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ANTICIPO DE LIBRO: CIENTÍFICOS NAZIS EN ARGENTINA

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EL CASO JOSEPH MENGELE
EL CASO JOSEPH MENGELE

Mengele

    Mucho se ha escrito sobre el criminal Joseph Mengele. Sin embargo, cuando las aseveraciones vertidas al respecto sobre el verdugo de Auschwitz se analizan en detalle, especialmente en lo referente a su estada en la República Argentina,  pronto se percibe que muchas han sido montadas sobre testimonios tal vez inventados y otras provienen de fuentes muy dudosas. Novelas, ensayos e historias diversas conviven sin que esta melange preocupe demasiado. Como se mencionó, en lo que atañe a la verdad sobre la vida del criminal en la República Argentina, todo se complica aún más por circunstancias que se seguidamente se analizan. La Embajada alemana en Buenos Aires funcionó como una usina de rumores generándose de los mismos lo que se creía eran libros bien documentados.

 

    Recientemente, el autor solicitó al cónsul de Alemania en la República Argentina, Felix Schwarz, la entrega de material que avalara diversas afirmaciones. Pero el pedido no pudo satisfacerse, ya que el cónsul informó sobre la inexistencia de documentos u antecedentes, debido a que los papeles originales  locales se envían hacia Alemania al cumplirse diez años de generados y a los treinta se destruyen.    

    Estas falsas historias oficiales oportunamente realizadas sobre dudosas bases responden a profundas cuestiones sociopolíticas, cuyo origen puede rastrearse en la Guerra Fría. La Unión Soviética identificaba nazismo con capitalismo para azuzar al establishment occidental, que ni lerdos ni perezosos habían contratado a la crema criminal nazi para sus servicios de inteligencia. Por otra parte, el asesinato de la mayoría de los opositores políticos por parte de Hitler había dejado diezmada a la clase política alemana de posguerra. En esas condiciones, los nuevos representantes del poder tenían, en su mayoría, contactos más o menos fuertes con el antiguo régimen. En los juicios de Nurenberg se había aceptado de hecho la teoría de la obediencia debida, con lo cual sólo una minoría fue juzgada y, eventualmente, ajusticiada.

    Cuando la República Federal de Alemania fue creada subyacía la idea de partir de cero. Hacer borrón y cuenta nueva con un pasado por demás pesado que afectaba con sus más y con sus menos a toda la población. Pero el pasado no podía borrarse y tenía que seguir viviendo él, por eso, habría que  hacerlo de la mejor manera posible para dejar bien en claro la supremacía del capitalismo occidental contra el llamado comunismo soviético. Para este objetivo el popularmente denominado Plan Marshall (oficialmente European Recovery Program) se encargó de sentar bases económicas sólidas, pero las cuestiones de justicia para con los criminales de guerra pasaron a un último y bastante oscuro lugar.

    Los Aliados occidentales determinaron que los nazis responsables de crímenes habían sido juzgados en Nurenberg y con eso se daba un punto final a estas cuestiones. Reforzando esta postura, diversas naciones, principalmente los Estados Unidos, realizaron otros juicios para castigar a personajes de menor cuantía con la potestad de dar órdenes y de terminar totalmente con el asunto.

    Sin embargo, los soviéticos damnificados que habían sobrevivido al accionar de los nazis en campos de concentración reclamaban en forma continua justicia en un ambiente por demás hostil. Simon Wiesenthal comenta en su libro Justicia, no venganza, las desventuras y peripecias que los damnificados debían enfrentar, incluyendo su experiencia personal al respecto.

    Así, mientras que para la República Federal de Alemania el tema de criminales de guerra estaba cerrado, para otros era una herida abierta que bajo ningún concepto podría cicatrizar.

    Sirve nuevamente Wiesenthal de ejemplo por haber sufrido en carne propia las iniquidades del régimen nazi, y por haber sido asesinada su familia en diversos campos de concentración y exterminio. Durante más de treinta años luchó pidiendo justicia con medios económicos limitados en extremo. Lo que hoy es la fundación que lleva su nombre, económicamente fuerte, nada tiene que ver con sus comienzos en una oscura oficina de Viena, desde donde hacía lo que podía en la más absoluta soledad.

    En ese contexto la República Federal de Alemania se transformo por obra de la política internacional y posteriormente de la propia en encubridora de ciertos personajes cuya actividad durante el régimen nazi no se deseaba ver expuesta en juicios que la prensa ventilaba a los cuatro vientos. Para la República Federal de Alemania los responsables habían sido juzgados y el resto había cumplido órdenes.

