La agresión sufrida en su propia ciudad por la senadora en uso de licencia, ministra de Desarrollo Social y, hasta ese momento al menos, candidata a la gobernación de la provincia de Santa Cruz, Alicia Kirchner, está marcando una bisagra muy difícil de digerir para el gobierno de su hermano. Indigestión que había comenzado hace algo más de un mes en su propio terruño, con las primeras marchas de protesta de docentes y estatales, y que el hartazgo generalizado de la gente que los acompaña hicieron desembocar en los nunca esperados y temidos “cacerolazos” y en el fatídico grito que el kirchnerato jamás pensó que llegaría a retumbar en sus oídos: “¡Que se vayan todos!”.
El intento de convertir a Alicia en una verdadera “torta frita” al hacerla objeto de una lluvia de harina y huevos, que la mayoría de los medios nacionales denominó eufemísticamente (y piadosamente) “escrache”, tiene al menos dos lecturas.
Por un lado, es probable que la gastronómica mezcla haya sido arrojada efectivamente por un grupo de exaltados empleados de la docencia y el Estado provincial que, como se dijo, están hartos de las dilaciones respecto de sus justos reclamos y de que el encaprichado gobierno central continúe “pateando la pelota hacia afuera”, en lugar de actuar decididamente y solucionarlos.
Se ha hecho evidente además que los santacruceños perdieron el miedo ganado hace varios años, a través de las malas artes del antes gobernador y actual presidente, por el cual la población era sojuzgada mediante censuras, aprietes, amenazas y hasta golpizas de parte de las patotas encabezadas por el máximo alcahuete presidencial, y virtual delegado personal de Kirchner en Santa Cruz -sobre todo para las operaciones sucias-, el incombustible Rudy Ulloa Igor.
Por otra parte, han comenzado a circular algunas especulaciones sobre la real autoría de la “cosmética” aplicada a Alicia Kirchner después de pasearse muy campante (¿y provocativamente?) por las calles de Río Gallegos y salir de almorzar en un céntrico restaurante local. Hay quienes murmuran que el agravio puede haber sido digitado por el propio gobierno, buscando otra forma más de victimizarse luego de haber intentado hacerlo, vergonzosamente, tras la alocada carrera de un camión y su posterior vuelco frente a la vacía casa de los Kirchner en la capital provincial, hecho que los siempre dispuestos voceros presidenciales, los Fernández, calificaran rápidamente de “atentado”.
Ocurre que la agresión a Alicia, según comentan algunas fuentes santacruceñas, fue bastante “liviana” para la furia contenida que se hizo carne en la población. Y además no deja de llamar la atención la relativa tranquilidad con que reaccionó el presidente y hermano de la agredida, cuando, habiendo sucedido el hecho del camión volcado, salió con todo su habitual nerviosismo de los últimos meses, utilizando todos los atriles que tuvo a mano, a hablar de “atentados” y de que iban a continuar “atacándolo”.
De todas maneras, por el momento nos quedaremos con la versión de que los huevazos y harinazos provinieron de un grupo de los cansados manifestantes docentes y estatales, ya que éstos hasta el cierre de esta nota no habían desmentido ni corregido dicha versión.
Lo que sí puede llegar a ocurrir, aseguran tanto en medios de aquella provincia como en círculos de la oposición en la capital del país, es que la desesperación del kirchnerato frente a la posibilidad –ya muy latente- de que pierda las elecciones en Santa Cruz, sumada a la derrota cierta en junio en la ciudad de Buenos Aires y a un confuso panorama de cara a las elecciones generales de octubre próximo, lo haga diagramar verdaderos atentados de mucho más peso o “amenazas de desestabilización”, que en todo caso le permitan decretar un estado de sitio con el cual ejercer un férreo –y supuestamente justificado- control de la situación.
En el entorno de Kirchner deben recordar el año 1985, cuando en las cercanías de unas elecciones cruciales para su gobierno, el entonces presidente Raúl Alfonsín inventó –a través de su ministro del Interior, el finado Antonio Tróccoli- un “complot” en el que se involucró a periodistas, analistas políticos y ex militares, dictándose aquella medida extrema y ordenándose su detención. Aunque cabe preguntarse si el gobierno actual recuerda que esa aventurada idea concluyó en un verdadero papelón.
¡Ladran, Sancho!
El caso es que, como se señaló al comienzo, la agresión a Alicia Kirchner marca una durísima bisagra para el gobierno, que hasta hace tres meses atrás derrochaba optimismo, y un anticipado triunfalismo, frente al panorama electoral en ciernes.
Ahora resultará muy difícil que la maltratada Alicia Kirchner continúe siendo la carta de triunfo que su hermano tenía guardada para gobernar Santa Cruz. Salvo, claro está, que predomine la tozudez habitual en el presidente y logre convencer a la ministra de que acepte ser la candidata del oficialismo.
Es que Kirchner sabe perfectamente que no cuenta con ningún candidato realmente potable para presentar en su provincia. Quien se hizo cargo en estos días en un endeble intento por “salvar las castañas del fuego”, Daniel Peralta, no tiene el “plafón” suficiente para congeniar con los díscolos, y su primer intento en tal sentido ya fracasó de entrada, al pretender convencer al obispo Juan Carlos Romanín de mantener una entrevista con él y el prelado, con elegancia, desechó la invitación argumentando que tenía programado un viaje. Además Peralta también tiene sus antecedentes en contra, y los santacruceños recibieron su elevación al Ejecutivo provincial opinando que “es más de lo mismo”.
De todas formas Peralta sólo es una ficha de transición jugada por Kirchner, quien le encomendó la difícil tarea de que pueda sostenerse al menos hasta las elecciones de octubre, en que los comicios en Santa Cruz se realizarán paralelamente a las presidenciales. Allí se verá si el candidato “final” será de todos modos Alicia Kirchner o quizás Julio De Vido, a quien se escuchó días atrás comentar, en rueda íntima de amigos, que sería él quien se presentará a esa postulación. Una probable especulación del actual ministro de Planificación frente a la certeza de que, si finalmente la candidatura a la presidencia queda en manos de la “pingüina”, Cristina Fernández de Kirchner, ésta no lo quiere en su equipo ministerial.
El caso es que Santa Cruz hoy en día ha dejado de ser el lecho de rosas que tanto declamaba Néstor Kirchner. Con el agregado de que puede ser el primer eslabón de una larga cadena de conflictos que se extiendan, como reguero de pólvora, en el resto del país. Una de las tantas cuestiones que actualmente mantienen al presidente sumido en la desazón y el nerviosismo, muy malos ingredientes para soportar su conocida, y nunca comentada, dolencia intestinal.
La población de Santa Cruz sigue manteniendo una firmeza ya incontenible en sus reclamos y en su decisión de que no quiere saber más nada con los Kirchner y sus esbirros. Ya le gritó al eyectado Carlos Sancho que ladraba y que seguiría cabalgando. ¿Volverá a gritarle lo mismo a Daniel Peralta?.
Y yendo aún más allá, ¿se lo gritará también, en un futuro no muy lejano, a toda la familia Kirchner?
Carlos Machado