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Un clásico peronista: tapar con éxitos políticos el fracaso económico

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Para asegurar su supervivencia electoral el gobierno sacrifica la sustentabilidad que tanto declama Guzmán
Para asegurar su supervivencia electoral el gobierno sacrifica la sustentabilidad que tanto declama Guzmán

No es por casualidad que el peronismo ha llegado a ser el movimiento populista más longevo del mundo: ha sabido sobrevivir políticamente a sus propios fracasos económicos, una y otra vez, desde hace tres cuartos de siglo. ¿Está por volver a hacerlo? Es probable.

 

La fórmula que utiliza es sencilla pero efectiva. Y la ha podido replicar bajo muy distintos contextos económicos e institucionales: con democracia pluralista, democracia amenazada o autocracia electiva; con economía cerrada o abierta, con o sin inflación, con tipo de cambio alto o bajo. Siempre y en todo lugar le plantea a la sociedad, en particular a los votantes de bajos recursos, que ellos, sus representantes y máxima encarnación de “arte político”, les proveerán lo que la economía capitalista, es decir los empresarios, les quieren quitar o ya les han quitado. Si no todo, lo suficiente para una vida digna, o al menos lo necesario para sobrevivir.

El “plan” que vienen aplicando Alberto y Guzmán es, a este respecto, bastante precario, pero dado el contexto y las deprimidísimas expectativas de la sociedad, puede que les alcance.

Consiste simplemente en patear para adelante todos los problemas, los costos, los déficits y los pagos adeudados, más la inflación resultante de esos desequilibrios, y esperar que el gato muerto de nuestra economía rebote contra el piso de la aguda recesión provocada por la cuarentena el año pasado. Para que en los meses previos a las elecciones de este año ella luzca como que tiene aún alguna de sus siete vidas por delante. La corta memoria con que muchos votantes evalúan el desempeño económico preelectoral, y la aún más acotada capacidad de prever los problemas que se les están viniendo encima, deberían hacer el resto. Y puede que así sea: si retrasando el dólar y las tarifas y endureciendo los controles sobre los precios de los alimentos se logra que a mediados de año la inflación se modere, aunque sea en torno al 3% mensual, y la actividad y el consumo recuperen algo de lo perdido en 2020, poco se va a recordar de lo que hasta este verano vino sucediendo, o se va a anticipar de la escalada de complicaciones que seguramente se desatará apenas cierren los comicios.

Claro que, enfrente, va a haber una oposición que logró mantenerse unida y se esmera en mostrarse competitiva y desafiante. Pero es más probable que a ella, en cambio, no le alcance, por más esfuerzos que haga.

Porque tiene que dejar atrás sus propios fracasos económicos, no muy lejanos, por más que el año que va de Alberto los haya opacado. Y porque difícilmente logre centrar la discusión en los temas en que saca clara ventaja, como los déficits institucionales, ante todo el desembozado esfuerzo oficial en dinamitar lo poco que funciona de nuestra Justicia para disculpar la corrupción kirchnerista, la relación con el mundo y la reapertura de las escuelas contra las absurdas resistencias gremiales.

La economía volverá a ser decisiva. Y en esa materia no está muy claro que lo que plantean los opositores vaya a sonar viable o deseable para la gran mayoría. Si Macri fracasó en una salida vía promoción de las inversiones cuando la situación del país no era todavía tan mala como ahora, aún si se hicieran las cosas un poco mejor que en su administración, ¿cómo confiar en que algo así vaya a funcionar? Y si para que funcione aún los salarios, el gasto público y demás desequilibrios habría que ajustarlos todavía más, ¿es razonable que millones de argentinos que ya tienen el agua al cuello quieran correr con esos mayores costos inmediatos, y con los riesgos de que su esfuerzo en hacerlo terminen en un nuevo fracaso, de la mano de gestores que no se han mostrado en el pasado demasiado duchos como para infundir confianza? ¿Más cuando del otro lado se les ofrece una salida, no muy prometedora es cierto, pero razonablemente segura, hecha de planes sociales, empleo público y, para los más afortunados, protección gremial?

Las pocas chances de que un vuelco masivo de electores cambie las relaciones de fuerza hoy imperantes en la política argentina se confirma si se atiende a la actitud que al respecto asumen los que deberían estar más preocupados por la deriva de las políticas oficiales. En parte porque son sus víctimas: han perdido buena parte de su capital desde que el peronismo se reunificó y venció en las PASO de 2019. Y más todavía porque según esta fuerza son los victimarios del resto de la sociedad, los verdaderos culpables de que estemos hace décadas condenados a una recurrente frustración económica.