    Este escenario, que todavía  hoy muchos no comprenden, es el que dio lugar a la aparición de falsas biografías y relatos pseudo históricos sobre la vida de algunos criminales. Las publicadas sobre  el médico de Auschwitz  Joseph Mengele constituyen el mejor ejemplo.

    Como se ha visto con anterioridad, existían en Auschwitz fábricas diversas destinadas a soportar el esfuerzo bélico de los nazis cuyo exponente principal lo constituía el complejo petrolero-químico de la IG Farbenindustrie AG.

    Al llegar los trenes a Auschwitz, la función principal del doctor Mengele  era separar a los recién llegados en dos columnas. Quienes por su estado físico podían trabajar eran enviados como mano de obra esclava hacia los complejos industriales cercanos, mientras que ancianos, enfermos y niños que no estaban en condiciones de producir eran directamente enviados a Birkenau (dentro del mismo campo), donde eran asesinados en cámaras de gas y posteriormente incinerados.

    Para evitar la desesperación de las familias así separadas los nazis recurrían a todo tipo de macabras maniobras de distracción.

    Era entonces la mano de Mengele la que a simple vista determinaba sin más trámite sobre la vida o la muerte de los internados. Esa muerte era muchas veces una bendición para quienes salvajemente eran utilizados como conejillos de indias en experimentos de crueldad inenarrable. Cabe destacar que estas experiencias eran solicitadas por conocidos laboratorios, como Bayer, para obviar las largas pruebas que normalmente se realizan en animales y obtener una renta inmediata con la colocación en el mercado de nuevos medicamentos.

    Lo sucedido con Mengele después de la guerra es una incógnita, investigadores e historiadores han dado su versión de los hechos en centenares de trabajos mejor o peor documentados.


Búsqueda frenética
 

    En su libro Justicia, no venganza Simón Wiesenthal dice:  “A diferencia de Eichmann, cuyo lugar de residencia fue durante mucho tiempo un misterio, de Mengele se sabía casi siempre dónde se hallaba.

    En 1945 regresó de Auschwitz a su ciudad natal, Gunzburg, y vivió en esa pequeña ciudad a orillas del Danubio hasta 1950 sin que nadie lo molestase. Su padre había fundado allí a finales del siglo pasado una fábrica  de maquinaria agrícola que bajo el nombre de Karl Mengele e Hijos se había convertido en una empresa de importancia internacional. Después de la guerra, la empresa participó con el 50% del capital de Fadro Farm KG S.A. en la Argentina, una sociedad subsidiaria para la venta de tractores alemanes. De esta manera iba a tener un punto de apoyo en el exilio. En 1950 comenzaba a aparecer su nombre en diversos procesos contra criminales nazis. Algunos de sus antiguos colegas y subordinados, entre ellos su chofer en las SS, comenzaron a revelar los crímenes en los que Mengele había participado...

    Como ha sido típico en estos casos, Mengele fue informado sobre ese peligro. En 1951 escapó, con la ayuda de la ODESSA, por la ruta Reschenpass-Merano a Italia y, desde allí, por Genova  y España a Sudamérica. En 1952 llegó a Buenos Aires con documentos falsos y volvió a ejercer su profesión bajo el nombre de Friedrich Edler von Breitenbach.”

    Luego de solicitar información oficial a los archivos de la República Argentina, con la nueva documentación disponible  se sabe que la mayoría de estos datos son erróneos, y no por mala fe de su autor, sino por engaño inducido.

    Los errores cometidos por Wiesenthal y otros autores que efectuaron relatos de buena fe no son obra de la casualidad, sino de información errónea proporcionada en su momento tanto por la República Federal de Alemania como por la Policía Federal de la República Argentina.

    De tal forma, Wiesenthal fue engañado y dispersó las pocas fuerzas disponibles en pistas que ahora sabemos falsas. Por otra parte, las informaciones que obtenía por otras vías, eran utilizadas para prevenir al criminal.  Pero su lucha no fue vana.

    En otro fragmento de su libro comenta: “Así se creó la leyenda de que Bormann se había fugado a bordo de un submarino a Sudamérica, donde lo veían constantemente, hasta que su espejismo se trasladó a Medio Oriente. El manantial de rumores se basaban en un radiograma del servicio de informaciones de la marina alemana, encontrado después de la guerra, que Bormann había enviado a su ayudante Hummel el 22 de abril de 1945: Estoy de acuerdo con el propuesto traslado a ·Ubersee Sud· (literalmente, ultramar sur) nada tenían que ver con Sudamérica, sino que se trata del nombre de una estación del ferrocarril situada al sur de Munich.”

