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Una ciudad invisible

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Las ciudades invisibles, de Italo Calvino
Las ciudades invisibles, de Italo Calvino

Si hay un libro que me mata de envidia, que daría un huevo por haber escrito y que copio sin saberlo sin parar y sabiendo cada tanto y releo con denuedo es Las ciudades invisibles, de Italo Calvino.

 

Es pequeño, es caprichoso: son los brevísimos relatos que le hace Marco Polo al emperador Kublai Khan –con quien no comparte ninguna lengua– sobre las ciudades de su imperio infinito.

Cada ciudad son dos o tres páginas, un rasgo, una mirada, una sorpresa, una evidencia que ya no. Son destellos, pequeñas descripciones donde nada termina de estar dicho y donde queda dicho mucho más que lo que se describe: una forma de la contención y la mesura que es la manera de ser desmesurado.

Y que abraza la única opción seria de un libro de viajes: contar viajes que nunca sucedieron.

Y que tiene eso que más me fascina en un texto: que nunca estoy seguro de haberlo entendido.

Esta vez, por ejemplo, me quedé fijado en este, Las ciudades y el deseo, 5.

.

Desde allí, tras seis días y siete noches, el hombre llega a Zobeide, ciudad blanca, bien expuesta a la luna, con calles que giran sobre sí mismas como un ovillo. Esto se cuenta de su fundación: hombres de naciones diversas tuvieron un sueño igual, vieron una mujer que corría de noche por una ciudad desconocida, de espaldas, con el pelo largo, y estaba desnuda. Soñaron que la seguían. Vuelta a vuelta, todos la perdieron. Después del sueño buscaron aquella ciudad; no la encontraron pero se encontraron ellos; decidieron construir una ciudad como en el sueño. En la disposición de las calles cada uno rehizo el recorrido de su persecución; en el punto donde había perdido las huellas de la fugitiva, cada uno ordenó los espacios y los muros distinto que en el sueño, para que no pudiera escapársele más.

Esta fue la ciudad de Zobeide donde se establecieron esperando que una noche se repitiese aquella escena. Ninguno de ellos, ni en el sueño ni en la vigilia, vio nunca más a la mujer. Las calles de la ciudad eran aquellas por las que iban al trabajo todos los días, ya sin ninguna relación con la persecución soñada. Que por lo demás estaba olvidada hacía tiempo.

Nuevos hombres llegaron de otros países, que habían tenido un sueño como el de ellos, y en la ciudad de Zobeide reconocían algo de las calles del sueño, y cambiaban de lugar galerías y escaleras para que se parecieran más al camino de la mujer perseguida y para que en el punto donde había desaparecido no le quedaran vías de escape.

Los que habían llegado primero no entendían qué era lo que atraía a esa gente a Zobeide, a esa fea ciudad, a esa trampa.

...

Hacía mucho que no lo releía, y ahora entendí que era el mejor texto que he leído sobre la inmigración. Espero que pase el tiempo para volver a leerlo y saber, por fin, sobre qué trata.

Y poder, con suerte, olvidarlo otra vez.

 

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