“Como muchos de ustedes aprecio las comodidades de la rutina diaria, la seguridad de lo familiar, la tranquilidad de la repetición. Lo disfruto mucho. Pero en este espíritu de conmemoración en que los grandes sucesos normalmente relacionados con una muerte o el final de una lucha son celebrados con una fiesta yo quería celebrar este 5 de noviembre, un día que ya no es recordado, tomándonos un poco de tiempo para sentarnos y conversar. Claro, están los que no quieren que hablemos. Sospecho que hay gente gritando órdenes por teléfono y que ya viene gente armada. Porque aunque puedes usar la macana en vez de la conversación, las palabras siempre retendrán su poder. Las palabras dan significado a las cosas y, para los que escuchan, anuncian la verdad. La verdad es que algo anda muy mal en este país, ¿no? Crueldad e injusticia, intolerancia y opresión. Y mientras antes uno podía objetar pensar y hablar como uno quisiera ahora tenemos sistemas de vigilancia amenazando y sometiendo. ¿Cómo sucedió esto? ¿Quién tiene la culpa? Algunos son más responsables que otros y tendrán que rendir cuentas. Pero, la verdad, si buscan al culpable sólo necesitan mirarse al espejo…” V. de Vendetta
No se ha reparado que el hombre tiende a valorizar filósofos, artistas, políticos y periodistas por la simple razón de que ellos poseen aquel instrumento que universaliza su pensamiento o sus instituciones: la expresión.
Y no se ha reparado tampoco que las concreciones de tal instrumento son valorables porque le pertenecen al lector como versiones de sí mismo. Quien adquiere un cuadro, un mueble o un libro, que lo hace su confesor; o compra una casa o se pliega a un ideario social, se realiza rodeándose de todo aquello que lo representa como espíritu, aunque lo haga a medias.
No es el espíritu de los demás quien lo acompaña sino el propio, que se siente interpretado.
El cuadro puede ser anónimo, como lo será la casa o como lo puede ser el libro, o un artículo periodístico; pero no por eso será menos suyo y menos intérprete de su pensamiento.
La cátedra exige muchos sacrificios, profesionales de condiciones excepcionales, a veces llegan a ella sin advertir que, como ocurrió ya con algunos de sus maestros, dejarán en su ejercicio, en no escasa medida, lo que llevan de más puro y legítimo.
Si al Estado le interesa que sus funcionarios cumplan, tanto como eso debe interesarles que sus hombres y mujeres de genio o talento creen en el campo de sus especialidades lo que, en definitiva, redundará en beneficio de la colectividad toda, elevada por la acción de algunos de sus hijos.
Es penoso el espectáculo de los funcionarios que, usufructuando gobernaciones, ministerios y direcciones, se hallan prendidos al cargo oficial, sin pensar en otra cosa que en conservarlo. Se han burocratizado sin que nadie gane con ello y representan la imagen de una amarga derrota. Pero lo peor de todo esto es que el gobierno no busca la forma de hacerlos a un lado. Los premia a algunos, manteniéndolos en su lugar y a otros, con puestos en el exterior, dónde además, cobran sus dietas en dinero extranjero, más allá de gastos de representación, etc., etc. Tal vez como una forma de extorsión para callar sus declaraciones.
Muchas causas…
Causas como Ciccone, ruta del dinero K, Los Sauces, direccionamiento de la obra pública a favor de Lázaro Báez, Hotesur, desvío de fondos de la mina de Río Turbio, Plan Qunita, compra de trenes chatarra a España y Portugal, Odebrecht, Skanska, la valija de Antonini Wilson, la Tragedia de Once, Vacunatorios VIP, bolsos con dinero, ahora también, en la TV Pública, entre otras, presentan los siguientes delitos que afectan a muchos funcionarios que hoy están en el poder y todo sigue como si nada, porque -siempre- la culpa es del otro:
Enriquecimiento ilícito. Fraude en perjuicio de la Administración Pública. Lavado de activo de origen delictivo. Cohecho activo o pasivo. Malversación de caudales públicos. Negociaciones incompatibles con el ejercicio de la función pública. Peculado. Dádivas. Tráfico de influencias. Utilización de información y datos. Violación de los deberes de funcionario público.