    Lamentablemente, tan importante documento fue desestimado por Wiesenthal, que ignoraba la llegada a Mar del Plata después de la guerra de los sumergibles nazis U-530 y U-977, hecho histórico no controvertido, como así tampoco la existencia de la operación Ultramar Sur.

    Esa desestimación no fue casual. El Estado alemán propiciaba el envío de datos erróneos a la prensa y a los investigadores para evitar que pudieran seguirse pistas firmes sobre los nazis fugitivos y nunca esa operativa ha quedado más expuesta que en el trámite de extradición seguido contra el doctor Mengele.

    No hay aventuras en la vida de estos personajes dignas de mención, más allá de las vicisitudes de una huida que, en muchos casos, resultó un cómodo viaje de placer.

    Joseph Mengele, con mucho para contar sobre los experimentos que los principales laboratorios nazis realizaban con los internados en los campos de concentración, recibió muy amplia protección por parte del gobierno alemán para que no quedara expuesto al público en juicio alguno ventilando sus crímenes y mucho menos lo experimentado en seres humanos para conocidos  laboratorios alemanes. 

 
 

La fuga


    Por lo que se sabe, Mengele huyó de Auschwitz en enero de1945, con bastante antelación a la llegada de los soviéticos al campo de concentración.

    De vuelta a Gunzburg, su padre, Karl Mengele,  lo protegió sin más trámite. Dueño de una importante empresa fabricante de implementos agropecuarios, se había enriquecido a través del tiempo y bastante más bajo el régimen nazi.

    Esa protección no fue demasiado sofisticada, arrendó o compró (no hay certeza al respecto) una finca en las cercanías de la fábrica donde podía pasar desapercibido. Pero a medida que los juicios de Nurenberg y subsecuentes fueron avanzando, algunos testigos comenzaron a mencionar el apellido Mengele, con lo que la tranquilidad obtenida fue bastante fugaz. Hacia 1949 (no en 1952 como afirma Wiesenthal) Karl Mengele dispuso todo lo necesario para su traslado a la República Argentina.

    Con conexiones políticas afianzadas, consiguió pasaporte emitido por la Cruz Roja Internacional Nº 100.501, a nombre de Helmut Gregor, junto a un cómodo pasaje en el vapor Philippa de bandera panameña. Luego de eludir algunos controles en la frontera italiana, debidamente asesorado sobre la ubicación de estos, Karl Mengele dejó a su hijo en Génova en abril de 1949. Con permiso de desembarco en estricta regla, arribó a Buenos Aires el 20 de junio de 1949. Cuando los inspectores de migraciones de la República Argentina revisaron la documentación notaron algunas irregularidades ya que el italiano Gregor, hijo de NN y de Berta Gregor no hablaba el idioma materno. Según los datos aportados, había nacido en el pueblo de Tarmano, Trento, Italia, el 6 de agosto de 1911, afirmaba ser soltero y técnico mecánico de oficio. Cuando el avispado funcionario de migraciones intentó separarlo del grupo sospechando que algo raro había en el italiano que sólo hablaba alemán, un enviado del SS Carlos Fuldner, funcionario del gobierno de Juan Domingo Perón, lo interrumpió y en menos de un minuto debió disculparse por importunarlo.

    A media tarde ya se encontraba cómodamente ubicado en lo que sería su primer domicilio transitorio, sito en la calle Arenales Nº 2460 de la localidad de Florida, provincia de Buenos Aires.

    Para evitar toda sospecha no ejerció como médico en sus comienzos, sino como fabricante de tornillos de bronce en un  taller montado con maquinaria alemana que su padre había enviado con anterioridad a la fuga.

    Pronto el pequeño emprendimiento de la calle Constituyentes, a unas diez cuadras de la avenida General Paz (del lado de provincia) se transformó en una importante fuente de ingresos, pasando con parte de los mismos a formar  otra sociedad dedicada al aserrado y estiba de madera ubicada en las cercanías del taller de tornillos. Las cosas iban viento en popa y así, para el 5 de febrero de 1954, estaba solicitando un certificado  de buena conducta para presentar en la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires con el objeto obtener su registro de conductor. Por entonces, ya poseía intereses en la calle Tacuarí 431de Capital Federal. Uno de los testigos presentados en los diversos trámites iniciados fue Gerhard Malbranc, cédula de identidad Nº 2.022.11, casualmente domiciliado en Arenales 2460, su primer domicilio, mientras que el otro fue José Stroeher, domiciliado en José Ingenieros 790 de La Lucila.

