El presidente de la Nación debería evaluar su camino hacia lograr la “unidad de los argentinos”, tal como lo propuso en la campaña. A casi cuatro meses de haber asumido no solo no consiguió avanzar, sino que hubo retrocesos. Dicho de otra forma: la tristemente famosa grieta – que ya venía siendo profunda – se profundizó aún más. Y, ciertamente, esto contó con su “valioso” aporte.
Después de aquellas celebradas imágenes de Alberto Fernández junto a Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof para enfrentan la pandemia en los primeros meses de su irrupción – que dispararon su imagen positiva -, el presidente optó por volver a la confrontación y ponerse en sintonía con la siempre belicosa – y más poderosa – Cristina Kirchner.
Lo nuevo es que la confrontación se acentuó durante la Semana Santa, un tiempo que, paradójicamente, debería ser de recogimiento, más allá de la creencia de cada uno. Una sucesión de insultos y hasta amenazas profirieron legisladores y periodistas kirchneristas contra legisladores de la oposición y periodistas independientes.
Paralelamente, la realidad social – con 19 millones de argentinos pobres ( el 42 % ) y casi 6 de cada diez menores en la pobreza (57 %), según reveló recientemente el INDEC – y una pandemia que hace estragos sobre una economía que ya venía en recesión vuelven todavía más inmorales las agresiones.
Debe recordarse que las palabras preceden a los hechos. Es decir, las agresiones verbales pueden derivar en agresiones físicas. No casualmente, días pasados un legisladores oficialista empujó a otro, opositor. Pero, sobre todo, constituyen un peligroso mensaje para los simpatizantes más fanáticos.
Todo esto llevó en estas pascuas al presidente del Episcopado, el obispo Oscar Ojea, a denunciar “una cultura que sabotea las posibilidades de encuentros y de fraternidad entre nosotros. Yo diría que este saboteo es a veces sistemático, casi enfermizo, sumamente agresivo y violento”.
Consideró que la pandemia “debería darnos la oportunidad de ser mejores hermanos, mejores personas, de poder unirnos frente a peligros grandes y sin embargo muchas veces ahondamos la división. Es como si tuviéramos un elemento autodestructivo que nos impide caminar juntos.
Ojea redondeó con un señalamiento que viene haciendo desde la crisis de 2001 y que ahora sumó el COVID 19: “Sin unidad para enfrentar la pandemia y recuperar la economía no habrá otra orilla y la pobreza seguirá siendo una realidad que nos humilla y avergüenza”.
A esta altura esa afirmación es una verdad de Perogrullo. Pero muchos políticos, no a todos, prefieren ignorarla. Mauricio Macri – el principal referente de uno de los lados de la grieta – explicó la imposibilidad de acordar cuando los principios son diferentes.
Y Cristina Kirchner - del otro lado- solo está preocupada por zafar de su situación judicial y empeñada en continuar su guerra ideológica. Eso lleva a concluir a muchos políticos que los entendimientos básicos son hoy una utopía. ¿Pero no están para buscar salidas?
El caso de Macri es menos grave porque, aunque es una figura importante, forma parte de una oposición con diversos liderazgos. Pero la influencia de Cristina en el oficialismo es enorme. Muchos de sus partidarios deberían animarse a enfrentarla. Por el bien del país.