La historia
Puede afirmarse con certeza que el hombre trabaja para que lo recuerden. Es frecuente escuchar a los funcionarios públicos la alusión permanente al juicio de la historia. El hombre se sabe una presencia del tiempo, apenas un instrumento de Dios en el tiempo. Por eso, le debería importar, -sobre todas las cosas- su afirmación en el futuro.
La historia, que es un registro del tiempo, es quien mejor juzgará sus actos actuales, adjudicándole su exacto tamaño. Si las generaciones se borraran como la lluvia borra el polvo de los árboles, el escepticismo y la más corrosiva de las congojas acabarían con la esperanza, que es aliento del tiempo y la única forma que rige las acciones más generosas del ser humano.
Perdurar es algo así como hacerse lejanamente actual, sentir la presencia de los demás y la aprobación futura por el esfuerzo que absorbe el presente, pero que se realiza como una suma generosa de experiencias.
Ese movimiento de perduración, esa angustia aguijoneante por dejar lo mejor de sí, que constituye, en esencia, la historia de la humanidad, es universal porque reside -o debería residir- en lo más profundo del corazón de cada ser humano.
Es un impulso espontáneo, arrollador al que nadie puede sustraerse porque en su raíz es también angustia por el silencio definitivo de la muerte.
El hombre o la mujer a quien sobrecoge la noción de la muerte es, a la postre, un ser enorme y generoso que sabe la utilidad de su esfuerzo y siente de pronto que nada hizo -ni hace- por dejarlo como una herencia a sus hijos y a los demás.
Los Valores
El valor es, según nos lo enseñarán, la cualidad del alma que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar sin miedo los peligros. Así como se juzga un objeto, una cosa, un paisaje, un libro, se puede juzgar una actitud, una deslealtad, un gesto, una simpatía, un rencor. Existe un mundo de valores a cuyo dominio aluden palabras como bueno o malo, lindo o feo, mejor o peor, precioso o inútil, estimable o repudiable.
Aunque los juicios de valor se rechacen, obedecen a imponderables que la sensibilidad o la cultura no podrán regular jamás de un modo dogmático. Quiere decir que las cosas no son en sí valiosas; somos nosotros quienes les adjudicamos un valor.
El sujeto humano obra porque él mismo se dicta la ley. El grado superior de la Ética es la acción en sí, sin la especulación de la ganancia. Es el eslabón más alto. Generalmente se trata de fórmulas normativas y de responsabilidad, a los cuales debe ceñirse cualquier profesional que desee ejercer de manera moral su profesión y los políticos no deben escapar a esta normativa.
La Ética, es la moral de la inteligencia y busca mejorar a las personas, a la política y fundamentalmente a las instituciones. El fraude, el latrocinio, la mentira, la cleptocracia, la viveza criolla y la impunidad por sus crímenes, siguen el mismo manual con precisión desde hace 80 años.
El arribismo y la banalización de los valores éticos, morales y culturales han hecho y continúan haciendo estragos y un mal ejemplo, no solo para los jóvenes y sino también para el exterior, que analiza las actitudes y desafíos de los políticos argentinos en general.
Esta es nuestra sociedad hoy, donde reinan, la apatía, el desencanto, la corrupción y la hipocresía. Ellos son la fotografía en blanco y negro de nuestra crisis moral y espiritual, que nos tiene atrapados como el cobayo que da vueltas y vueltas en su carrusel sin avanzar.
El plan -por parte del kirchnerismo- de tomar al Poder Judicial tiene una intención superior: El fin de la división de poderes lo cual significa: menos democracia, menos República, y menos iniciativa privada, lo cual significa un futuro incierto para todos los ciudadanos argentinos.
Frente al virus del Covid19, enfrentamos otro "virus" no menor, que se extiende, -como una mancha voraz- en una oscura red de corrupción que todos los días nos muestra un delito distinto sin castigo y un Poder Ejecutivo desmedido que fagocita todo lo que necesita para seguir adelante, destruyendo todo aquello que se interpone en su camino.
"Él que no se enoja cuando hay causa justa para estar furioso, es inmoral. ¿Por qué? Porque el enojo busca el bien de la justicia. Y si tú puedes vivir entre la injusticia sin enojarte, tu eres inmoral y también injusto", afirmaba Santo Tomas de Aquino.
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