    Muestra de la inserción en la comunidad local alemana de Mengele (todavía como Helmut Gregor) resulta ser la cantidad de personas que aportaba como testigos ante cualquier contingencia. En septiembre de 1955 solicitó autorización para viajar a Suiza, la que le es concedida, el testigo presentado, en este caso, fue Kurt Fries con domicilio en 25 de Mayo 140 de Capital Federal y el ya mencionado Stroeher que figura en algunos documentos como Stroehr.

    Vislumbrando que los vientos de la autodenominada Revolución Libertadora no lo afectaban demasiado, el doctor Mengele volvió con nuevas ínfulas, solicitando pasaporte de “No argentino” en noviembre de 1955, agregando que trabajaba en Orbis – Roberto Mertig, de Avenida Callao 66 de Capital Federal.

 
 

Una peligrosa cuestión de faldas


    El doctor Joseph Mengele se casó en 1939 con Irene Schoenbein. En algún momento de 1943, debió haber dejado Auschwitz en forma transitoria, con licencia, ya que su mujer Irene tuvo un hijo, Rolf, nacido en 1944. Podemos imaginar también otras hipótesis, que no resultan aquí apropiadas tratar.

Sin embargo, luego del pedido de extradición, el gobierno de la RFA presenta un documento a las autoridades argentinas, Nº 16/61, el cual afirma:
    “La Embajada de la República Federal de Alemania saluda muy atentamente al Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto y tiene el honor de referirse a la Nota de ese Ministerio Nº 1731 —Expte. E.E. 28.521/959—, del 25 de Octubre de 1960.
    Según se ha informado a las Autoridades alemanas, el señor José Mengele estuvo casado en primeras nupcias con Irene Schönbein, y en segundas nupcias con Marta María Will. Dícese que ambas cónyuges han vivido con Mengele en la Argentina. Dícese también que su hijo Carlos Enrique Mengele, nacido el 15 de Mayo de 1944 en Günsburg, Alemania, vivía últimamente con la señora Marta María Will de Mengele en Vicente López, calle 5 de Julio 1074.
    Dado que la confirmación de estos datos podría resultar de importancia para la búsqueda del Dr. Mengele, agradecería la Embajada si ese Ministerio tuviera a bien recabar de las Autoridades competentes una información sobre la exactitud de los datos arriba indicados.”

