Corrían los últimos días de abril de 2019 cuando un hombre al que llamaremos Alberto Fernández sellaba su paz con el amplio espectro kirchnerista. A cambio de sus gestiones para la unificación pedía una sola cosa: la embajada argentina en Madrid, quizá uno de los destinos más cotizados por los políticos jubilados, dado que ni siquiera hace falta hablar un segundo idioma. Un par de semanas después era candidato a Presidente.
Sin embargo la frase “lo regalado es mío” parece que nunca la registró. Raro, porque dice que le gusta el rock nacional. Solo así se explica que, ante cada crisis ministerial, la única solución de Alberto Fernández sea pedirle a los funcionarios propios que no renuncien para no tener que ceder el lugar a un ministro puesto por Cristina Ídem. Le pasó con María Eugenia Bielsa, le pasó con Ginés, le pasa ahora con Marcela Losardo a quien le tiene que pedir por favor que no se vaya. Le están pegando a su amiga de la facultad, a su socia de estudio jurídico, a la persona que lo acompaña desde hace cuatro décadas y lo único que tiene para ofrecer es un “no me dejes solo”.
En Casa Rosada me lo dijeron no una, sino casi una docena de veces en cada una de las entrevistas que tuve: “no se entiende”. ¿Qué no se entiende? Que no tenga la “autoridad” –usan otros términos pero no quiero sonrojar a mi nonna– de nombrar a los funcionarios que se le cante el ocote, como haría cualquier Presidente si tuviera la voluntad de ser Presidente. Quería a Matías Kulfas de ministro de Economía, no pudo. Quería a Diego Gorgal de ministro de Seguridad –¡hasta lo anunció en Twitter!– y le enchufaron a Pachorra Frederic. Logró colocar a cinco funcionarios y se los quieren voltear a todos juntos.
Y ni siquiera el problema es tan solo que esos funcionarios de Alberto se vayan hasta por hartazgo –como ocurrió con Bielsa y ahora con Losardo– sino que el argumento sea “ministro que sale, ministro que pone Cristina”. ¿Quién firma los decretos, Albert? Encima tiene que fumarse que Martín Guzmán salga de gira para mostrar los éxitos económicos de la República de Narnia mientras en la City le quieren hacer un implante capilar con los dientes.
Pareciera no registrar que dejó de ser Jefe de Gabinete allá por 2008 y que Cristina Fernández de Kirchner se llamará Cristina Fernández de Kirchner, pero en el diagrama del Poder real, de quién tiene la batuta, ocupa un lugar decorativo, protocolar, de organizadora de velorios de expresidentes y de debates en los que no opina ni vota.
Demasiados libros se han escrito sobre la voluntad del Poder, sobre las razones que llevan a un hombre a querer una vida en la que la cotidianidad será estar sentado sobre un barril de pólvora rodeado de fumadores. A medida que se extinguía el siglo XX, con él terminaba de morir el concepto de líder de masas y la cuestión narcisista de ser idolatrado por multitudes comenzó a desaparecer de cualquier análisis serio. Aquí vale la pena aclarar que todavía en la Argentina se continúa la medición de poderío en la calle y así es que después en las redacciones no entienden qué pasó con los resultados electorales.
En tiempos en los que compañías enteras pueden tener a miles de empleados alrededor del mundo y ni una sola oficina, medir la popularidad en actos es tan demodé como nuestro propio país. Cada tanto resucita en algún que otro vecino o incluso en el Primer Mundo, pero con un hilo conductor que no puede ser casual: todos tienen una fascinación por la autocracia que larga olor a naftalina con lavanda. Reconozcamos que no es que atrasamos, sino que pasamos de moda. Si atrasáramos, no seríamos un objeto de estudio de revistas especializadas o de cátedras universitarias en las principales casas de altos estudios del mundo. No damos la imagen de atrasados, sino de pasados de moda: funcionamos, sí, pero de manera pintoresca, como los taxis cubanos o los carros tirados a caballo para los románticos de Nueva York o de Plaza Italia.
Ganar las calles para protestar ocurre permanentemente en todo el mundo. Bueno, en todo el mundo democrático. Justificadores de lo injustificable también abundan, algunos consideran que por desgracia, pero a mi me alegran el día cuando estoy aburrido y se me cruza un pelotudo que te escucha comentar sobre la brutalidad represiva de una provincia feudal y te la compara con los años de gestión de Merkel en Alemania.
