, miedo y deseos, el fantasma
de Antonio di Benedetto era lo más real esa noche en la voz de Bolaño, que
Ruiz lo veía sentado en la esquina rosada de Borges. Qué tipo tan fantástico,
me repetía yo desde El Sótano de mis días tropicales, asfixiados de luz y
selva, de la pálida humedad del verano. De pronto la silla amarilla de
Director de Raoul Ruiz flotaba en El Sótano, y volaba como buscando los
mejores ángulos, sorprendiendo las voces off the record, a los fantasmas ya
convertidos en celuloide. El reflector parecía un faro dormido en la noche,
como un amante esperando a su Bella, sin despeinarse, estático, luminoso,
absolutamente servicial.
Súbete al Escalibur,
me dijo Raoul, y paseas con Bolaño en esta escena por la Bahía de Panamá
recitando a Jorge Manrique, pero antes pónganse estos gorros protectores de
la aviación de la Primera Guerra Mundial. Cuando van saliendo hacia el
litoral costero dicen: Recuerde el alma dormida, avive el seso e
despierte contemplando cómo se passa la vida, cómo se viene la muerte tan
callando; cuán presto se va el plazer, cómo, después de acordado, da
dolor; cómo, a nuestro parescer, cualquiere tiempo passado fue mejor.
Pero frente a la bahía estos versos de las Coplas, con absoluta solemnidad
y compostura: Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar,
qu'es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar e consumir;
allí los ríos caudales, allí los otros medianos e más chicos, allegados,
son iguales los que viven por sus manos e los ricos. Corten, corten,
fueron las últimas palabras de Ruiz y sentí como que se recogiera en una
larga alfombra el rollo de la noche de El Sótano y se envasara esta
historia para siempre. Afuera, en una limosina roja lo esperaba su chofer,
muy parecido a Gabriel García Márquez, y pensé si en verdad no era él.
Con su liquilique blanco, impecable, una sonrisa caribeña le cruzaba el
bigote, y alcancé a ver su placa: Macondo Año 2666.
La limosina se fue
volando en sus alas mariposa y dejó caer sobre el Istmo, donde los dos océanos
unen los continentes, millones de mariposas amarillas. Esa ya es otra
historia.
Rolando Gabrielli
©2007
http://rolandogabrielli.blogspot.com/