    Buenos Aires, 1 de Febrero de 1961. En realidad, todos sabían que el hijo de Mengele se llamaba Rolf, excepto el gobierno alemán, que con los datos que aportaba solo contribuía a confundir a los investigadores.
    Pueden los lectores creer tal vez que todo el aparato judicial y policial de la República Federal de Alemania estaba abocado a la captura del criminal Joseph Mengele. Pensar así es, por supuesto, un error.
    Algunos documentos publicados por la DAIA en su Proyecto Testimonio servirán para aclarar las cosas.
    En un documento viciado de errores, la Embajada de la República Federal de Alemania en Buenos Aires pide la captura del criminal Joseph Mengele para su extradición el 30 de septiembre de 1959. El 17 de noviembre del mismo año, Ramón Lascano, Procurador General de la Nación Argentina solicita ampliar la documentación ya que la misma carecía de todo requisito indispensable, teniendo en cuenta, además, que no existía tratado de extradición entre estas naciones.
    Recién con fecha 22 de abril de 1960 los alemanes, al parecer sin demasiada urgencia, cumplimentan el pedido. Puede verse a simple vista que la indispensable traducción llegó a la Argentina casi seis meses más tarde, agregando la dirección actualizada de Mengele. Dice el documento sin demasiado detalle, calle Vertiz 968, Olivos, FNGBM. Observemos que una parte de la sociedad considera a Mengele como uno de los principales criminales. La mora y los datos erróneos no son obra del desconocimiento de las autoridades germanas, sino de un plan pensado para el encubrimiento.
    Contrariamente a lo que se afirma, una vez recibido lo mínimo indispensable, el 24 de junio de 1960, el procurador Lascano dio curso favorable a la solicitud, en acta refrendada por el presidente Guido por decreto Nº 7247 – M 377 del 28 de junio de 1960. A nivel mundial, se generó la impresión de que la República Argentina lo había protegido, pero en este caso todo resulta falso. La justicia local, caso extraño, actuó con presteza.
    La causa se remite el 30 de junio de 1960 al juez Ríos Centeno, quien se declara incompetente y remite las actuaciones al doctor Jorge Luque, a cargo del juzgado Federal Nº 3 de San Martín. Comienzan luego las actuaciones policiales de búsqueda y captura, vanas, ya que como se verá Mengele había viajado hacia Alemania casi seis meses antes de la llegada del pedido de extradición, en febrero de 1959.
    Pero, como se mencionó, los antecedentes de la República Argentina como receptora de nazis pesaron y a la prensa mundial no le costó demasiado endilgar la morosidad alemana a nuestro país. Como podrá vislumbrarse, algo macabro se escondía tras actitudes llamativas de Alemania.
    El autor conocía por boca del empresario Jorge Antonio que el padre de Mengele, Karl Mengele, había estado en la República Argentina acompañado de su hijo Joseph hacia el final del gobierno del presidente Perón. Intentaba hacer negocios en Argentina, vendiendo sus productos a las múltiples empresas de Antonio. Tal aseveración resultaba con base lógica, ya que Antonio era socio mayoritario de las principales industrias alemanas, incluyendo a la Mercedes Benz de la Argentina. Sin embargo, era común que Antonio se adjudicara mayor participación en los eventos  que la que realmente había tenido, razón por lo cual sus dichos fueron tomados por el autor con ciertos recaudos. Esos recaudos se acentuaron debido al caso Eichmann. Antonio se adjudicaba haberlo contratado para su empresa  Mercedes Benz, asunto poco probable cuando se conocen los tiempos históricos. En principio, Adolf Eichmann había trabajado para la empresa CAPRI del ex SS Horst Carlos Fuldner en Tucumán y por lo que se sabía Eichmann había entrado a trabajar en la Mercedes Benz luego de la confiscación de la empresa por parte de la autodenominada Revolución Libertadora.
    Al hacerle notar este hecho al empresario, Jorge Antonio comentó: “podría haberme confundido”, agregando posteriormente que había sido el interventor de la empresa el encargado de contratarlo.
    Muy posteriormente, la doctora Gaby Weber obtuvo un testimonio similar, lo que le permite afirmar en su trabajo La conexión alemana: “Jorge Antonio recuerda que fue él personalmente quien empleó a Adolf Eichmann en Mercedes-Benz, cuando aún la fábrica no había iniciado la producción. Asevera que usaba su nombre verdadero...[se refiere a Eichmann NdA]”
    Sin embargo, un documento aportado por Weber en su libro anula la afirmación de Antonio, ya que allí puede leerse: “hasta que el 20 de marzo de 1959 es contratado en Mercedes Benz Argentina. Ingresa con el nombre <Ricardo Klement> y es registrado con el numero 1.785.425 en el seguro social del ANSES.”
    En ese entonces, Jorge Antonio huía junto a Perón por Centroamérica. Lejos estaba de haberlo podido contratar. Sin embargo, en otra oportunidad volvió a la carga sobre el tema, recordándole al autor el asunto. Jorge Antonio dijo entonces: “Vea, De Napoli, sobre el  asunto Eichmann. En 1959 estaba en Cuba viviendo un poco a desgano el proceso revolucionario. Para mí el tema significaba preparar nuevamente las valijas e irme. Como estaba con mi familia la cuestión no resultaba fácil. En varias oportunidades me encontré con Ernesto Guevara, el “Che”. Discutíamos mucho. Había un campo grande entre sus ideas y las mías. Pero en base a un crédito que Batista me había otorgado, organicé en Cuba una serie de emprendimientos. Con la llegada de Castro al poder, las cosas se complicaron, más por la situación general que se vivía en la isla que por sus ideas políticas. Eventualmente, yo podía acceder al “Che” sin mayores problemas, aunque siempre con el máximo respeto mutuo. La posibilidad de afincarme en España luego de cinco años de prisiones y fugas casi continuas de una decena de países hicieron mella en mi ánimo. Era necesario desensillar. Y me quedé en España.  Desde allí reorganicé mi vida. Una de las cuestiones pendientes era la Mercedes-Benz. Por tal motivo, viajé hacia Alemania. Reunido con la cúpula de la Daimler Benz, me comentaron que se habían visto en la necesidad de hacer arreglos con el gobierno de la libertadora para evitar perder todo. Con el tiempo arreglarían los números. Me pidieron encarecidamente que protegiera a un grupo de alemanes que estaban siendo perseguidos por los comunistas y Eichmann estaba entre ellos. Desde España arreglé lo necesario para que las cosas pasaran. No se olvide que los ejecutivos de segunda línea de la empresa me respondían, algunos por amistad personal y otros por variados intereses. Todos intuían  que más temprano que tarde volvería. Actuaban en consecuencia.”      
    Conociendo  a Jorge Antonio a través de prolongadas conversaciones, este autor sugiere que sus dichos sean siempre contrastados por otras fuentes documentales, donde entonces pueden tomar fuerte valor histórico.
    Los documentos hallados permiten, sin embargo, confirmar que el viaje de Karl Mengele junto a su hijo Joseph hacia la Argentina fue efectivamente realizado. Surge de las declaraciones de Roberto Mertig, dueño de la fábrica de cocinas Orbis, ante la Policía Federal en documento oficial del Archivo General de la Nación. Virtualmente cada línea confirma los dichos de Jorge Antonio.
    Roberto Mertig cuenta cómo conoció a Karl Mengele en la Argentina, junto a un señor que hablaba castellano, que más tarde se enteraría era su hijo Joseph Mengele. Había llegado al país con la intención de vender sus productos, confirmando los dichos de Jorge Antonio. Mertig viajó luego a Alemania y se encontró con Karl Mengele.  Este le propuso hacer algunos negocios en la Argentina, a lo que Mertig ofreció sus “buenos oficios”. Karl Mengele le solicitó también que atendiera a su nuera Maria Marta Will, viuda de Mengele, y a su nieto Karl Heinz quienes viajarían hacia la Argentina. En la declaración de Mertig puede vislumbrarse claramente que todos los Mengele se desplazaban por el mundo sin problemas y viajando casi siempre por medios que podrían llamarse en extremo lujosos. Pero todos los sucesos toman su debida dimensión cuando  se ordenan bajo cronología histórica.