Sin embargo el concepto “pasado de moda” nos cabe tan, pero tan bien que hasta tenemos un presidente con bigotes que quiere resucitar algo ocurrido hace casi dieciocho años. Doscientos cuatro meses. Seis mil cuatrocientos noventa y ocho días transcurridos desde aquel 25 de mayo de 2003. Y ahí lo vemos haciendo piruetas en el aire para no condenar a Maduro pero tampoco defenderlo, o reuniéndose con el presidente chileno para luego dar consejos a la oposición sobre cómo ganarle al presidente chileno. Tan pasado de moda que no cree en las bondades de Internet y la velocidad de las noticias. Y en ese intento de revival de principios de milenio se le hizo una ensalada y no sabe/no quiere/no puede tomar desiciones sin llamar por teléfono.
De allí para abajo, lo que se nos ocurra en un escenario magnífico que no deja de resultar tentador para los turistas. ¿Quiere sentir la experiencia de la inflación madrileña de 1977? Pase una semanita en Avenida de Mayo y se la garantizamos, aunque lamentamos que la nuestra sea el doble que aquel pico. Lo mismo si quiere revivir otras experiencias, como ir a pasar el invierno a las sierras y alimentar la chimenea con billetes de baja denominación que valen menos que la tinta que llevan impresa. Desgraciadamente no podemos ofrecer el final de un país organizado y estable, porque somos demodé. Pero sí podemos garantizarle que presenciará discusiones sobre si vale más el derecho a la libertad o a la vida, si conviene que se vacune un médico de terapia intensiva o un amigo del primo del cuñado del vecino del sobrino del ministro de Salud que cumplió 18 años la semana pasada. Si tiene ganas de vértigo hasta podemos llevarlo a ver el resultado final de una protesta ciudadana en alguna provincia. Aproveche, que también nos hacemos cargo de los gastos médicos.
Tan pasados de moda estamos que tenemos admiradores de la Unión Soviética entre nuestros políticos, boludos con título habilitante que posan con fotos de Putin y no sabemos quiénes son más pelotudos, si los defensores de Putin o nosotros que nos sorprendemos cuando los defensores de Putin no critican la brutal represión formoseña o el eterno listado de violaciones a los derechos humanos ocurridos en todo el país desde que se decretó la cuarentena en marzo de 2020.
Pero podemos ofrecer cosas aún más pasadas de moda. ¿Democracia representativa y división de poderes? ¿Qué es esa modernidad espantosa? No, señor. Nosotros ni queremos saber de esas vanguardias. «El Poder Judicial, aunque nombrado por el Ejecutivo, está protegido de su fatal influencia, porque el Pueblo compone el Jurado, y los jueces son inamovibles; entonces la libertad civil aún no ha recibido casi ningún ataque», decía Francisco de Miranda y agregaba que «los tres poderes son como centinelas avanzados para velar por la seguridad del Estado» y que «si uno de ellos se aparta de sus funciones, el deber de los otros dos es dar el alarma, para que el pueblo así advertido provea a su salud y a su seguridad».
¿Vamos a confiar en algo dicho en 1794 en Francia por un tipo que acababa de participar de la guerra de las colonias norteamericanas por su independencia? El tipo encima agregaba que «no es probable que tres poderes independientes y celosos se unan para traicionar los intereses del soberano; y es sobre esta probabilidad moral que la seguridad del ciudadano se funda con respecto a la libertad civil y política». Luego viajó nuevamente hacia América para participar de la gesta independentista y se dio cuenta de que las teorías son hermosas pero que acá preferimos la ley del macho alfa.
División de poderes, libertades civiles… hippie roñoso. ¿Qué sigue? ¿Derechos individuales y garantías constitucionales?
La semana pasada escuché el informe de situación del Estado presentado por Alberto Fernández ante la Asamblea Legislativa. Se ve que no pasó mucho en la Argentina durante los últimos doce meses dado que parecía que solo importaba salvarle el culo a Cristina y a sus amigos. Tan delirante resultó todo que el anuncio de la creación de un tribunal intermedio para “descomprimir a la Corte” quedó tan lavado como cualquier otro plan integral de Alberto. Luego dijeron que no era para tanto, que sería algo que tendría que tener dos delegados por provincia y un montón de sarasas más que podrían durar lo que tardan los cinco ministros de la Corte en firmar debajo de “inconstitucional”.
