Firme contra la pandemia gorila que azota, particularmente, a las escuelas porteñas, la Maestra K no piensa siquiera en pisar el establecimiento educativo. El cuadro con la foto de Sarmiento le da miedo, y ni hablar el pizarrón, donde el Covid 19 se entremezcla con el polvo de la tiza, para causar los peores estragos en la población infantil, y en los jóvenes docentes vacunados.
“No me vengas con estadísticas” ya le había advertido a una mami oligarca que se encontró en el colectivo, y pretendía justificar la vuelta a clases presenciales. Es que, como dijo Alberto, “no siempre los números dicen cómo son las cosas realmente”. “Cuanta verdad en esas palabras”, piensa la maestra K.
“La Ciencia no da certezas, solo a través del peronismo se llega a la verdad absoluta”, escribe en su agenda, mientras tacha un nuevo día de paro en el calendario.
Acto seguido, la Maestra K manda un mensaje “a las familias” (nunca a “los padres”, porque eso sería violento y machirulo). Decir “las familias” es tan inclusivo, que abarca al hermanito de dos años y medio, que no sabe leer y que, si supiera, tampoco le importaría. Pero lo relevante es la inclusión, a como dé lugar, a lo Néstor, si es necesario. La inclusión sin escuelas. En fin, la sufrida educadora aclara en su comunicado número uno que se verá en la obligación patriótica de adherir al paro docente, para cumplir con el DNU del Comandante en Jefe, en defensa de la salud de los “niñes” y de los “compañeres” trabajadores de la educación. Para cerrar, agrega: “La educación de CABA se encuentra, a partir de este momento, bajo el control operacional de los gremios docentes”.
Sin embargo, pese a todo el esfuerzo realizado para no trabajar, la Maestra K siente que no lo ha dado todo. “Será culpa”, se dice a sí misma. Hacer paro y excluir a los “niñes” de las clases presenciales es heroico, pero quedarse en casa no. Y ahí es cuando recuerda el póster de Baradel, a todo color, que tiene en su cuarto frente a la cama. Se le acerca. Lo mira a los ojos extasiada y la inspiración se apodera de ella. Entonces se quita la remera con la foto de Evita y deja al descubierto su panza. Escribe en ella “escuelas sí” con la punta de un compás que logra manotear de la caja de útiles extraviados. Se encomienda a Néstor que vive en el ARSAT, y llama al sindicato para que pasen a secuestrarla: “compañeres, soy toda suya”.
© Tribuna de Periodistas, todos los derechos reservados