Datos ciertos

   
Joseph Mengele ingresó al país en 1949 como Helmut Gregor. Ayudado por su padre y posiblemente por oro rapiñado en el campo de concentración de Auschwitz vivió en Buenos Aires muy cómodamente. El 5 de febrero de 1954 Mengele (como Helmut Gregor) solicitó certificado de buena conducta para la obtención de un registro de conductor categoría particular. En ese momento afirmó domiciliarse en la calle Tacuarí 431, el que era, a su vez, su domicilio laboral. Presentó como informante a Gerhard Malbranc y a José Stroeher. Según Jorge Antonio poseía un Mercedes Benz 300 b que, como no podía ser de otra forma, él le había proporcionado. El coleccionista Luis McCormack afirmaba lo mismo, mientras que otras fuentes hablan de un Mercedes Benz 170 v y otras de coches americanos. Jorge Antonio recordó que el Mercedes Benz 300 b utilizado por Joseph Mengele era el mismo que había utilizado Mirta Legrand en el recordado Festival de Cine de Mar del Plata. Antonio recuerda haber cedido el auto a Clemente Lococo para tal evento. El autor se entrevistó con quien era por entonces secretaria privada de Lococo, la señora Viale de Goñi, quien no pudo confirmar esto.
    Vale aclarar que Viale de Goñi es sobreviviente del hundimiento del Monte Cervantes y le tocó por azar del destino alojarse junto a los pasajeros rescatados en el penal de Ushuaia. Décadas más tarde la cárcel fue cerrada para ser abierta nuevamente en 1855 por la libertadora. Uno de sus huéspedes fue Jorge Antonio. Años más tarde, el autor obtuvo fotos del festival donde efectivamente puede verse a la entonces actriz Mirta Legrand en un Mercedes Benz 300 común, sin techo corredizo como poseía el modelo b. Jorge Antonio puede haberse confundido. En septiembre de 1955, con la Revolución libertadora en marcha, mientras Jorge Antonio comenzaba un largo paseo por cárceles de todo tipo, Joseph Méngüele viajaba hacia Suiza y Alemania, solicitando los permisos respectivos a la Policía Federal, presentando como testigo a un tal Kurt Fries con domicilio en 25 de mayo 140. A finales de 1955 solicitó más documentación agregando que trabajaba en Orbis, de Roberto Mertig, sita en Callao 66, Capital.  Según Jorge Antonio Karl Mengele era accionista de Orbis, asunto que puede intuirse tanto de las declaraciones de Roberto Mertig como del domicilio dado por Mengele.