No fueron muchos en verdad las grandes compañías que respondieron a la cita en Casa Rosada esta semana. Unas cuantas mandaron gerentes, para no exponer a sus dueños ni CEOs. Otras ni siquiera eso. De AEA y el Foro de Convergencia no había casi nadie. Pero los que fueron aplaudieron Martín Guzmán. Tal vez porque en un breve pasaje él dijo que “la inflación es un problema macroeconómico”, y entendieron que era una forma de relajar la presión que ejerce la bota oficial en sus cogotes cada vez que los funcionarios repiten que el alza de los precios es fruto de su codicia.

Pero, más en general, si quisieron mostrar su adhesión al ministro debe ser porque estiman que necesitan mantener un canal de diálogo abierto con el oficialismo, y ese es por ahora el mejor disponible: uno que creen puede poner cierto coto a las locuras económicas que se pergeñan minuto a minuto en el Instituto Patria. También, claro, porque a la gestión de Alberto le quedan casi tres años por delante, y mientras el peronismo siga unido es muy probable que conserve el poder bastante más allá de ese plazo. Y los empresarios saben todo lo que puede variar la suerte de sus compañías según se lleven bien o mal con los que allí toman las decisiones.

Es cierto que la gran mayoría de ellos ya no se toman en serio, si es que alguna vez lo hicieron, las promesas de Alberto sobre que, de su mano, el peronismo unido se iba a reconciliar con las reglas elementales del desarrollo económico. Pero sí se toman en serio, en cambio, su amenaza de que puede hacerles perder aún más dinero del que ya han perdido. Y va a poder seguir haciéndolo, mientras los peronistas permanezcan juntos. Lo que hay que reconocer que él sí está logrando y administra con bastante buen criterio.

Razón de más para que los opositores revisen sus cálculos y previsiones para estas elecciones y las que les seguirán. Y traten de remover las dificultades que les están complicando aprovechar los errores oficiales y la crisis social que ellos, más la pandemia, han provocado. Dificultades que obedecen no solo a debilidades que arrastran del pasado, sino también a las que proyectan hacia el futuro: no tienen fácil convencer de que lo podrían hacer mejor, de que el resultado va a ser bien distinto si lo intentamos de nuevo con un gobierno no peronista, cambiando algunos de los protagonistas, haciendo simplemente un poco más de esto o de aquello.

¿No les resultaría más conveniente, entonces, asumir que dado que solos no pueden ofrecer un futuro distinto, además de atractivo viable, deberían hacerlo entonces de la mano del propio peronismo, después de haberlo derrotado, claro? ¿No tendrían que retomar la idea que el macrismo en su origen abrazó, y que muchos empresarios desde los años noventa comparten: que solo gobernando con el peronismo un cambio va a ser factible en este país? ¿No debería ser este precisamente el eje del necesario ejercicio autocrítico sobre lo hecho entre 2015 y 2019: que desde el comienzo Macri debió ofrecer una vía para compartir el poder a una porción todo lo amplia que se pudiera de los peronistas, a través de uno o varios de sus gobernadores, en vez de ir por la fácil de acuerdos legislativos ley por ley, que finalmente terminaron saliendo muy caros y resultaron por demás efímeros? ¿Y no debería ser esta oferta de cogobierno en base a un acuerdo programático de largo aliento y un mecanismo preacordado de sucesión el eje de su campaña desde ahora, porque de otro modo ella va a carecer de atractivo, dado que no podrá convencer de que algo nuevo para el futuro del país esté poniendo en juego?

Si Horacio Rodríguez Larreta en serio quiere ser presidente en 2023 tal vez lo primero que debería hacer es construir desde ya un acuerdo que asegure quién será su sucesor en 2027, un sucesor proveniente del partido peronista, porque de otro modo no es muy probable que llegue, y lo es aún menos que algo de lo que haga pueda funcionar y durar.

Lo demás, tanto lo que está ofreciendo un lado como el otro, suena a artificios para salir del paso, medidas y discursos de campaña que no modifican sustancialmente nada de lo que la política nos está ofreciendo hoy en día, y nos ofrecerá después de octubre. Que es bastante poco. Por más que algunos tengan la irresistible tentación de aplaudir.

 

 

 

 

1 comentario Dejá tu comentario

  1. Como otros aspectos clásicos del "justicialismo", en una lista que no se acaba aquí, son: el saqueo de los fondos públicos, el auspicio de la anomia, el achatamiento de la educación, el adoctrinamiento con frases tan efectistas como falsas, el arrojar migajas a las masas mientras la élite se come la torta, la endogamia y la complicidad entre mafiosos, y como por otro lado integramos una sociedad cada vez menos educada, cada vez menos respetuosa, cada vez más dependiente del caudillo de turno (de barones del conurbano, de señores feudales eternos en sus provincias, de punteros y de "dirigentes sociales"), y donde además la memoria colectiva es corta y la tolerancia a la corrupción es muy alta, no hay manera de salir de este pozo de miseria y de hundimiento, hasta que una mayoría no comprenda y no demande que este círculo vicioso de dirigentes ineptos, corruptos e ignorantes sea expulsado de la vida política. .

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