Quizá Alberto sea un genio de esos que tardamos siglos en darnos cuenta que estaban adelantados a su tiempo, pero como que todavía cuesta entender qué corno pretende con la Justicia, incluso a sabiendas que el principio básico es la impunidad. Voy a la lógica: si el problema son los jueces, tener más jueces aumenta la probabilidad de problemas, no los diluye. Tener doce, veinte o mil doscientos equivale a tener doce problemas, o veinte o mil doscientos. ¿Que puede nombrar a todos los que faltan? No hay tiempo material para que ello ocurra durante su mandato.
Al día siguiente Cristina cagó a pedos a los jueces que la juzgan en una causa pedorra y los medios audiovisuales contribuyeron al mostrarla en cadena nacional, para la satisfacción onanista de quienes son capaces de creerse eso de que un juez de un tribunal oral federal puede llegar a tener algo que ver en las políticas de femicidios, y para vergüenza de los que votaron por la fórmula “tratando de no ver que estaba Cristina”.
Llamó profundamente mi atención tanta virulencia en una causa que no se termina de caer porque puede tomar vuelo de lo poco que pesan sus argumentos: es muy difícil determinar un perjuicio al Estado con la colocación de ventas de dólares a futuro. Básicamente porque es un instrumento administrativo normal en la Argentina eternamente deficitaria para financiar la joda de querer gastar más de lo que generamos. Pero Cristina no le hablaba a estos jueces: le hablaba a los otros, a los que tienen que resolver su sentencia en las causas pesaditas, esas que están que arden desde la sentencia a Lázaro Báez.
Me copó eso de leer que Cristina estaba furiosa por la sentencia contra Lázaro pero que nadie explicara por qué, como si fuera difícil de entender que si condenaron a un persona por lavar guita, atrás cae el que necesitaba lavar el dinero. Pero bueno, son boludeces que poco importan en un país que este año tiene las elecciones legislativas más importantes desde 2013. Al igual que en aquel entonces, del resultado electoral depende la constitución de las cámaras legislativas. Hoy el oficialismo no cuenta con mayoría y debe rosquear todas las leyes. Y si en vivo muestran sus mejores versiones, ni quiero imaginarme la calentura que deben tener estos personajes en privado.
La diferencia radica en que en 2013 Sergio Massa jugó afuera del kirchnerismo en una alianza de listas con el PRO en varios distritos y así frenó las ambiciones de seguir porque sí del kirchnerismo. Hoy Massa está adentro. Bueno, en 2013 también lo estaba hasta unos minutos antes del cierre de listas.
Pero volvamos al punto del inicio. ¿Qué lleva a una persona a querer el Poder si no es una profunda herida narcisista que necesita de un aparato que requiere de demasiado combustible para mantenerse en funciones? Es una pregunta que más de una vez me he hecho y que a medida que conozco cada vez a más personas en funciones, más lejos está de disiparse. Pero ahora se le suma otra pregunta: puedo llegar a entender las ganas del Poder por el Poder mismo de Cristina. Pero en el caso de Alberto nunca dejará de intrigarme a qué le tiene tanto, pero tanto miedo, como tampoco dejará de intrigarme qué es lo que realmente quiere.
Si algo debería haber aprendido en aquellos años que recuerda dorados es que el primer año de un Presidente sin poder territorial se debe centrar en construir ese Poder aunque sea matando al padre en términos freudianos. Catorce meses después no sé quién espera que salga a bancarlo. ¿Los intendentes del conurbano al que Máximo Kirchner les copó el partido porque tenía ganas? ¿Los gobernadores que a cada petición tiene que esperar a que la consulte con Cristina? ¿La oposición a la que culpa hasta de la sensación térmica en verano? ¿El Poder Judicial al que pretende dinamitar? ¿Los sindicatos que no pueden ver a Cristina ni en estampillas? ¿Las organizaciones sociales? ¿Una facilitación de la Primera Dama?
Hasta ahora pareciera que solo sustenta su Poder en mantener tranquila a Cristina y en no quedarse sin un amigo con quien charlar en la Rosada. No es mucho pedir.
Además de la embajada Argentina en Madrid, claro.