La “revolución libertadora” y los nazis. El caso del criminal Joseph Mengele

   
En septiembre de 1955 un golpe de Estado derrocó al presidente Perón. Pronto, las contradicciones existentes en el seno de los golpistas produjeron sus primeras bajas. El general Leonardi, autor de la frase “ni vencedores ni vencidos” fue derrocado y asumió el control de la “revolución” el general Pedro Eugenio Aramburu con Isaac Rojas como vicepresidente. Según Jorge Antonio, Rojas había sido edecán de Maria Eva Duarte de Perón, Evita. Durante las exequias de Duarte, Rojas se abrazó al féretro desconsolado. Estos personajes, entre las miles de irregularidades que le atribuían a Perón, señalaban la entrada de nazis al país. Algo por cierto innegable.
    Sin embargo, la protección hacia los mismos desde la libertadora se amplió en extraño contubernio.
    En noviembre de 1956, se presentó Joseph Mengele en el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil Nº 9, solicitando realizar un cambio de nombre. Había entrado al país como Helmut Gregor cuando en realidad era Joseph Mengele.  Para este trámite, presentó su partida de nacimiento debidamente legalizada y certificada por la Embajada en nuestro país de la República Federal de Alemania (PT-pag.122).
    En la publicación de DAIA se desconocía que en la Embajada alemana se había abierto un legajo bajo el número 7280/56.
    En ese expediente comienza a acumularse documentación sobre Mengele, quedando así probado, desde esa fecha, el conocimiento oficial que poseía el gobierno de la República Federal de Alemania sobre el criminal Joseph Mengele. Por supuesto, no movieron un dedo ni realizaron informe alguno del importante evento.
    Obtuvo con su nuevo nombre cedula de identidad emitida por la Policía Federal Argentina Nº 3.940.484 y sin perder tiempo, solicitó en enero de 1957 certificado de buena conducta para viajar hacia Chile. Tres meses antes, tal como había comentado Roberto Mertig, llegó al país Marta Maria Will de Mengele, cuñada de Joseph Mengele.  No llegó por supuesto escondida ni en viaje perturbador, sino viajando en primera clase en el trasatlántico Giulio Cesare junto a su hijo Karl Heinz, con pasaporte alemán emitido en Gunzburg Nº 7.707/122/56, solicitando el mismo día que su hasta entonces cuñado, permiso para viajar también a Chile.
    Tal viaje debió resultar placentero para los cuñados Mengele-Will, ya que un año después, en 1958 se casaron en Colonia, Uruguay. Este casamiento posee interesantes aristas desde las cuales puede analizarse. Podemos hablar de amor hacia su cuñada como también agregar algunos factores ajenos, los que seguramente resultaran más aceptados por el lector.
    El industrial Karl Mengele, por lo que se sabe, tuvo dos hijos, Carlos Tadeo y el criminal Joseph Mengele. Carlos murió el 26 de diciembre de 1949. Su mujer, Marta Maria Will y su hijo Carlos Enrique quedaron viviendo en Gunzburg, bajo protección del acaudalado industrial. Las cosas por el lado de Joseph Mengele eran diferentes. Se había casado con Irene Schonbein en 1939. Con la invasión a la Unión Soviética en 1941, Joseph Mengele debe ir al temible frente ruso, de donde vuelve herido. Es trasladado luego a Auschwitz donde se lo recuerda por sus horrendos crímenes. Pero en 1944 nació su hijo Rolf. Parece ser que el industrial Karl Mengele siempre dudo de la paternidad, atribuyéndole a Irene infidelidad. Lo cierto es que Irene dejó Gunzburg y el industrial mostró siempre más afecto hacia su nieto Carlos que hacia Rolf. 
    El casamiento entre Joseph Mengele y Marta María unificaría la herencia. De allí a fomentar el matrimonio había un paso, que se concretó en Colonia, Uruguay, en 1958.
    Para entonces Karl Mengele estaba enfermo (lo aseveró Mertig en su declaración) y era una obsesión la continuidad legal de su pequeño imperio industrial.


