En su edición del pasado
domingo 10 de junio, el diario británico “The Observer” reveló que una empresa
de ese país fue cerrada luego de haber sido sorprendida en un aparente intento
de vender a Irán y a Sudán componentes de armas nucleares, obtenidas en el
mercado negro.
El diario aseguró saber el
nombre de la empresa clausurada, pero no lo divulgó por razones legales, y
afirmó que una persona fue acusada de “dar apoyo a la proliferación de armas
de destrucción masiva”.
Por su parte, agentes de la
Unidad Antiterrorista británica y del servicio de inteligencia MI-6 vienen
investigando una presunta asociación ilícita con base en el Reino Unido con el
objetivo de suministrar material nuclear a Irán.
Tras una labor de veinte
meses, los agentes descubrieron que ciudadanos británicos compraron armas de
origen nuclear en el mercado negro ruso, señaló “The Observer”, agregando la
estimación de los investigadores en el sentido de que probablemente su intención
era exportarlas hacia Irán y Sudán.
Serían varios los británicos
aparentemente ligados a terroristas islámicos en el exterior que están siendo
vigilados, sostiene el diario. A la vez, fue descubierta además la primera
prueba de que los seguidores de la red terrorista Al Qaeda estarían intentando
desarrollar armas nucleares, finalizó “The Observer”.
Una noticia que no ha tenido
demasiada difusión en esta parte del continente, salvo una mención en el diario
brasileño “Folha de Sao Paulo”, pero que ha generado amplia preocupación y los
consiguientes alertas en la Unión Europea y Estados Unidos.
La suma de todos los miedos
A poco de caído el comunismo
en la ex Unión Soviética y de ser derribado el muro de Berlín, sobrevinieron
años muy agitados en la nueva Rusia. Especialmente al dejarle Mikhail Gorbachov
–luego de un golpe interno- la posta al recientemente fallecido Boris Yeltsin,
cundió un desorden generalizado por la salida de más de 70 años de régimen
comunista y la abrupta entrada en el capitalismo.
Ese desorden fue aprovechado
por la nueva plaga nacida en el ex país de los soviets: la mafia rusa.
La misma pasó a ser
integrada, en forma progresiva, por delincuentes surgidos desde los más diversos
sectores. Además de hampones de la propia capital, Moscú, y de otros
provenientes de las ex repúblicas socialistas que se iban independizando –chechenos,
azerbaijanos, georgianos, ucranianos y otros-, la floreciente mafia rusa acunó
hasta a ex miembros de la Nomenklatura, la elite del viejo poder soviético –sin
desdeñar la captación de nuevos reclutas entre los “zolotyié dietky” (la
“juventud dorada”)- y a muchos militares del Ejército Rojo y agentes de la KGB
que habían perdido sus trabajos.
Estos últimos, ya olvidados
sus antiguos esfuerzos de servir a la patria y sólo ávidos de conseguir dinero,
no vacilaron en comerciar armas y hasta secretos militares sin importarles a qué
destino y objetivos iban a parar, aunque ellos pudieran afectar a su propio
país.
Entre los artículos que
llegaron a comerciar apareció uno muy codiciado por los amos de las sombras y
muy especialmente por los grupos terroristas de diverso origen e ideología: el
plutonio.
Desde hace años, pese al
secreto que se intentó mantener sobre esta cuestión, comenzaron a producirse
desapariciones de ese mineral radioactivo tan primordial para la fabricación de
artefactos nucleares.
Fue así como hace unos tres
años los servicios de inteligencia norteamericanos, alemanes e israelíes
alertaron a los españoles, por su cercanía con el mundo árabe a través del
Magreb, acerca del contrabando de plutonio que, según habían detectado,
elementos de la mafia rusa realizaban desde la turística Costa del Sol.
Incluso un experto en
control de armamentos de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), Friedrich
Steinhausler, afirmó: “Sabemos que hubo intentos concretos de Al Qaeda para
procurarse material nuclear a través de representantes del crimen organizado
ruso”.
Las estimaciones más
alarmantes indicaban que desde la mencionada zona costera española se intentaba
vender ese mineral y otros componentes a organizaciones terroristas islámicas,
dispuestas a fabricar bombas nucleares “sucias”, es decir un alto explosivo
convencional compuesto de material radioactivo.
Algo que equivale -aunque no
se trate de una bomba atómica de varios megatones como las que tristemente
debutaron en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki- a hacer igualmente
mucho daño, dado que la expansión radioactiva acabaría con millares de vidas
orgánicas y dejaría a la zona elegida como blanco convertida en un páramo por
cientos de años.
Conclusión
A la luz de la información
del diario británico “The Observer” citada al comienzo, y del descontrol inicial
que en la nueva Rusia dio paso al auge de la mafia de ese país –la cual, según
Interpol, hoy en día contaría con más de 10.000 grupos criminales y más de
100.000 miembros- que entre sus muchas actividades delictivas cultiva el
contrabando de material nuclear, las perspectivas no resultan por el momento muy
tranquilizadoras.
Concretamente, hoy en día
cualquier grupo terrorista podría estar en condiciones, haciéndose de un poco de
hojalata, algo de plutonio y un detonante adecuado, de construir un artefacto
tremendamente mortal.
El mismo podría ser
transportado fácilmente por un hombrecillo insignificante, anónimo, al que
nadie le prestaría atención y que utilizaría a ese efecto una simple valija, o
un equipo para acampar, o una bolsa de palos de golf. Y que dejaría en cualquier
lugar designado, olvidado en medio de unos arbustos o en la gaveta de alguna
estación terminal, listo para ser detonado a distancia.
Después... el comienzo del
Apocalipsis.
Carlos Machado