Resentimiento. Una mujer despechada

   
Pero las cosas no eran sencillas. Por un lado quedaba Irene totalmente resentida junto a su hijo Rolf, viviendo en Freiburg (Breisgau), desde donde enviaba hacia las fiscalías todo tipo de información inherente a su ex marido. Las que llegaron a la Universidad Goethe causaron problemas graves a Mengele.
    Resultó ser que por diversas denuncias la Universidad Johann – Wolfgang Goethe de Francfort/Main le habían retirado a Mengele su título de doctor, por su actividad criminal en Auschwitz.  Enterado del evento, Mengele concurrió a la embajada de Alemania para solicitar se envíe hacia Alemania una serie de documentos necesarios para iniciar una demanda contra la Universidad por el desposeimiento. Todo lo necesario para su defensa había sido registrado por actuación del escribano Dr. Jorge H. Guerrico, figurando como testigos de los dichos de Mengele un tal Guillermo Peña y un señor Carlos N. Port.
    Vale mencionar que esta documentación, generada en 1958, no fue entregada a la Policía Federal y mucho menos a juez alguno, es que el gobierno alemán no había solicitado contra Mengele medida alguna.
    Como un hecho menor y sin importancia, la Embajada alemana la presentó al Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Argentina en... mayo de 1963.
    Además de casarse en Uruguay, Mengele comenzó en 1958 a planear su fuga, la que debía ser definitiva.


Los preparativos

   
Según el empresario Jorge Antonio, la cuestión que se planteaba entonces era la de la herencia del imperio fundado por Karl Mengele. Los bienes serían heredados por Walburga Hupfauer, madre de Mengele  y por el propio Joseph. En el momento en que este último heredase el patrimonio, mediante poderes y ventas ficticias de acciones a nombre de Marta Maria Will todo quedaría bien armado
    Y se actuó en consecuencia.
    El proyecto aprobado por la familia era sencillo. Joseph Mengele se iría a vivir a Alemania, Suiza o Italia con nombre supuesto, desde donde vigilaría sus intereses, cuya magnitud conocemos hoy sólo parcialmente. En forma preventiva, todo estaría a nombre de Marta Maria Will de Mengele. Se simularía a todos los efectos que Joseph Mengele estaba en Paraguay para, en el momento preciso, informar su deceso y terminar con los fantasmas.
    Lo cierto es que Joseph Mengele viajó hacia Paraguay, realizando todo tipo de acciones destinadas a crear la impresión de que allí estaba viviendo. Al respecto Simón Wiesenthal afirma en su libro que incluso obtuvo la ciudadanía paraguaya. Pero lo interesante es que existe constancia en los documentos ahora hallados por el autor, de este viaje a Paraguay, pero también del regreso a la República Argentina proviniendo de Asunción.
    A su llegada, a comienzos de 1959, se registra la solicitud de viaje hacia Alemania  ante la Policía Federal junto a los permisos de aduana necesarios para el traslado de los enseres personales.
   Pero mientras Mengele huía hacia Alemania, su abnegada nueva esposa se quedaba en la Argentina liquidando lo que quedaba de las inversiones en Argentina de Mengele. Interrogada por la Policía Federal aporta una carta tratando de inducir a la policía a creer que Mengele efectivamente se encontraba en Paraguay o, eventualmente, en Venezuela. Sin embargo, el policía sumariante informa a sus superiores que la carta tenía matasellos de Capital Federal, es decir que había sido autoenviada con fines de distraer la atención.  Por otra parte, el mismo policía informó que no tenía duda alguna al respecto de que la interrogada sabía dónde estaba Mengele y que además poseía contacto con él, seguramente, por vía telefónica o de interpósita persona.
    Cuando Marta Maria Will de Mengele dejó el Departamento de policía, es seguida secretamente mediante un amplio operativo. Marta percibió esto y tomó el subterráneo, donde se perdió su rastro. Sin embargo, luego fue vista subiendo a un auto que es identificado por su patente Nº 324.246 como perteneciente a Gustavo Heriberto Paesch, domiciliado en la calle Callao Nº 53, de Capital Federal, luego se comprobó que se trata de una propiedad del dueño de Orbis, Roberto Mertig. Vale mencionar que los oficiales actuantes en este operativo fueron el subcomisario Jose Maria Frontera y el oficial Jorge Coudannes.
    Los documentos oficiales encontrados prueban que Joseph Mengele estaba viajando hacia Alemania a principios de 1959. Esta es la última información oficial cierta que se conoce del criminal de guerra. 

Carlos De Nápoli

 

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